CRÍTICA. “El actor, en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro”; anoto esta cita de Jorge Luis Borges en su particular homenaje a Shakespeare porque la pieza La ira de Narciso otorga otras perspectivas al hecho teatral y a los roles asignados tanto al actor como al público. Sin embargo, Sergio Blanco gusta humildemente definir esta obra como un “thriller porno intelectual”. Obviando el término porno (más un gesto de provocación que otra cosa, aunque los puritanos de espíritu sufrirían al verla) nos sirve “thriller intelectual” como imbatible síntesis.
El relato lleva a un lujoso hotel de Ljublana durante las jornadas de un congreso al que está invitado el autor como conferenciante. En esos días, mantiene encuentros con un joven esloveno que acaba de conocer. Mientras prepara la conferencia sobre el mito de Narciso nota la presencia de manchas de sangre en el suelo y por la intriga sobre su origen, que intenta conocer, solicita la ayuda de un policía amigo residente en París. El policía, a quien por no desvelar su nombre llama Marlowe, identifica y amplía las pistas que sirven para diseccionar el asesinato que ocurrió en esa habitación.
El apelativo “thriller” se antoja ambicioso y exagerado. No es preciso ser un avezado lector de novela negra para anticipar pronto en La ira del Narciso quiénes son -víctima y criminal- los protagonistas del truculento y horripilante crimen del hotel, escenificado con un cierto regusto gore a la hora de desvelar la secuencia del mismo. Aun así, la confirmación que ofrece el relator seduce por las formas; sobre todo por la impactante coda final, en la que se despide al finado con un momento memorable de exhibición actoral de Gabriel Calderón.
La ira de Narciso es, sobre todo, una pieza teatral que exprime el intelecto del espectador para seguir y comprender el alcance de las pistas que el autor desvela a placer a lo largo de la narración. La marca de la ruta arranca en los prolegómenos. El actor espera, cantando, hasta que la sala se llena y comienza la función. Entonces reclama del público que cante con él y que todos los espectadores se “vean como público”. Es la primera señal, que tiene un mensaje más rotundo y clarificador en la primera parte al citar al poeta francés Rimbaud: Je est autre (Yo es otro).
La alusión al mito de Narciso y al juego de los espejos es continua. Realidad y ficción es el hilo conductor de esta autoficción en la que se denuncia que Narciso ya no se mira en el espejo para encontrar al otro, sino que mira al “ombliguismo de pensar solamente en sí”. En esencia, el autor confiesa que su obra propone que “es posible ser y no ser al mismo tiempo porque los relatos son el cruce de lo vivido y lo inventado”.
El espectador queda embelesado por el juego. Y desconcertado. Porque el actor rechaza explícitamente como monólogo lo que tiene forma de tal; entre otras razones, porque el actor transmuta sus roles y el modo de comunicación del relato: narración, conferencia, confesión… –un acierto que alguien lo llame “obra unipersonal”– La ira de Narciso es una pieza de actor mutante, no sólo una transformación física, hasta el punto de tener que incluir en algunos momentos puntos de referencias para que el espectador no se pierda en el laberinto sinuoso de la historia.
La ira de Narciso resulta ser una apasionante y entretenida pieza teatral, al que adiciona ocasionalmente el autor algunas andanadas contra Europa (“responsable del capitalismo ultraliberal del mundo de los finanzas”) por su falta de sensibilidad ante dramas humanos que están delante de sus ojos, pero que ignora o no quiere ver en un cínico ejercicio de transformación de la realidad. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz 2016.
‘La ira de Narciso’ de Sergio Blanco.
Escenografía, iluminación y vestuario: Laura Leifert y Sebastián Marrero. Actor: Gabriel Calderón.
Lugar y día: Sala Central Lechera de Cádiz, 26 de octubre de 2016. Asistencia: casi lleno.
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