CRÍTICA. Las películas del popular Charlot no tienen color; mejor dicho, solo blanco y negro, una dualidad sin posibilidad de encuentros. Enemigos. Como el día y la noche, viven con la agonía del otro. Bajo las risas y el humor de las películas de Charlot encontramos la metáfora de la felicidad y del amor, a pesar del infortunio, y su imposible conciliación con los valores emergentes de la sociedad capitalista. También la metáfora del eterno pulso entre poseído y poseedor.
No es casualidad que Terrenal. Pequeño misterio ácrata tenga tantas similitudes con la estética “Charlot”; la ambientación de la pieza teatral, es como una versión de La quimera del oro, El vagabundo o algo así, pero recordando modo y usos de vida en el ámbito rural o suburbial en la Argentina de la época peronista. En un trozo de terreno, que su padre Tatita les dejó cuando se fue veinte años atrás, viven en continua disputa los hermanos Caín y Abel. La decoración mínima sugiere unas cabañas divididas por una imaginaria cerca que separa el terreno –y la vida- de los hermanos. Ambos se embuten vestimentas acharlotadas, en blanco y negro y dialogan alumbrados apenas por una luz cenital. Contraste total, luz y oscuridad. Como el personaje creado por el genial Charlie Chaplin, Abel tiene una vida errante sin oficio ni beneficio, pero sin pena, en continua confrontación –dialéctica y vital- con el mundo normal, apegado a todo tipo de riqueza y a las normas protectoras de sí mismo –orden y sistema-, representado por su hermano Caín.
Aunque Caín recuerda la fábula de la cigarra y la hormiga en la disputa con su hermano para hacer valer su supremacía y ofrecerle el reclamo de una vida con orden, estabilidad y progreso, las advertencias de Caín siempre caen en saco roto. Abel no se rige por parámetros de dinero y posesión, sino por el de la libertad por encima de todo, incluso a costa de su propia vida; como sucede en la historia bíblica.
La obra se desliza en el corazón de los presentes como una parábola sobre la buenaventura del pobre, ingenuo y hombre libre, y una alegoría del sistema capitalista y la degradación humana que genera. La inocencia natural de Abel enerva a su hermano, un dechado de ambición y ansias de poder y propiedad. El misterioso e inesperado regreso de su padre, Tatita, un arquetipo de vividor y aprovechado –se intuye alguna invectiva indirecta hacia el general Perón y su obra política-, incrementa los celos de Caín, cuando Tatita consiente y aprueba la filosofía de vida de Abel. Los celos tienen importancia decisiva, sobre todo cuando se incrementan por la ineptitud de Caín en el acercamiento a las mujeres, al contrario de Abel. De su acercamiento a la soñada novia de Caín saldrá un castigo para Caín, tras la muerte de Abel, aún mayor que el impartido por Tatita al estilo de la historia sagrada: vagar permanentemente por el mundo con una señal distintiva.
Llama la atención la coherencia del relato, urdiendo sobre el mito bíblico una historia creíble en torno a los dos hermanos y su padre. Tres personajes definidos con rasgos extremos, bien caracterizados psicológicamente. Ideas profundas con envoltura de lenguaje sencillo y cercano: muy claro. Todo se expresa en clave de humor, frecuentemente interrumpidos los diálogos con recursos de clown. A pesar de la parsimonia con que se desarrolla, la obra entretiene y divierte, sin llegar a la hilaridad. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz 2016.
‘Terrenal. Pequeño misterio ácrata’. Autor y director: Mauricio Kartun.
Intérpretes: Claudio Da Passano (Abel), Claudio Martínez Bel (Caín) y Rafael Bruza (Tatita). Escenografía y vestuario: Gabriela A. Fernández. Diseño sonoro: Eliana Liuni.
Lugar y día: Teatro del Títere La Tía Norica de Cádiz, 28 de octubre de 2016. Asistencia: lleno.
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