CRÍTICA. Satoshi Kudo y Lucía Vázquez escenifican en Mazari el relato de aproximación, conocimiento, soporte mutuo en las dificultades y entrega total de una pareja que vivían en mundos separados. Romanticismo, en esencia. Es también un bello ejercicio de reflexión sobre las relaciones humanas. El punto de vista de la obra es el proceso de mezcla de dos cuerpos fluidos (mazari, en japonés). Esa mezcla física produce una reacción química que cambia y transforma cada una de las partes, produciendo un renacimiento.
En cierto sentido, la coreografía funciona como danza programática, a la que se adiciona el concepto Motion Qualia de Kudo, una teoría de movimiento que juega con la desconexión del equilibrio para producir nuevas y auténticas trayectorias de movimiento.
A pesar de partir del mismo principio, ambos intérpretes se expresan de forma diferente. Kudo se centra en los detalles: las pausas, los gestos con las manos y el movimiento de los dedos tienen tanto significado como sus movimientos en danza, con rápidos cambios de tensión y equilibrio. Kudo es enérgico, concentrado y brusco en sus manifestaciones, y ese carácter dancístico coincide con la interpretación de un personaje inestable y doliente. Vázquez presenta una imagen estilizada, elegante y fluida, incluso sería de debilidad si no fuera por el gesto hierático y adusto en la cara que enmarcó las entradas de sus intervenciones a solo.
La obra evoluciona de menos a más en el plano emocional y en la complejidad dancística. Los solos iniciales de los dos artistas, sus cartas de presentación en la forma propia de vivir la danza, cambian sustancialmente en los dúos. Los primeros se desarrollan en movimientos paralelos y coordinados, confluyentes a veces. De acuerdo con el relato, se produce luego la mezcla y con ella el cuerpo a cuerpo. Éste traba la danza, pero enriquece el mensaje. El significativo y espectacular fin de la pieza atrapa al público con la impactante estética visual de dos cuerpos completamente integrados en una sola unidad y con la fuerte carga simbólica que contiene.
Toda obra necesita un espacio idóneo. En la Central Lechera, espacio mazari, se sintió el pálpito de la danza en cada momento. Una sala excelente para disfrutar del intenso trabajo en suelo de los bailarines y las dos versiones diferentes de moldear los movimientos y la preparación postural de las transiciones.
De la misma forma, la elección de la música de acompañamiento condiciona en gran medida la producción de emociones estéticas o el sentimiento generado por la visualización de ese trazado de acercamiento y encuentro entre dos cuerpos. El inicio es más agresivo en el plano sonoro y tiene mucho que ver con el concepto musical de Louise Magnusson. Por otro lado, la música de Christian Fennesz y Ryuichi Sakamoto ejemplifica, de forma significativa para el discurso de Mazari, el concierto (en el sentido de acuerdo) de dos sensibilidades y estilos musicales que les ha conducido a producir obras conjuntas. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
XIX Festival Cádiz en Danza
‘Mazari’ , de Satoshi Kudo y Lucía Vázquez.
Dirección: Satoshi Kudo. Iluminación, Carmen Mori. Espacio, Federico Cazzaniga. Música: Louise Magnusson, Christian Fennesz y Ryuichi Sakamoto.
Lugar y día: Sala Central Lechera de Cádiz, 13 de junio. Asistencia: Lleno (con medidas Covid).