CRÍTICA. Bolero de Ravel se incorporó al canon concertístico por su belleza intrínseca y por la habilidad compositiva en una pieza de gran formato que solo utiliza un tema melódico y su contratema repetidos en diversas texturas instrumentales sostenidas por un ostinato rítmico. Con elementos tan simples y la aportación de un crescendo dinámico por acumulaciones instrumentales se desarrolla una pieza musical absolutamente hipnotizadora.
Todo el mundo conoce la genial composición de Maurice Ravel y es capaz de tararear su ritmo y melodía, si bien es menos sabido que el maestro francés compuso Bolero como pieza de ballet Fue un encargo de la bailarina Ida Rubinstein y es en esencia y en su origen una pieza musical basada en una danza de inspiración española. Luego vino el éxito con la versión orquestal, que el propio Ravel llegó a dirigir en numerosas ocasiones.
Resulta significativo cómo describe René Chalupt el baile de Ida Rubinstein en el estreno de Bolero: “En el centro de una amplia sala, una mujer danzaba mientras que alrededor se apretaban, cada vez más numerosos, hombres a quienes la visión inflamaba de deseo”.
El bailarín y coreógrafo Jesús Rubio también alude al deseo; a los deseos, mejor dijo. Considera, por ejemplo, que la danza “permite hablar de los deseos individuales en relación a los del grupo”, como afirma en una reciente entrevista. Quizá por eso Gran Bolero, diseñado como un canto “sobre el esfuerzo y el placer de resistir; sobre el tránsito entre el disfrute y el agotamiento”, ahonde metafóricamente en un relato sobre la tensión entre individualidad y pertenencia al grupo en cada persona. El grupo coreográfico emerge al principio como un elemento nuclear e integrador, a la vez que supone un núcleo potente de atracción, pero anulador de las individualidades. El relato describe cómo poco a poco los bailarines escapan y se liberan de esa conexión alienante y van desarrollando otras relaciones entre ellos, venciendo nuevas fuerzas desintegradoras de su individualidad, hasta llegar a un balance pleno e integrador de ambas polaridades.
Complementando el relato, la coreografía se estructura con un desarrollo paralelo y análogo a la composición musical. La riqueza y variación de los cambios texturales que identifican la pieza de Ravel, tienen su paralelismo en los temas dancísticos elaborados por los bailarines, primero a nivel individual y luego en parejas aisladas, mientras que la acumulación de grupos en la ejecución de los temas por libre generan el mismo efecto de crescendo que en su equivalente orquestal.
Como la duración del Bolero de Ravel es insuficiente para acompañar todo el tiempo el desarrollo de la coreografía, una pieza compuesta por José Pablo Polo, elaborada con el mismo carácter de sostén rítmico melódico, sostiene la coreografía en la primera parte. Luego, poco a poco se le superpone la música de Ravel hasta tener dominio pleno del sonido en la extensa coda orquestal de cierre.
En esta fase, una vez exploradas todas las texturas dancísticas, se incide simbólicamente en el tópico de liberación y completitud que pretende la creación de Jesús Rubio y los intérpretes se despojan de parte de sus prendas, o de todas, y elaboran así el impactante y frenético cuadro final que rememora el éxtasis de algunas danzas tradicionales. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
XVIII Festival Cádiz en Danza
‘Gran Bolero’
Compañía Jesús Rubio
Gran Teatro Falla de Cádiz, 15 de junio. Lleno