CRÍTICA. Liberto vive en sin libertad, sometido a la cárcel de un cuerpo donde el olvido y el vacío expresivo imperan. Tiene Alzheimer. Liberto permanece sentado, siempre en el mismo lugar, como un elemento indispensable de la escena. Siempre allí, debajo de un gran ventanal que sirve de frontera hacia el otro lado, donde la naturaleza libera sus particulares batallas de supervivencia.
Liberto es hijo de la libertad, de un anarquista que decide bautizarlo si y solo si el nombre de pila es ese, Liberto. El cura le impone a hurtadillas del padre un Joaquín Liberto que sirve para acallarle la conciencia, la del cura, y poco más. Liberto ha tenido suerte en la vida y su capacidad creativa produjo una patente de un elemento de construcción que le proporcionó bienes materiales y más libertad aún en la vida diaria. Dinero para vivir bien, comprarse una buena casa y educar a sus hijos con todos los medios que pudiera alcanzar.
El reportaje podría no haber sido sin esa masía propia, con amplios espacios libres alrededor, desde cuyos ventanales se graban escenas de una naturaleza desbordante, colorista y acogedora. Es el primero de los tres escenarios en los que se desarrolla el documental. Tres escenarios que tienen atmósferas y mensajes diferentes, pero que la historia de Liberto conecta entre sí.
El segundo escenario se encuentra en el entorno familiar de Liberto. La casa es un mundo cerrado al exterior, pero en ella se desarrollan diversos proyectos vitales, que se muestran con escenas actuales y con grabaciones de las que se vivieron en su momento.
Los placeres cotidianos de un Liberto libre se detallan, para el que quiera entender, en planos fílmicos; pero un simpático listado expuesto en plano fijo resume la cuestión. El primero de los placeres cotidianos de Liberto, a los ojos de sus hijos, es su mujer. Hacia ella se dirige de vez en cuando la atención de la cineasta; muestra la sintonía de la pareja y el apoyo esencial en la trayectoria vital de Liberto. Él y su mujer forman una pareja acomodada, de izquierdas, intelectualmente comprometida, productiva y sensible a cualquier manifestación artística. Se muestra en los cuadros que penden de la pared, en la afición por la música que heredan todos, en la gran escultura dedicada a su mujer que Liberto moldea con sus propias manos, mucho antes que perdiera la capacidad de crear, de hablar, de pensar…
El tercer escenario muestra el drama de Liberto encadenado por su enfermedad. La cineasta ha tenido la preocupación de mostrarlo en un claroscuro de respeto; en este escenario se atisba, pero pocas veces se define, la cara del anciano, en el que la enfermedad de Alzheimer deja su huella inexorable. Escondida en la semisombra que forma el contraste con la claridad que entra por el ventanal, son las manos de Liberto las que nos hablan de él. Manos que acarician a Luz, su sempiterna acompañante y cuidadora.
Ahora Liberto recoge los frutos del cariño que dispensó, ahora recibe atención y unos besos de su familia. Unos besos que reflejan el compromiso de mantenerlo unido a ellos, encadenado a la vida. El documental, cuenta la cineasta, “nos regala una mirada sobre el esplendor y el ocaso, sobre esos gestos cotidianos de resistencia ante la proximidad de la muerte. Espacios de intimidad compartida donde se ahonda en los fantasmas de la memoria, transmutados con bella simplicidad en archivo fílmico y familiar”. Todo eso contiene, pero también nos ha contado una ejemplar historia de amor. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DE LA PROYECCIÓN:
Alcances 2018. Festival de Cine Documental de Cádiz
Sección Oficial (largometraje)
‘El señor Liberto y los pequeños placeres’
Dirección: Ana Serret Ituarte / Producción: Ana Serret Ituarte / Guión: Ana Serret Ituarte / Pais: España / Año: 2017 / Duración: 74 min. / Sonido: Sergio López Eraña