CRÍTICA ‘Sub terrae’. El documentalista tiene como obligación de explorar nuevos espacios narrativos en los que desarrollar su trabajo. A veces, el azar los presenta a sus ojos, y el don de la oportunidad prevalece sobre otras consideraciones para valorar su trabajo. En la mayoría de los casos es el resultado de una búsqueda en constante alerta para encontrarlos, como ocurre con el documental Sub Terrae. El relato se aprovecha de un espacio singular que contiene dos elementos diferenciables, pero conexos entre sí, que se funden en uno para conformarnos la imagen similar a la de un infierno: un lugar espantoso y horroroso, donde la muerte impera y la esperanza se esfuma.
El primero de los elementos de ese espacio narrativo es un cementerio. ¡Qué original!, dirán ustedes. Lo singular es que, como en las películas de horror, la cámara viaja por sus pasillos, bajo la vigilancia inquietante de aves carroñeras apostadas en lo alto de las hileras de nichos. No había tenido ocasión de ver anteriormente un cementerio con estas características y aunque sin llegar a ser epatante, la imagen no deja generarnos una sensación de incomodidad y desasosiego. El agrupamiento coral de córvidos y buitres negros, en posición de espera, suena como una sinfonía de la muerte, que enmarca perfectamente con el registro documental de las zonas por donde transita la cámara.
Aunque el documental transcurre sin diálogos, no hay silencio como uno podría esperar de ese lugar, sino un ruido sostenido de máquinas en actividad que se va percibiendo con más claridad cuando la mirada cinematográfica abandona el camposanto y se aproxima al borde de un precipicio, justo al lado de donde está ubicado el cementerio. El sonido cada vez más intenso acompaña entonces a la cámara que va descubriendo el otro elemento indispensable de este documental único: en el fondo del precipicio, una docena de camiones operan depositando basuras en un estercolero. En la mirada cenital de la cámara se cruzan cientos de aves carroñeras esperando el momento de abalanzarse sobre los despojos… cuando terminen el trabajo de rebusca que otros tantos seres realizan en medio del basurero. Como telón de fondo de la imágenes, tras las aves en continuo movimiento, cientos de personas se mueven entre los desechos para aprovechan la basura y encontrar algo de sustento o paliativos para sus necesidades. El documental se remata con una alusión significativa a Infierno. Canto I de la Divina Comedia de Dante Alighieri: “A mitad del camino de la vida en una selva oscura me encontraba porque mi ruta me había extraviado”. Sub terrae es un documental sin palabras, impresionante en todos sus aspectos.
FICHA DE LA PROYECCIÓN:
Alcances 2017. Festival de Cine Documental de Cádiz.
‘Sub terrae’ de Nayra Sanz (2017, 7 min). Producción: Rinoceronte Films. Guión: Nayra Sanz. Fotografía: Nayra Sanz. Montaje: Nayra Sanz. Sonido: Juan Carlos Blancas.
CRÍTICA ‘El becerro pintado’. Rememora la anécdota del becerro de oro, objeto de la adoración idólatra profesada por los israelitas, camino de la tierra prometida y al mando de Aarón, hermano de Moisés, cuando este ascendió al monte Sinaí para recoger las tablas de la Ley.
David Pantaleón recrea el hecho y reproduce la fábula pero con un becerro pintado con purpurina a mano. El documental registra cómo se pinta el animal, se lleva por todo el pueblo hasta el lugar de adoración -la imagen del becerro pintado en una iglesia tiene un aire de profanación que enfatiza el propio gesto idólatra- y luego se limpia el animal con agua a chorros. La narración cobra sentido con el canto intercalado del hecho bíblico, lo que proporciona las claves para entenderlo. El canto contiene una melodía extraña ejecutada por la gente sencilla que forma el Rancho de Ánimas de Armejales-Teror, conocido también como “los cantadores”.
La lectura de El becerro pintado como un documental anticapitalista es clara y lo expresan los créditos de la película: “Los que rinden culto al Becerro de Oro basan su vida en el materialismo, pretenden obtener bienes y riquezas con su adoración. La mentira y el saqueo se transforman en una práctica común”. El oro, sublime en términos económicos, representa los bienes y la riqueza. Y el becerro pintado representa los nuevos ídolos en torno al dinero, que surgen de la necesidad que tiene el hombre de crear ídolos sustitutivos, como nuevos dioses que le dirija. De ahí que la limpieza del becerro sea una imagen de regeneración y purificación, una liturgia deseable de retorno a los principios. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DE LA PROYECCIÓN:
Alcances 2017. Festival de Cine Documental de Cádiz.
‘El becerro pintado’ de David Pantaleón (2017,10 min). Producción: Marvin&Wayne. Guión: David Pantaleón. Fotografía: Cris Noda. Sonido: Carolina Hernández, Daniel Mendoza.