CRÍTICA. La sinopsis aventura el tono poético, simbólico y en cierta manera críptico del documental Los sonidos de la soledad: “El tiempo se desdibuja en los espacios del vacío. Cinco mujeres habitan solas en Castilla. Aire, Fuego, Agua, Tierra y Éter guían la relación entre el cuerpo y el espacio de nuestras protagonistas. Un viaje a través del silencio que nos encamina a la muerte”.
Se trata del primer largometraje de Cristina Ortega y enlaza con su interés sobre la antropología visual. De hecho, el documental es un trabajo realizado para la Diputación de Soria enfocado a un retrato antropológico de habitantes de los pueblos de la provincia.
Rodada en blanco y negro, el documental se toma su tiempo para acercarse al conocimiento de la experiencia humana en parajes casi deshabitados de Castilla. Un tiempo que se entrega a la mirada poética de un paisaje árido, seco, austero, domeñado apenas por el hombre, y a pesar de todo seductor. Se recrea en el encuadre artístico de los desolados campos sorianos y capta sus leves matices sonoros, el murmullo de la vegetación y el sonido de aves, conjuntados en trabajo de laboratorio con la intensidad vibrante de los graves de campanas, con su simbología anexa. La contemplación reposada y plena de hallazgos visuales y sonoros se diluye poco a poco para abrir otra mirilla al espectador: la gente. En femenino, porque la soledad parece solo de mujeres.
La cineasta establece una clara analogía entre la soledad de las personas en estos parajes, que ejemplifica en cinco mujeres del pueblo, con la soledad que transpira ese paisaje, que incluso los mayores del pueblo –los que aún se quedan– evitan, aunque sean caminos frecuentados (“una casualidad que te encuentres un coche para que te pueda coger en un necesidad” afirma una de las protagonistas a su amiga, después de cometer la “locura” de pasear sola hasta un paraje especial de la tierra).
Son cinco las mujeres que transitan delante de la cámara, algunas veces sin saberlo, y nos desvelan parte de sus experiencias. No hay pretensión de introducirse en el fondo de sus vidas ni de conocer el relato biográfico de las protagonistas; la cámara capta escenas de su interacción con el entorno rural “matando el tiempo” y son en los diálogos donde se descubren retazos personales que permiten pergeñar el conocimiento de la forma de vida en el pueblo en épocas anteriores.
Los diálogos entre vecinas transmiten la sensación de que sirven como acompañamiento en la soledad y no tanto como comunicación, cada una con su historia y enclaustrada en su propio mundo; son diálogos en los que se comparten experiencias –aunque no sentimientos– con muchos sobreentendidos entre ellos y dotados de un lenguaje particular y propio (el lenguaje y la forma de la explicación de cómo eran los partos sin atención médica que ofrece una de las protagonistas se puede tomar como paradigma de los reductos culturales que aún subsisten).
Los sonidos de la soledad concluye con una aproximación a la muerte, colofón del tránsito en soledad, con varios puntos de apoyo que son como aristas del mismo tema: el ceremonial de un funeral, el testimonio de las sensaciones en un entierro, el sobrecogedor relato del suicidio (sin explicitarlo) del marido y el canto religioso de celebración cristiana de la Resurrección. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA:
Alcances 2016, Festival de cine documental de Cádiz.
Sección Oficial Largometrajes.
‘Los sonidos de la soledad’ de Cristina Ortega Blanco (2015, 87 min.)
Productora: Chema de la Peña. Guión: Cristina Ortega.
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