CRÍTICA. Seguramente, y a pesar de que no ser su intención fundamental, el documental Malpartida Fluxus Village le servirá para ampliar sus conocimientos del movimiento Fluxus. Con el filme, por supuesto conocerá algo más sobre el artista alemán Wolf Vostell aunque la documentalista María Pérez, no tenga propósitos biográficos en su largometraje. Pero si busca información documentada sobre el movimiento Fluxus en España, mejor que indaguen por otro camino: las restricciones autoimpuestas por la cineasta limitan el centro de atención del documental a Malpartida en relación con Vostell y de forma colateral a Vostell en relación con el movimiento Fluxus, y a Fluxus como medio para que tres destacados miembros del movimiento –Philip Corner, Ben Patterson y Willem de Rider- reproduzcan modos y maneras artísticas que triunfaron en los 60s.
Es preciso entonces contextualizar la toma de decisión de la cineasta para que el documental no se centre en Fluxus: ya existen trabajos en ese sentido. Siendo consciente la cineasta de su decisión, habría que hacer notar que otras perspectivas -¿ningún artista extremeño, o español, tuvo relación con Vostell o con el movimiento Fluxus?-, se hubiera podido combinar el propósito de realzar Malpartida como punto central del “golpe” contra el stablishment cultural que supuso Fluxus y, por supuesto, en dar cuerpo a la película como homenaje a Vostell. Al menos, explorar con más intensidad la conexión de Vostell con la música, mucho más teniendo en cuenta que la participación de Philip Corner y Ben Patterson estuvo motivada en sus orígenes por la búsqueda de otras formas de expresión en la música.
Tengamos presente pues que Malpartida Fluxus Village prefiere caminar por una senda cercana al terruño y hacia ello apunta el documental, que resalta el papel de Malpartida y pone en valor el paisaje natural de Los Barruecos como elementos fundamentales en la decisión de Vostell de crear un museo. Recordemos, a este respecto, que el artista alemán Wolf Vostell se mudó con su familia a Malpartida de Cáceres a mediados de los años 70 y que en medio del paraje natural fundó un museo de arte contemporáneo convirtiendo a Malpartida en el primer pueblo Fluxus.
En esa línea, rozando lo etnográfico, apunta el comienzo del documental –mujeres ataviadas en traje regional y cantando una canción antigua sobre Malpartida-, la intervención de un folklorista en el homenaje a Vostell, el singular registro visual y sonoro de un cantaor en compañía del artista y la entrevista con gente del pueblo. Nada nuevo si se toma en consideración las declaraciones de la directora: «Me enfrenté a la película con el espíritu de una etnógrafa exploradora, como si yo no fuese extremeña y no hubiese crecido escalando las rocas de Los Barruecos. Quería retratar ese imposible encuentro cultural entre mis paisanos y los artistas del movimiento Fluxus como si filmara el primer contacto entre un grupo de turistas y una tribu de Papúa Nueva Guinea». No obstante, en esa misión no contribuyen especialmente los propios paisanos, con pocas aportaciones sobre su relación con Vostell, debiendo recurrir a la reproducción de una performance -en clave homenaje, por tanto, anticuado- de los antiguos compañeros del movimiento para insuflar aire a la narración. Por esas limitaciones, creo que Malpartida Fluxus Village no alcanza sus propósitos.
No quisiera avanzar sin resaltar el interés que tiene la película como documento; en especial, cuando rescata videos de los orígenes de Fluxus en Malpartida. La escena de tres ancianas, ataviadas en negro y a la antigua usanza contemplando sin entender nada las obras del artista pero valorándolas muy bien, es antológica. Pero, en el rescate de lo que significó Malpartida en el arranque de Fluxus en España se queda el documental en un apunte.
Sin embargo, inesperadamente, el documental revela el problema de tiempo y memoria en la historia, y por ende en la documentación histórica. Es significativa la escena de entrevista en grupo a pie de iglesia –con su azarosa nota de humor final- y la autocorrección que realiza un componente de un grupo ante afirmaciones colectivas del grupo, imposibles de ser ciertas en el contexto temporal al que se referían. Afirmaciones que tenían sentido, no obstante, con otras referencias de tiempo. No es una anécdota aislada: ese problema de tiempo y memoria surge también con los artistas, que no terminan de reconocer el sitio donde actuaron tiempo atrás.
En la película, los participantes se convierten en personajes que se escapan al control de la cineasta; y esto es un valor singular del documental: se disfruta con brillantes escenas de humor de Philip y Willem, al estilo de los hermanos Marx, y de una exhibición retórica de Willem, muy a su estilo, en el que aprovecha para asestarle alguna puñalada al supuesto homenajeado y a todos en general.
En ese sentido, la obligada asistencia de la mujer del artista, también escapa al papel de mujer agradecida por el homenaje a su marido –al que desde luego apoyó incondicionalmente- y veladamente alerta sobre el posible abandono del museo cuando ella no esté. Al fin y al cabo, no le hacen mucho caso; la escena donde debe recoger los sombreros usados por los amigos en el homenaje, a pesar de su petición expresa para que los coloquen en su sitio, se eleva como dedo acusador y premonitorio de otros abandonos. En definitiva, el museo representa la utopía de todo artista contemporáneo: que su arte sea compartido por el pueblo. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA:
Alcances, Festival de cine documental de Cádiz.
Sección Oficial Largometrajes.
‘Malpartida Fluxus Village’ (España, 2015, 73 min). María Pérez, dirección y guion. Santiago Racaj, fotografía. Carlos Egea, montaje. Roberto Fernández, sonido.
Proyección: Cádiz, Multicines El Centro, martes día 8 de setiembre, 19:30h.