CRÍTICA. El aroma que se respira en Game Over huele a irreal, ¿quién puede haber dedicado toda su vida a coleccionar armas, trajes militares, reproducir situaciones de guerra en videos de forma obsesiva, y acometer hazañas bélicas inalcanzables para el común mortal? O, si existe, puede que la calificación general del personaje sea “poco cuerdo”. Pero no, al menos tal como lo presenta la cineasta Alba Sotorra, se trata de un caso real –a veces, tan real que alguien sospecha de una ficción: ¿cómo demonios se obtiene tanta calidad en la grabación in situ de una acción de guerra en Afganistán?-.
Sotorra expone en este documental el caso del joven Djalal Mohammadmadet Banchs, con sangre pérsico-catalana en sus venas a quien la directora conoce, unos años antes, tras regresar de las misiones españolas en Afganistán y abandonar el ejército “deprimido y desorientado”. Game Over no describe una historia irreal, simplemente desvela un caso atípico de una típica situación familiar: ruptura matrimonial y un joven (mimado por la vida) que se encuentra en medio de esa batalla –un nuevo escenario de guerra-. Solo que, y esta es la diferencia, la familia supera el estándar de la clase media gerundense –se diría que la posición económica familiar es muy acomodada-, la madre se precia-reprocha de haber sido más amiga que madre de Djalal, y el joven no soporta la autoridad del padre, a quien madre e hijo culpan, ambos sin dudarlo y al unísono, de no ser el marido-padre que debió ser.
En ese contexto, chico rico (o que tiene lo que se le antoja, que es lo mismo para él) que se dedica simplemente a satisfacer sus caprichos aprovechando el dinero familiar y su capacidad de situarse en la tierra de nadie de las (in)decisiones paternales, Game Over documenta un triple “se acabó”: la liquidación de la casa donde viven padre e hijo para disponer de dinero –el padre no encuentra trabajo, según confiesa-; el abandono de los juegos de guerra de Djalal –¿la razón?: ya no encuentra satisfacción y él, narcisista impenitente, se consuela con que nadie podrá emular sus hazañas, grabadas en vídeos publicados en las redes sociales con la firma de Lord Sex-; y, por encima de todo, la película señala también el abandono de su vida ociosa –la participación temporal en la misión de Afganistán enrolado en el ejército español, habría que entenderla como una prolongación de sus juegos de la guerra-. Podría incluirse otro gameover subyacente, el cambio chicoahombre a punto de cumplir Djalal los veinticinco años, que ya son.
Secuencia de Afganistán: El padre no está de acuerdo con la decisión de Djalal de enrolarse en el Ejército, pero además le recuerda a Djalal que regresa a la tierra de sus abuelos –por si acaso, el joven cambia el orden de sus apellidos-. La madre reprocha al padre que le hubiese regalado armas y le hubiese permitido sus juegos de guerra. No obstante la situación de amenaza continua a su integridad personal, en las misiones de vigilancia desde la base de Herat, donde se ubica su unidad de Cazadores de Montaña, Djalal vive con excitación y alegría los ataques talibanes a su patrulla. Ataques que graba con idéntica pasión de autocineasta que sus simulados juegos de guerra. La grabación de su primer disparo mortal conociendo a quién abatía –no como dentro de los blindados, desde los cuales “matan a ciegas”- es un nuevo hito en ese juego de la guerra permanente en el que vive Djalal. Fin de la secuencia.
No queda claro que la causa de su abandono posterior fuese por un posible trauma o arrepentimiento forzado por las muertes que provocó su habilidad como francotirador. Más bien se deduce que pasada la excitación inicial fue el aburrimiento o más bien su renuencia a soportar obediencia y disciplina en la milicia, teniendo en cuenta su irredenta costumbre de hacer lo que le da la gana, la causa última de su decisión. Es una suposición a ojo de buen cubero, porque el episodio afgano pasa como de puntillas en la película de Alba Sotorra, una vez subrayada la capacidad mortífera de Djalal y, por ende, del contingente español.
El documental tiene una interesante historia que contar, y la cuenta con las dosis cinematográficas precisas para que el espectador reconstruya de forma elíptica toda la vida del joven Djalal. Añadamos también al haber del documental una fotografía impecable y la inusitada -y reveladora- secuencia de Afganistán como valores destacados del filme. No obstante, quizá por un desarrollo marcado por la irrealidad de las situaciones a ojos del espectador, las emociones se mantienen desde el principio en punto neutro hasta que el documental hace su propio gameover. Una observación: no parece creíble la preocupación de Djalal por el futuro, “como cientos de miles de jóvenes españoles de mi edad”, de alguien que cuenta con la protección incondicional de su afortunada madre y la compañía muda de su babygirl en plan modelo y un cochazo de lujo al más puro american style of life. En ese sentido, nos quedamos sin saber a qué guerra está jugando Djalal. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA:
Alcances, Festival de cine documental de Cádiz.
Sección Oficial Largometrajes.
‘Game Over’ (España-Alemania, 2015, 78 min). Idioma: Catalán e Inglés (V.O.S.E.). Alba Sotorra Clua, dirección y guion. Isa Campo, guion. Jimmy Gimferrer, fotografía. Cristóbal Fernández, montaje. Alejandro Castillo, sonido.
Proyección: Cádiz, Multicines El Centro, miércoles día 9 de setiembre, 22 h.