CRÍTICA. Dentro de la sección oficial de Alcances 2014, repasamos los cortometrajes incluidos en el programa 1: ‘Vidas’, de Antonio Sánchez del Amo; ‘La máquina de los rusos’, de Octavio Guerra; ‘Diámbulo’, de Javier García Martínez; ‘Walls’, de Miguel López Beraza; ‘Pettring’, de Eloy Domínguez Serén; ‘Bere bizitzetako bat’, de Aitor Gametxo Zabala; ‘58 ore de intoarcere’, de Javier Cardenete Rivera; y ‘Breve historia de un socavón’, de Guillermo G. Peydró. Sí, para todos los gustos.
Vidas es un relato sin voz de tres historias de adaptación a un entorno inconscientemente hostil con los discapacitados y de superación personal hasta límites insospechados. Antonio se quedó sin brazos con dos años tras tocar un poste de alta tensión, Emi permanece en silla de ruedas desde los 19 años por culpa de un accidente de moto y Paco se auto-clasifica como hombre pequeño, una reclamación para que el calificativo de enano quede en el olvido. La cámara de Antonio Sánchez del Amo capta instantes en la cotidianeidad de sus vidas, las tres casi en paralelo, y se introduce en sus casas, en el trabajo y en el entorno familiar en un día cualquiera de sus vidas. La luz y la claridad predominan en sus planos, de pequeña duración, que pretenden alcanzarnos instantes minúsculos que den cuenta de la heroicidad personal en esas historias personales. Por tan solo el detalle de cómo Antonio se pone los calcetines y por las reflexiones finales de cada uno de los protagonistas merece la pena ver este cortometraje.
Tercera clase es un trabajo con recursos mínimos, influenciado por el «cine directo» de los realizadores chinos, que dan cuenta de un viajes en barco por un rio de China. La cámara se detiene en anécdotas que captan al azar, en un ambiente de incomunicación de los realizadores con los viajeros que le acompañan. Sin guion previo ni preparación en las escenas, la realidad se superpone a las imágenes, aunque el espectador queda libre de interpretarlas según su conocimiento y experiencia. La riqueza cromática de las imágenes que fluctúan levemente en su pinceladas y el exotismo de las vivencias en otra cultura y en un ambiente extraño para nuestros ojos alivian un tanto la sensación de que Tercera clase es un trabajo a vuelapluma.
El humor sutil y socarrón en La máquina de los rusos de Octavio Guerra es el mayor atractivo de esta pieza documental, en el que realiza una revisión de la vida familiar en su infancia a través de las películas realizadas en súper-8 por el padre del propio cineasta. Es un corto donde prevalece el discurso sobre la imagen, un corto construido sobre retales de las películas rodadas en su niñez y sobre las que vuelca sus conocimientos actuales para caricaturizar a su padre como realizador pero en las que, al abrir la memoria de su padre, comprende mejor su mirada amorosa a su madre y hacia el propio director.
Casi en el límite para alcanzar el mediometraje, el prolongado esfuerzo de Javier García Martínez por aprehender los límites del sueño parece no cerrar por completo el baúl que él mismo abre cámara en mano. Diámbulo es un inteligente y documentado trabajo que nos da múltiples perspectivas sobre el sueño, desde la concepción mitológica de los dioses Hipnos y Tanatos hasta las fotografía artísticas de Sophie Calle con Los durmientes, pasando por la investigación sobre el sueño lúcido y las propias experiencias personales en su entorno familiar, que elabora con múltiples recursos cinematográficos. Remedando que el árbol no deja ver el bosque, la multitud de detalles aleja la atención sobre el punto de vista central de la obra que uno no termina por conocer a ciencia cierta.
Hay un cierto toque clasicista en Walls, que desvela un día en la vida del Sr. Istvan y la Sra. Magdi, vecinos desde hace muchos años en un edificio de Budapest. Hay un toque presuntuoso en la afirmación del cineasta de que son “las paredes que rodean a ambos las que desvelan sus pequeñas pasiones, historias y rutinas” puesto que es el propio realizador, convertido en narrador omnisciente, quien nos las desvela. Pero hay, sobre todo, dulzura y delicadeza, diría amor, hacia los dos ancianos, que comparten lo que pueden para disfrutar un poco más de su retiro, con tranquilidad y armonía. El realizador ofrece una visión empática y comprensiva de los protagonistas, reforzada con un ritmo sereno y pausado, que posiciona al espectador a su favor aunque no sepa realmente nada de ellos –sí, que Istvan cayó herido en las piernas en la II Guerra Mundial y que Magdi es una gran cocinera- solo porque son ancianos.
Pettring, aprendiz en sueco, es la lectura de Eloy sobre su propia situación en Suecia. Fundamentalmente, registra con cámara fija secuencias de su trabajo en la reparación de viviendas, rodeado de personas a las que no entiende y con las que no puede comunicarse. El autor plantea la filmación minuciosa de su trabajo como una metáfora sobre la construcción de su nueva identidad como emigrante y cineasta, en las que aflora momentos de desfallecimiento -“Hay muchos días que me pregunto qué coño hago aquí”- y, en cierta forma, resentimiento –“Quién le iba a decir a mi madre, que cincuenta años después que mis abuelos se marcharan como emigrantes, yo tuviera que hacer lo mismo”-. La idea llega al espectador, aunque las tomas que incluye y que reflejan el ambiente en las calles y parques de Suecia, tienen poca conexión con el tema. Eloy las justifica porque en el fin de semana se convierte en voyeur.
Una de sus vidas no termina de cuajar en el espectador perdido en la confusa maraña de las imágenes procedente de una grabación amateur de un viaje a París. «En tanto que instantes filmados, y no vividos, ya no los siento como míos», dice una de las notas que un cineasta amateur envía a una amiga junto con esas películas. Es una de las reflexiones, muchas de gran calado, que inundan el corto y tienen un cierto aire a mensajes tuiteros de una persona sensible e inteligente. Pero despojado del discurso textual leído en voz en off, el contenido fílmico no aporta nada.
El viaje de 58 horas de vuelta en autobús desde España hasta Bucarest, visto desde el interior del propio autobús, con diálogos esporádicos de algunos de los pasajeros rumanos, mucho silencio y, en la segunda parte, con las opiniones políticas sobre la influencia de la apertura limitada de fronteras a los trabajadores rumanos son el testimonio de la dureza, física por el cansancio del viaje y psicológica por las incertidumbres que generan no poder labrarse un futuro, ni en el país de origen ni en el de adopción, que soportan los rumanos emigrantes. Un documental serio y directo, al que le falta la alternativa dialéctica a la conocida posición de Noam Chomski sobre las causas y efectos de la crisis que asola, aún, a toda Europa.
El madrileño Guillermo Peydró sigue avanzando en sus temáticas preferidas, relacionadas con el arte, y exhibe aquí su último trabajo sobre pintura. Breve historia de un socavón, que avanza un paso más hacia el género del micro-corto, dura sólo 2 minutos y en ese breve lapso de tiempo realiza una alegoría utilizando tres elementos: la voz en off extraída del NO-DO relatando los trabajos de reparación de un socavón en la calle de Almagro, una fantasmagórica pintura de figuras sin cabezas, cuyos huesos yacen en el suelo y la memoria colectiva de una etapa que se extinguió con la muerte de Franco. El corto es una alegoría y una postulación del autor contra el cierre en falso que supuso la Ley de Amnistía de 1977. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA:
Alcances 46ª Edición de la Muestra Cinematográfica del Atlántico.
Programa Sección Oficial. VIDAS (2013, 11 min.) Antonio Sánchez del Amo / LA MÁQUINA DE LOS RUSOS (2014, 9 min.) Octavio Guerra / DIÁMBULO (2014, 29 min.) Javier García Martínez / WALLS (2014, 10 min.) Miguel López Beraza / PETTRING (2013, 20 min.) Eloy Domínguez Serén / BERE BIZITZETAKO BAT (UNA DE SUS VIDAS) (2014, 8 min.) Aitor Gametxo Zabala /58 ORE DE INTOARCERE (58 HORAS DE VUELTA) (2014, 13 min.) Javier Cardenete Rivera / BREVE HISTORIA DE UN SOCAVÓN (2014, 2 min.) Guillermo G. Peydró.
Lugar y día de exhibición: Cádiz, 8 de setiembre de 2014.