CARTA AL DIRECTOR enviada por: Encarnación Martínez Galindo, de Málaga
No es solo ahora, en tiempos de pandemia, en que por necesidad de llevar mascarillas apenas nos reconocemos y debemos acercarnos para asegurarnos y saber con quién hablamos sino por cuestiones situacionales.
Fortuitamente y por azares de la vida podemos encontrarnos ante circunstancias en las que nuestro interlocutor no tiene por qué saber a qué dedicamos nuestras acciones personales o laborales. En alguna ocasión se puede oír a alguien indicar a otra u otras personas que se le trate con mayor distinción por ser fulanito/a de tal o de cual como un reproche: ¡Usted no sabe con quién está hablando!
En otras ocasiones, sin embargo, hay y ha habido a lo largo de la historia y en la actualidad todo tipo de personalidades -grandes reyes y atrevidos soldados, eficientes políticos y escurridizos bandoleros, geniales músicos y adorables cantantes, indagadores científicos e incansables escritores…- que han ocultado su verdadera identidad y se han mezclado, en determinados momentos, con las gentes, con el pueblo, con su público… en un acto de, como en el Oráculo de Delfos (según las palabras inscritas en unas piedras), conocerse a sí mismo y así poder pasar “de puntillas” para mayor relajación psicológica o por despojarse momentáneamente de la pesada carga del estatus o rol. Y ahora, sin deseos de ser reconocidos: ¡Como intuya usted con quién está hablando corremos el riesgo de resquebrajar el atisbo de libertad que se anhela encontrar!
En unos casos, la intención es hablar para ser tenidos en cuenta por lo que se es socialmente; en otros, hablar para pasar desapercibidos en búsqueda personal de la propia libertad y… en última instancia nos resta hablar a solas porque como decía Antonio Machado: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”.
Sea como fuere, sea al hablar con los demás o a solas, en todos los casos, se conozca o no a tu interlocutor, que sea hablar y dejar hablar con respeto. ¿Quién sabe? DIARIO Bahía de Cádiz