CARTA AL DIRECTOR enviada por: Encarnación Martínez Galindo, de Málaga
Puede que alguien, en el último momento de su vida, unos minutos o segundos anteriores al desenlace final pronuncie, ante la enfermera que abnegablemente lo cuida: “señorita, estoy… muy nervioso”. Podría haberse producido esta construcción sintáctica en otros contextos: de un pasajero hacia la azafata, en un avión; de un alumno o alumna ante un ejercicio, hacia la maestra, en un aula; de un comensal hacia la camarera, en un restaurante, etc.
Pero en el contexto referido, el nerviosismo es irremediablemente distinto. Algo desconocido, indescifrable, innombrable, difícilmente perceptible, inabarcable, indomable… le hacía frente inexorablemente a nuestro “alguien” citado.
Los últimos momentos en la vida de cada persona son genuinos, únicos, sólo pertenecientes a cada cual. Demasiadas vidas que terminan heroicamente y que se ven acompañádamente solas en esos instantes cruciales… y que son, a pesar de su heroicidad, infinitamente anónimas.
Porque a la historia, no se pasa, pasa la propia historia de la humanidad, pasamos todos. Cuando alguien se ha empeñado, en su delirio, forzar su paso a los libros de historia, lo ha hecho para emborronar sus páginas, para defraudar y posiblemente ocasionar daños casi irreparables.
La propia humanidad es la que, a la postre, designa a los que le sirven de referentes para sobrevivir. La Historia ya está llena de aquellos que se encumbraron a sí mismos haciendo destrozos a su alrededor y arrinconando a aquellos que con su ejemplo y su coraje por vivir en paz, sólo deseaban humildemente pasar valientemente al anonimato histórico en pro de la especie humana. Señor, estamos… muy nerviosos. DIARIO Bahía de Cádiz