CARTA AL DIRECTOR enviada por: Pablo Sánchez Abascal, de Cádiz
Antonio Gala ha muerto a la muy universal edad de noventa y dos años. Con su marcha, se quedan huérfanos poetas, ensayistas y dramaturgos de una generación que, si bien conoce algunas de sus obras, poco parece haber ahondado en lo profundo de su legado.
Sin embargo, lo que más me preocupa de la marcha de Gala -muy deseada por el escritor desde hace mucho tiempo- es su misteriosa correlación con la de otros contemporáneos que han escrito en mayúsculas, no solo la literatura de su tiempo, sino el pensamiento de nuestro país. Hace pocos meses se perdieron en el tiempo los Quintero, Sánchez Dragó o Escohotado que tan bien dominaban la lengua de Cervantes como las ideas de Ortega y Gasset. Y el vacío que nos dejan es desolador; sí, sobre todo ante un panorama en el que no se ven sustitutos que los reemplacen y, aún peor, tampoco se les espera.
Debieran ser conocidas las noches de tertulia en las que Sánchez Dragó -como conductor del programa Negro sobre blanco- discutía sobre letras e ideas con sus equivalentes intelectuales Quintero y Gala, cada uno en su rol de entrevistador y actor frustrado, el uno, y mariquita intelectual, el otro. Una obra de arte que, desde luego desde mi punto de vista como profesor y poeta de segunda, debiera ser de visionado obligatorio en todos los centros de enseñanza secundaria del país.
Tan fundamental como aquellas conversaciones entre los tres mosqueteros son las trece noches en las que Gala y Quintero discutieron amorosa y efervescentemente sobre los temas que conforman toda vida y alma humana. Sus conversaciones llegaron a tal nivel de transcendencia que fueron transcritas en forma de libro y llegaron a mis manos como regalo celestial. Gala y Quintero se siguieron viendo a escondidas y alguna vez más grabaron otro programa en el que Gala hacía gala de su apellido y Quintero de aprendiz inocente que admira a su maestro tanto por su astucia como por su acidez. Así eran los dos, dos andaluces de pura cepa (y adopción) que presumían respectivamente de su Huelva y Córdoba queridas.
Escohotado estaba hecho de otra tinta pero, sin duda alguna, pertenecía a ese grupo selecto de pensadores cultivados en una España marchita y pestilente. También se reunió con Sánchez Dragó y Quintero para poner a bien pensamiento y estudio, pero su campo de batalla –aunque el mismo– lo pisaba desde otros flancos.
Y lo que me preocupa, sí, lo que verdaderamente me atormenta es, ¿quién leches nos va a guiar ahora por el sendero de la luz? Por suerte, todavía nos quedan algunos como Savater o Arrabal, pero también estos empiezan estar más que tocados por el efecto del tiempo y la erosión.
No sé si serán Bisbal, Rosalía o Alborán los que recojan el testigo pero, ¡ay, madre mía, que el señor nos coja confesados! DIARIO Bahía de Cádiz