CARTA AL DIRECTOR enviada por: Conchi Basilio
Seguimos teniendo una arraigada tradición en el cuidado de nuestros mayores, que sigue siendo como una obligación que lo asuman las mujeres. Si pensamos en que cada vez es mayor el porcentaje de población de más edad, debido fundamentalmente al aumento de la expectativa de vida y la disminución de la tasa de natalidad, resulta evidente que aumentará en un futuro muy próximo, el número de personas que necesiten algún tipo de ayuda, y por tanto el número de cuidadores.
Por lo general es la familia quien asume la mayor parte del cuidado de estas personas y más concretamente una única, que suele ser mujer, esposa o hija, en algunos casos, pero pocos una nuera. Hasta el punto de que ocho de cada diez personas están cuidando a un familiar mayor en nuestro país, mujeres entre 45 y 65 años de edad. Una de las principales razones de que la mayoría de los cuidadores sean mujeres es que, a través de la educación recibida y los mensajes que transmite la sociedad, se considera que la mujer está mejor preparada que el hombre para el cuidado, ya que tiene más capacidad de abnegación, de sufrimiento y es más voluntariosa.
En la inmensa mayoría de los casos, una persona no se convierte en cuidadora de un día para otro, ya que la mayor parte de ellos son trastornos o enfermedades que implican un deterioro progresivo. Esta situación puede mantenerse durante muchos años y todo ello lleva a un progresivo aumento de dedicación cada vez mayor en tiempo y energía.
La demencia senil es un síndrome en el que la persona afectada va perdiendo sus capacidades cognitivas, es un grupo de síntomas generados por diversas causas; suele aparecer entre 65 y unos 80 años dependiendo de las situaciones vividas y diversos factores a tener en cuenta. Este deterioro viene dado por el envejecimiento de las células cerebrales, pudiendo provocar confusión mental, dificultad en la toma de decisiones, desorientación, dificultades de comunicación, deterioro intelectual, pérdida de memoria… Además se da un aumento de conductas agresivas, de desinhibición extrema, negatividad, intrusividad, alteración del estado de ánimo… El 50% de las personas que superan la franja de los 82 años, presentan síntomas de demencia senil, aunque en algunos casos suele ser significativa a partir de los 65 años.
La principal causa de la demencia senil es el Alzheimer, seguido de la demencia vascular y el Parkinson. El cuidado de la demencia senil suele venir acompañado de una serie de emociones difíciles de gestionar, especialmente cuando se trata de un familiar. La persona deja de reconocernos y su personalidad cambia por completo, desarrollando nuevas conductas, a menudo negativas hacia nosotros, por tanto la vida de la persona que hace de cuidador es más difícil de llevar.
Da mucha pena y a la vez impotencia de ver que no puedes hacer nada absolutamente y que te tienes que mantener fuerte ante todo porque de no ser así, la que enfermas eres tú. Y es que es increíble ver a una madre que organizaba una comida para toda la familia en un momento, convertida en una persona despistada y a la que cualquier cosa se le hace un mundo, que fue una persona segura, fuerte y se ha transformado en una anciana que se lía con todo, que se pone de mal humor porque todo le desborda y nunca quiere reconocer nada. Es duro de relatar pero mucho más vivirlo en propia carne y además de un ser querido que primero te cuido a ti.
En el mundo empresarial cada vez está más aceptado que un trabajador lleve al médico a sus hijos, pero porque no se aplica lo mismo para las personas mayores a tu cargo, debería de ser igualmente contemplado.
El cuidador de esa persona de familia tiene que tener un poco de descanso o ayuda, de lo contrario también acabará mal, porque se mezclan la irritabilidad, el cansancio, la depresión y la ansiedad. Aunque resulte paradójico, el principal reto de un cuidador es saber cuidarse a sí mismo, es decir ponerse limites, parar y descansar de forma que no se vea contaminado por el síndrome del quemado, un tipo de estrés que se origina cuando la persona se entrega demasiado a esta tarea y se olvida de sí misma.
Cuidar a otra persona manteniéndose fuerte, no implica poseer un corazón de piedra, sino tener clara la regla de oro que recomienda Vicente Simón: “No practicamos la compasión para obtener nada, sino porque la otra persona sufre”.
Y es que como bien decía mi abuela, “que Dios no nos dé lo que un cuerpo pueda aguantar”, y es muy cierto, ya que trabajar, la casa y atender a una madre para una persona sola es demasiado para un cuerpo. DIARIO Bahía de Cádiz