CARTA AL DIRECTOR enviada por: Ángel C. Gómez de la Torre, de Puerto Real
Está amaneciendo y la línea del horizonte casi ni se distingue, se difumina de manera tan tenue que es como si hubiéramos pasado el dedo entre ese limite de mar y cielo. Podría valer esto como metáfora a tantas cosas en la vida, el bien y el mal, la razón y la locura, la vida y la muerte.
Cierro los ojos, quiero sentir con firmeza y seguridad el frescor en mis pies desnudos sobre la arena, en mi ultimo esfuerzo para entrar en el traje neopreno. Presión al principio, alivio por momentos y una infinita y cálida comodidad al final. Ya estoy marcando las olas, midiendo el tiempo entre olas, la zona de rompiente, la fuerza, el viento, las corrientes marinas, el fondo marino, la marea. Comienzo a visualizar por donde entrar, que camino más fácil llevar sobre mi tabla. Observo la cresta, la curva, la base de la ola, la zona de escape y de impacto. Y hablo con mi hijo. Él es todo un experto ya, y me corrige. Papá la rompiente está mejor en la izquierda, hoy el viento es de noroeste.
En ese momento me recorre por la espina dorsal un escalofrió de satisfacción, de felicidad de poder compartir esos instantes, momentos, sensaciones, pequeños ratos aislados con él. Creo que hasta ahora he hecho un buen trabajo como padre, tenerlo delante mía compartiendo esta pasión por las olas y el mar es como cerrar el libro de las hojas en blanco y olvidarme de todo. Con la mirada fija en el horizonte me doy cuenta del increíble amanecer y que en cierta manera el sol nos da la bienvenida, nos interconecta con la naturaleza, nos transmite la paz que necesitamos y desconecta con el resto del mundo, nos sentimos tan pequeños entre tanta grandeza.
La brisa se convierte en placentera y el arrullo del mecer de las olas nos llama, casi se puede escuchar desde el interior. Es como conseguir la flor del tiempo, todo se para. Y después de hacer ligeros estiramientos, cogemos nuestras tablas, no necesitamos nada más, con ese soplo de quietud todo lo demás se para, todo se detiene.
Hoy hay mucha corriente, El Palmar es lo que tiene, pero intentamos visualizar ese sendero invisible que nos llevará a la zona más tranquila donde esperar sentados nuestra ola. Hay que remar, pelear, luchar, con inteligencia, sin malgastar demasiadas fuerzas y una vez llegados al sitio compartimos la mirada. Ya estamos aquí, ahora solo toca esperar, mirar el horizonte, vislumbrar cual será nuestra ola. No es fácil, hay que medir los tiempos, sincronizarte con la marea, sentir sus latidos y que suenen a la vez que los tuyos retumbando en la tabla. Solo paciencia, sin dudas, solo esperar, el tiempo no importa, cuando llegue el momento nos llevará con el corazón a ese lugar donde nacimos, al origen, es como volver al hogar. Del líquido nacimos.
Esperamos sentados, guardando equilibrio recto para no cansarnos mientras esperamos. La primera vez que te pones de pie en una tabla es una sensación única. Deslizarte y sentir la fuerza de la naturaleza y sin embargo tener la sensación de compartir esa imponente fuerza, nadie domina a nadie, solo compartir, disfrutar, estar justo en la puerta del instante perfectamente preparado.
Una ola muere porque otra viene detrás con más fuerza. Es como mudar la piel. Cae una piel porque otra nueva la empuja. La nueva viene con más fuerza. La marea no para, no cesa. Se escapa una ola y nos entristece, pero debemos estar atentos porque nunca sabemos que nueva ola vendrá. Quizás más fuerte, quizás mas intensa, quizás sea nuestra ola, la que nos cambie la vida, la que nos muestre que estamos vivos.
Solo debemos esperar, andalucistas solo esperar, ya llegará nuestra ola. Debe ser fuerte y continua, una buena marea, con un buen viento. Sentémonos a que pase el tsunami que lo destroza todo y que nada construye y que dejara todo por hacer. Eso sí, debemos ponernos a trabajar para estar preparados en el sitio, en el momento, en el instante justo para coger nuestra ola, con templanza. Ya llegará la ola andalucista. DIARIO Bahía de Cádiz