Decir que el laicismo es un gran ejercicio de tolerancia y una garantía para que se respete la diversidad de creencias y religiones que cada cual pueda abrazar, es una verdad casi tan grande como “un templo”, o mas bien como “una catedral”, incluso podríamos llegar a decir como “el mismísimo Vaticano”. Un estado laico debe ser neutral ante el fenómeno religioso y considerar que todas las creencias son iguales y poseen idénticos derechos y obligaciones como garantía de que cada cual libremente profese las creencias que considere más acorde con sus convicciones y que nunca será el Estado quien te imponga un credo religioso concreto. Separación de la iglesia y el Estado, neutralidad religiosa de las instituciones estatales, libertad de conciencia y de cultos y tolerancia religiosa representan las variables fundamentales en la constitución de un verdadero estado democrático.
Pero la Iglesia Católica se encuentra en una batalla permanente y constante contra el laicismo, no es el miedo a perder la difusión del dogma, sino el pánico a perder los grandes beneficios económicos y privilegios que históricamente ha acaparado. Desde su nacimiento hasta convertirse en lo que es en la actualidad, el proceso de maduración de la Iglesia como institución es la suma de pactos y alianzas siempre con el sistema de poder de turno. En nuestro estado español valga como ejemplo representativo de este “modus operandi” el papel que jugó en el golpe fascista del 36, y sobre todo la connivencia y/o colaboración que mantuvo con el sistema de represión, torturas y asesinatos que se instauró después de la victoria de Franco en abril de 1939. Y, lo que es más increíble todavía, la alianza que consiguió la jerarquía vaticana gracias a la firma en 1979 del “acuerdo del Estado con la Santa Sede”, un documento que le permite jurídicamente blindar el estatus de poder y con el que consigue cuantiosas subvenciones, exenciones fiscales, apropiaciones de inmuebles e instalarse en el sistema público educativo donde acampa a sus anchas, un púlpito que le permite difundir el dogma, mantenerse en el poder y engrosar la armadura que la convierte en una institución intocable para todos los colores del espectro político institucional.
Recordar el pasado de dominación y abusos sobre los que la Iglesia ha levantado su imperio, las piedras sobre los que ha levantado sus templos, es algo que abochorna a propios y extraños, un sentimiento religioso el suyo impuesto a golpe de mandato, y que es muy necesario traer a colación para entender cómo de aquellos fangos se obtienen estos lodos y por qué nuestra cultura popular es la que es y está atravesada por la idiosincracia particular que la caracteriza. La influencia de siglos de historia no han pasado en vano, han permitido insuflar el tuétano de nuestros huesos con estos aires clericales y por eso la manera en que se estructura nuestro calendario festivo es el que es y los ingredientes que componen nuestras señas de identidad cultural y de ocio son las que son: Romerías, celebraciones navideñas, bodas, bautizos, comuniones y desde luego, cómo no, la Semana Santa. Todo un catálogo de ceremonias que a la institución eclesiástica le atribuye la seguridad de haber hecho bien su tarea, y un panorama desolador para el mundo laico, cuya panorámica hace temer que la continuidad de este imperio siga garantizada.
La que se ha dado en llamar Semana “Santa” es la expresión más significativa por la que se puede seguir observando de manera claramente explícita y visible en qué modos y maneras la Iglesia intenta mantener una relación interesada con las instituciones utilizando un protocolo en la manera de exhibirse donde claramente busca el amparo y condescendencia de las clases dominantes. Desde un punto de vista laico, la Semana “Santa” concentra en su manera de proceder un cúmulo de circunstancias que merecen ser analizadas. No se trata de hacer juicios de valor sobre el hecho religioso en sí (asunto este que no nos corresponde valorar), sobre la manera en que cada cual pone de manifiesto y celebra su espiritualidad. No se trata de valorar si se trata de un hecho religioso o pagano, si se trata de un sentimiento superfluo o profundo. No se entra en el debate de si “de derechas” o “de izquierdas”, lo que se pretende analizar es de qué forma una de las celebraciones religiosas cristianas más emblemáticas, a través del entramado de sus relaciones, dificultan que la configuración de un estado laico sea una realidad al tiempo que pretende hacer perdurable el imperio económico y poderoso que representa el catolicismo. Se trata de lanzar una mirada crítica a la forma en que se desenvuelven los cultos religiosos en nuestro país y defender el laicismo como marco de referencia para garantizar la libertad de conciencia y desprenderlos de aquellas vestiduras que refuerzan a la Iglesia Vaticana como una institución privilegiada.
Se trata de que la regulación de las celebraciones religiosas en general y la Semana Santa en particular, (por ser en ella donde la laicidad se ponen claramente en entredicho) entren dentro de un paquete de medidas que garanticen una auténtica independencia del Estado con las instituciones religiosas: retirada de todos los símbolos religiosos de las entidades públicas, actuar en relación a los bienes inmatriculados de la iglesia (aquellos que con la complicidad de las leyes de gobiernos pasados utilizó la iglesia para aumentar su patrimonio), actuar en relación a los bienes inmuebles de la iglesia exentos de IBI, no atribuirle a ningún acto religioso la categoría de “oficial” y por tanto que no forme parte de la agenda de ningún Ayuntamiento, Diputación, Comunidad Autónoma ni ninguna institución pública (vergonzoso es recordar el caso de la Universidad de Sevilla) o retirar de la Carrera oficial de procesiones la figura de la “tribuna de autoridades”.
Es necesario recordar que durante la semana “de Pasión” militares de todos los ejércitos, así como representantes políticos participan en actos religiosos que tienen que ver con esta celebración religiosa, la bandera nacional ondea a media asta en edificios que tienen que ver con el Ministerio de Defensa. El Gobierno sigue concediendo indultos, muchos Alcaldes participan en actos institucionales que se incluyen en las programaciones de actos religiosos. Por lo tanto si la Semana Santa es objeto de nuestra atención es por entender que a través de ella se siguen manteniendo relaciones inadmisibles con las instituciones y que solo persiguen la permanencia de la Iglesia católica en su estatus de poder. Necesitamos un Estado no solo “aconfesional”, este paso es insuficiente puesto que admite y refuerza los Acuerdos y Concordatos que mantienen los privilegios de la Iglesia. Necesitamos un estado además laico, donde las autoridades políticas no se adhieren públicamente a ninguna religión determinada, ni las creencias religiosas influyan sobre la política. Necesitamos por tanto una revisión seria de la Semana “Santa”.
De momento, la Iglesia vaticana como institución sigue en su Cruzada contra el laicismo, una batalla en la que nos gana por goleada, ante la pasividad de tanto político de “izquierda”. ¿Tendrá la Semana Santa algo que ver? Nos queda al menos la rebeldía de mantenernos firmes insistiendo en la misma pregunta hasta que alguien nos conteste: “¿Santapaquién?”. DIARIO Bahía de Cádiz