CARTA AL DIRECTOR enviada por: Vicente Peña Romero, de Benalup-Casas Viejas
No voy a quejarme. Hoy no voy a quejarme. Soy responsable de mis actos y de sus consecuencias. Yo soy culpable de ser taurino, de amar al toro, de sentir la tauromaquia, de estar enamorado de los encierros de Pamplona, de correr por sus calles arriesgando mi vida delante de unos morlacos de 600 kg, de acercarme al balcón de la muerte y por supuesto soy responsable de sus consecuencias, en este caso responsable de la fractura de mi humero izquierdo.
Y hoy pido perdón a mis amigos, a mi familia, a los que odian los encierros, a los enemigos de la tauromaquia y a los que opinan que lo ocurrido no es otra cosa que lo que merezco.
No voy a quejarme del trato recibido. A fin de cuentas solo he ganado lo que me he buscado. Ese es el comentario de la persona de información, que de forma muy amable me atendió el viernes 14 de julio en el Hospital de Puerto Real después de 11 horas de viaje con el brazo roto.
No voy a quejarme de las horas de espera ese viernes hasta que me atendieron. No tengo motivos porque la sanidad andaluza es de primera y los trabajadores tienen derecho a descansar de unas merecidas vacaciones. Faltaría más. No voy a pedir explicaciones de por qué estuve esperando durante cinco días para que me operaran una fractura de humero. Al fin de cuentas, era merecido y me lo había buscado yo.
No pienso quejarme por esos cinco días en los que mis exámenes pre quirúrgicos para la anestesia habían desaparecido (no se encontraban, no estaban, no se sabía si estaban). No puedo quejarme porque después de cinco horas de espera para la consulta de traumatología, me atendiera una médico de familia que no sabía nada de huesos rotos. Una señora, muy amable que quería abrir una ventanita entre la escayola para ver el estado de mi brazo, y que posiblemente nunca hubiera visto un brazo roto. Tampoco me quejo, porque me negué rotundamente a que me tocara mis huesos. Ella se enfadó mucho porque no la dejé y me largué de allí.
Pero no voy a quejarme, al fin y al cabo, soy andaluz. Flojo y poco trabajador, amante de las juergas y sin compromiso alguno con la sociedad, sin derecho a las quejas, con derecho a una sanidad gratuita, jajaja. Y sigo sin quejarme… Para eso estamos.
No me da vergüenza reconocer que tuve que pasar tres horas en la puerta de un quirófano para mendigar la firma de un anestesista que certificara mis ahora aparecidos milagrosamente análisis pre anestésicos. Al fin y al cabo, las cosas gratis hay que pedirlas y si hace falta de rodillas. Hasta puedo entender la cara de mala ostia del señor anestesista, que se vio abordado a la salida de su trabajo por un trabajador autónomo sin escrúpulos. Mis disculpas. Al fin y al cabo el pobre hombre reconoció sin mirar los resultados, que si podía soportar la carrera de un Miura, podría soportar la anestesia.
No voy a patalear porque al día siguiente mi nombre no apareciera en ningún sitio. Ni hubiera habitación asignada, ni informes, ni horas de cirugía. Parecía que nunca hubiese estado allí. Tuve que entender que mientras esperaba, la señora de la ventanilla explicara a su hijo, a su marido y a la vecina, el trabajo tan duro que ella realizaba y cómo tenía que aguantar la mala cara de los enfermos. Claro que era entendible, la sanidad era gratis, seguramente ella trabajaba de forma altruista.
Entendí perfectamente que me mandara a casa. No había habitación. Lo comprendía. Yo me lo había buscado. Si no hubiera corrido los encierros. Había enfermos peor que yo, uno había intentado suicidarse, otro con una sobredosis de cocaína, otro con un ataque de histeria causada por el síndrome de abstinencia por alcoholismo. Y muchas personas mayores. Eso no lo entendía pero tampoco me pude quejar.
No me quejo por los días de sudor, dolor y calor… Me lo merecía.
Larga es la espera. Y llegó el gran día… No voy a criticar que quisieran afeitarme la cadera para operarme una fractura cerrada de húmero. Al fin y al cabo, la pobre enfermera me explicó que había visto fractura de cadera en vez de fractura cerrada. Ella alegaba presbicia. Si llego a estar sólo y dormido me hubieran puesto una cadera más nueva que la mía .Y yo tan contento.
No tengo porque quejarme. Al fin y al cabo me habían operado el brazo con un clavo de titanio valorado en 1.000 euros, con dos tornillos bloqueados. Todo ello sin merecérmelo. La verdad, el anestesista tampoco era el que había firmado los papeles. Pero estaba vivo, tal vez sin merecerlo.
Y cuando, después de la cirugía, por fin salió una queja de mi boca alegando cierta inestabilidad en el codo, los traumatólogos me ignoraron. Dos días hospitalizados de quejas ignoradas porque veía estabilidad en la zona. Entiendo que con tanto trabajo los médicos ni siquiera toquen a los pacientes. Aquello estaba perfecto, el clavo estaba perfecto, la fractura estaba perfecta y el resultado sería perfecto. Pero mis ligamentos del codo… esos no estaban perfectos y nadie los había explorado, ni antes, ni después ni dentro de la cirugía. Tuve que hacerlo yo, 14 días después de la cirugía, cuando el dolor había desaparecido y entendí qué pasaba. Entonces quise poner una queja. Y todos estaban de vacaciones. Todo estaba perfecto… menos mi codo y yo.
Seguramente unas merecidas vacaciones, a costa de la mejor sanidad de España. Pero ahora sí voy a quejarme, no por mí, voy a quejarme por todos nosotros, todos los que sufrimos una mala sanidad. No por culpa de los profesionales, que hacen lo que pueden sino por culpa del sistema que no da sustituciones en vacaciones y dejan a la sanidad coja y saturada. Ese sistema es el que hace insoportable la espera, las malas formas y los errores médicos.
Errores como el que un mes después han cometido con mi madre. Una mujer de 70 años que acudió a urgencias con un traumatismo por una caída. Una mujer a la que después de horas de espera y varias radiografías mandaron a casa porque no tenía ninguna lesión. Una mujer que diez días después seguía con dolor insoportable e imposibilidad de mover el brazo. Una mujer con fractura de húmero proximal que nadie había visto. Ni radiólogo, ni médicos se dieron cuenta. Una fractura que tuvo que diagnosticar un veterinario.
Por esto y por todos ustedes, andaluces que pagáis religiosamente vuestros impuestos, voy a quejarme porque aunque a algunos se les llene la boca diciendo que la sanidad andaluza es la mejor de Europa. La sanidad andaluza y el hospital de Puerto Real son un auténtico desastre en cuanto a servicio sanitario de calidad y atenciones. No culpo a los profesionales, mis críticas van hacia escalones superiores que se cuelgan las medallas a costa de la salud de los ciudadanos, que desgraciadamente les siguen dando su apoyo en las urnas. DIARIO Bahía de Cádiz