CARTA AL DIRECTOR enviada por: Horacio Torvisco, de Alcobendas
Desde hace ya tiempo existe un especial interés en disociar e incluso contraponer, las ideas que configuran la visión del mundo de cada uno, es decir su ideología, con la gestión de lo público. Este especial interés, hasta ahora, lo hegemonizaba la derecha política, últimamente ya no está tan claro ese extremo.
Es indudable que la ideología y la gestión son asuntos diferentes, pero no son indiferentes entre ellos. Por analogía con un pensamiento que no es mío, se podría afirmar que una gestión sin ideología es una gestión ciega y por el contrario, una ideología sin gestión es una ideología muerta.
Cuando en la gestión de lo público surge una controversia o un conflicto y el argumento que se esgrime para afianzar una posición, es el de que esa propuesta está despolitizada o desideologizada, recuérdese que ideología es el conjunto de ideas por las que nos guiamos, entonces es cuando el ciudadano medio debe empezar a preocuparse, porque el que usa ese argumento o pretende engañarle o es un perfecto ignorante.
Ambas posibilidades son factibles de hecho. Pero este camuflaje político, por qué surge. Hay una explicación plausible a esto, existe un interés cada vez mayor en sacar la política del ámbito público para entregársela de forma absoluta a los expertos, esos que dicen que son apolíticos o no tienen ideología, sean humanos o algoritmos.
La ciudadanía no pide a sus políticos que se desideologicen ni se vuelvan apolíticos de la noche a la mañana, lo que están demandando insistentemente es que sean capaces de ponerse de acuerdo en la gestión de lo público sin renunciar a sus ideas, pero con la suficiente lucidez y generosidad para que pongan siempre por delante dos elementos fundamentales: el funcionamiento de la democracia con sus mayorías y minorías y el bien común que afecta a todos, a los “míos” y a los “otros”.