CARTA AL DIRECTOR enviada por: Celia Tallero Pineda
Desde que era una niña, mi sueño ha sido ser maestra. Cuando terminé mi carrera en el 2008, llevaba mil y un sueños bajo el brazo, pero nunca pensé que todo ello iba a convertirse en una interminable pesadilla.
Nada más terminar, comencé a estudiar y prepararme para las Oposiciones de Educación Infantil en una academia. Dado su elevado coste económico, tuve que buscarme varios empleos para costeármela, pero con un horario que me permitiera estudiar el máximo de horas posibles al día (y por supuesto, relacionados con la educación: aulas matinales, talleres, guarderías…). Ese año, el de mis primeras oposiciones, obtuve una calificación de 7,9. Era mi primera vez y estaba contenta, ya que aunque no obtuve la plaza, entraría en bolsa y me esforzaría al máximo para superarme en las siguientes oposiciones.
En abril de 2011, sonó por primera vez el teléfono… ¡Iba a comenzar a trabajar como maestra! Mi sueño se cumplía… Así que rápidamente preparé mis maletas y me trasladé a un pequeño pueblo de Córdoba, dejando a unas tres horas de camino mi hogar. Estuve cubriendo una abaja durante tres meses, hasta las vacaciones de verano. Fueron unos meses duros: vivir sola, lejos de la familia, preparar cositas para tus peques por la tarde y estudiar oposiciones, de nuevo, por las noches. Pero daba igual… ¿Sabéis lo feliz que era dedicándome por fin a mi vocación?
A finales de ese mismo año, volvíamos a presentarnos al examen de oposición. Esta vez no iba con miedo, iba muy feliz y segura de mi misma: si el año anterior saqué casi un 8 y este año he mejorado la programación, he estudiando mucho más y he obtenido gran seguridad al trabajar en un aula todo aquello que recogía en mis unidades didácticas… ¿Por qué iba a salir mal? Pero sí, mi nota bajó a un 6,9. Mientras lloraba desconsoladamente, todo el mundo trataba de animarme recordándome que ya era maestra interina (con tiempo de servicio), por lo que, al menos, podría seguir trabajando. Lo que la gente no sabía es que ese mismo año se había aprobado un nuevo Decreto (D302), que cambiaría la ordenación de las bolsas y los nuevos interinos se colocarían entre los aspirantes ordenados únicamente por su nota (y dado que mi nota había bajado, bajé bastantes posiciones en la bolsa). Mi sueño se desvanecía. Volvía a casa; esta vez sin opción a recuperar mis antiguos empleos ni de acceder a algún otro (comenzaba a hablarse de crisis).
Este Decreto, estuvo muy poco tiempo en vigor, pero lo suficiente para que otros maestros acumularan más tiempo de servicio y se posicionaran delante de mí. Esto, si la bolsa hubiese funcionado con el ritmo habitual, no habría sido ningún problema… Pero a partir de este momento, vemos como la bolsa de Educación Infantil comienza a sufrir una gran parada.
Desde ese momento, mi vida ha estado estancada, a expensas de estas oposiciones y de que me llamasen de nuevo: los años que no había oposición, me dedicaba a trabajar en pequeñas cosillas que iban saliendo y a estudiar (mañana y tarde, porque tenía que lograr que estuviesen finalizados antes de una fecha determinada para obtener puntos para la oposición); y, los años que tocaba “volver a concursar”, estudiando para las oposiciones (un mismo temario una y otra vez) y haciendo bastantes kilómetros para buscar nuevos preparadores que te pudiesen dar “trucos” para mejorar tu nota (porque, tal y como he podido comprobar, en este tipo de examen lo que menos cuenta es tu valor como maestra). A todo ello tenemos que sumarle que cada vez vas adquiriendo mayores responsabilidades en tu vida que hacen más cuesta arriba el dedicar tantas horas al estudio.
Pues así han ido pasando los años. Años de encierro para estudiar, años de no comprometerse con nada porque “si ya me van a llamar y me voy a tener que ir lejos de nuevo”, años sin acompañar a tus amigos y familiares a los viajes o a pasar un simple día de campo, años de sacrificio económico, de ver sufrir contigo a tu familia, años de no poder crecer como maestra porque no disponías ni de tiempo ni de dinero para asistir a cursos y formaciones que tan enriquecedores te parecían, años de espera con la maleta detrás de la puerta…. Ya han pasado cinco años desde ese día que creí que comenzaba mi aventura como maestra y, paradójicamente, cinco años desde que me quitaron mi sonrisa de un plumazo. Ahora mismo tengo treinta años, un cajón lleno de Títulos, cuatro oposiciones aprobadas (esta última con un 9,56, nota que irá a la basura el próximo curso), posponiendo la ilusión de ser madre, sin más trabajo que unos talleres o un aula matinal con los que resulta imposible llegar a final de mes. Pero aquí sigo, esperando y luchando por poder volver a subirme en ese tren, del que un día tanto disfruté. Porque yo soy MAESTRA, y la mala gestión de un puñado de sinvergüenzas no va a impedir que siga luchando por volver a conseguir dedicarme a eso que tanto esfuerzo me ha costado, por lo que tanto he dejado atrás, por lo que tanto he llorado.
Somos muchas personas en esta situación o similar (interinos, como yo, sin trabajar desde hace cinco años o aspirantes que pierden sus magníficas calificaciones año tras año); pero lo peor de todo, es que también lo están sufriendo los niños y niñas de Educación Infantil, porque se encuentran día tras día sin maestros que cubran las bajas de sus tutores, porque están masificando las clases, porque se les deja sin maestro de apoyo… ¡Estamos hablando de niños de 3, 4 y 5 años que están viviendo los años más importantes para su desarrollo!
¡Basta ya! Somos personas, no número de opositores. Son niños y niñas, no clientes. DIARIO Bahía de Cádiz
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