CARTA AL DIRECTOR enviada por: Juan L. Rincón Ares, de El Puerto
Se han ganado como nadie el derecho a formar parte del paisaje urbano de los lunes. Llevan casi tres años, desde el 15 de enero de 2018, acudiendo, entre otras, a la cita matutina en la Plaza Peral para reunir sus voluntades y sus voces. “Los lunes al sol”, sí, pero también al frío, al viento y a la lluvia. Han visto pasar gobiernos municipales, autonómicos y estatales sin que se deje de oír su consigna machacona: “Gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden”. Se han ganado la simpatía de casi toda la sociedad portuense aunque, en ocasiones, alguien pierda los nervios por tener que esperar más de lo calculado detrás de su cortejo lento y ruidoso por el centro. “Hoy por ti, mañana por tus hijos, pasado por tus nietos”. Todo el mundo les comprende y empatiza con sus motivaciones: son demasiadas las familias que sobreviven precarias a la sombra de sus merecidas aunque cortas pensiones. “Nos nos mires, únete”. Pero son pocas, o eso les parece a quienes caminan tenaces cada lunes, las personas que dejan la ventana mañanera o la silla del bar dónde desayunan para cambiar la sonrisa de apoyo por unos pasos cómplices al lado de sus artesanas pancartas. “Pensionista, levántate del sillón y defiende tu pensión”. Son hombres, muchos, y mujeres unas pocas, entre quienes se nota una amistad y una camaradería forjada por un millón de pasos pequeños. “¡Hay poco pan pa tanto chorizo!”. Estuvieron en Cádiz, Sevilla y hasta alguna vez en Madrid, demandando “El dinero de los Borbones, pa las pensiones”. En ocasiones, se enfadan, discuten y hasta se separan provocando una diáspora física y estratégica –tú a Peral, yo a Paco Teja– que asombra y hasta desespera a sus propias filas. Entre sus miembros hay personas que votan esto y lo otro, que piensan de una forma o de la contraria, que fueron albañiles y maestros, administrativas y comerciantes, vendedoras y marineros…
Hay gente curtida en mil luchas –sociales, sindicales, políticas…- que no cejan pero sonríen y acompañan desde la veteranía la frustración novedosa de quienes se incorporan casi por primera vez en la brega social y se desesperan ante la lentitud y la pasividad social. Por eso hay quien grita con exasperación casi molesta a los paseantes “A ti que estás mirando, también te están robando”. Y quien prefiere detenerse amable a dejar un regalo de palabras sabias en los oídos de quienes dejan pasar la marcha sin plantearse siquiera unirse a ella. Y soportan los comentarios de la gente cínica –“¿Esto son todos los pensionistas del Puerto? ¡¡ Que mamarrachada!!”- , de la gente entendida – “Así no se arregla nada. Yo ya he dicho un millón de veces que…”, de la gente desesperanzada –“Yo no voy más porque los partidos no… o porque los sindicatos no… o porque la gente no…”, de la gente miedosa –“¿Una manifestación en medio de la pandemia? Vamos, vamos ni loco…”. Y siguen caminando y gritando.
Durante tres meses, los detuvo la misma pandemia que paralizó el mundo conocido. En cuanto las condiciones lo han permitido volvieron a afinar las voces y a estirar los pasos. “¡De Norte a Sur, de Este a Oeste, la lucha continua, cueste lo que cueste!” Forman parte de uno de los colectivos con más riesgo pero envueltos con mimo por la precaria seguridad de la distancia y las mascarillas -de colores, estampadas, con banderas blanquiverdes, rojigualdas, republicanas, con los escudos del Betis, del Madrid, del Barcelona…- han vuelto a la carga. Caminan reciamente o cojean o llevan muletas o sillas de ruedas. Incluso a lo largo de los tres años han tenido que recordar y aplaudir a algún compañero o compañera que ya no podrá acompañar sus marchas.
Nos llaman a manifestarnos cada lunes. Quieren sentirse aprobados por la mayoría. Quieren el calor popular.
Yo estaré allí. Como pensionista, como trabajador, como ecologista, como enseñante… Y cito allí a la gente currante de mi pueblo. El edificio de lo público es como un barco gigante construido por los impuestos de generaciones de trabajadores y trabajadoras con las maderas de la educación, la sanidad, de las pensiones, de los cuidados sociales… Creer que podemos salvarnos unos sin las otras es una perversa ilusión que siembran en nuestras cabezas quienes no quieren que nada cambie. No hay enseñanza pública sin sanidad de calidad, ni habrá pensiones públicas sin una educación crítica. Invito a la gente joven porque cada cual “lleva un abuelo o una abuela dentro”. Sólo con un sistema público que garantice salud, educación, cuidados y pensiones públicas es posible un futuro igualitario. Invito a las mujeres porque son el colectivo más precarizado por las pensiones, por la sanidad, por todo. Las pensiones públicas sostienen la vida de infinitas familias y su recorte o privatización acabará con el pequeño comercio y la economía popular. DIARIO Bahía de Cádiz