CARTA AL DIRECTOR enviada por: Rafael Gómez Rincón (enfermero de El Puerto en la sanidad pública en Madrid)
Me llamo Rafa y soy enfermero desde el 2015. Estudié enfermería en una universidad concertada en Cádiz capital (aunque soy portuense hasta la médula), lugar donde me terminé enamorando de la ciudad. Dada las pocas expectativas laborales que acontecían en esos tiempos, una vez terminada la carrera decidí prepárame las oposiciones mas difíciles de mi vida, el EIR (Enfermero Interno Residente). Tras un año de durísimos esfuerzos y haber estado privándome de toda vida social conseguí mi plaza pudiendo elegir cualquiera de las especialidades habidas. Fue entonces cuando me convertí en 2018 en ‘Enfermero de Familia’ o de ‘Atención Primaria’.
Una vez acabado el periodo formativo y con el título de especialista debajo del brazo fui enlazando contratos de sustitución en temporadas vacacionales que no me proporcionaban esa estabilidad que andaba buscando tras duros esfuerzos a lo largo de mi vida académica
Un día como otro cualquiera cogí el calendario que tenía colgado en casa e hice un círculo fluorescente señalando un día al azar en el que iba a dar un cambio 360 grados a mi vida y decidí irme a trabajar a Madrid.
Como quien dice, me marché con una mano delante y otra detrás. Con mis dos maletas y mi coche. Mis comienzos no fueron para nada fáciles, no conocía más que a dos amigos en la capital y dada mi inexperiencia en el sector sanitario temía que no me contratasen. Me recorrí en aquel Febrero del año pasado todos los hospitales con mi taco de currículum rogando trabajo a todas las jefas que accedían a darme una entrevista.
Un día, mientras almorzaba recibí una llamada de un número largísimo (seguro que más de uno de los que me está leyendo sabe de lo que hablo). Era la supervisora de consultas externas del Hospital de La Princesa. Necesitaba un enfermero para incorporarse urgentemente. Así fue como comencé a trabajar en el sistema nacional de salud de Madrid.
Con el paso de los meses me fueron ofreciendo mejoras laborales, trasladándome al Hospital Ramón y Cajal para una baja de seis meses en Cardiología, y en ese mismo hospital una vez finalizado ese contrato comencé a trabajar en el servicio donde me hallo actualmente, la planta de hospitalización quirúrgica de Urología.
Era la ciudad de la oportunidades, sin ninguna duda. Todo iba sobre ruedas, cumplía aniversario en la ciudad y aprovechando días libres bajé unos días a mi casa de El Puerto por el cumpleaños de mi sobrina.
Llevaba días escuchando noticias en la televisión sobre un virus llamado Covid-19 que se había originado en China, pero no le di la mayor importancia. Se han escuchado tantas cosas en el telediario como la gripe A y el ébola que finalmente no trascendían mas allá de brotes estacionales o aislados importados de otros continentes. Recuerdo estar sentado en el borde la piscina comentando el tema con mi hermana que es médico. No se me olvidaran dos frases que ambos intercambiamos: “Ah! pues no se, ¿será como una gripe, no?”, “La gente está loca con la psicosis de los supermercados”.
Volví a Madrid, y en el hospital es cierto que entre compañeros se comentaba el tema pero con tono humorístico y sin darle la mayor importancia. Seguíamos con nuestras tareas habituales y con nuestra actividad asistencial. Todos seguíamos haciendo nuestras vidas con la mayor normalidad. La gente se tiraba a las calles de Madrid (yo el primero), la manifestación del 8-M, los estadios de fútbol hasta los topes… Seguíamos sin tener noticias de este virus hasta que un día que entraba de noche mis compañeros me comentaron que en la planta de enfermedades infecciosas había ya tres casos confirmados. Ya comenzamos a ponernos mascarillas quirúrgicas y nos comenzamos a preocupar. Cada día que pasaba los casos se duplicaban, triplicaban a un ritmo frenético… Se comenzaba a notar la tensión en el hospital. El pasillo de los vestuarios era una estampa de película de terror. Todos los trabajadores como almas en pena, cabizbajos y cuyo único tema de conversación era el dichoso virus.
Dejé de sintonizar la televisión porque me generaba muchísima ansiedad. Tenía bastante con todo lo que se escuchaba en el hospital como para empaparme de más noticias.
Cada día que iba a trabajar había más casos, las urgencias comenzaban a colapsarse y el tema comenzaba a ponerse muy serio. El hospital cuenta de tres alas (izquierda, centro y derecha), y comenzaban a llenarse las urgencias y las alas izquierdas con todas sus respectivas plantas. Mi jefa nos había reunido para comentarnos que por orden de la dirección las unidades quirúrgicas nos íbamos a salvar dada la importancia de las intervenciones que se realizaban. Horas más tarde ella lloraba porque había recibido una llamada del jefe del hospital de que se cancelaban todas las cirugías programadas y que todos los pacientes que teníamos iban a ser dados de alta con la mayor brevedad posible y que se iban a bloquear las camas y los ingresos.
Todas las televisiones de las habitaciones y la de nuestro estar de enfermería tenían sintonizado al presidente quien finalmente decretó el estado de alarma. En cierto modo fue un alivio para todos nosotros (la gente no salía y no se contagiaba).
Todos los pacientes fueron dados de alta, y ya se habían llenado todas las plantas centro e iban por la zona izquierda a un piso de llegar a la nuestra. Escuchábamos de compañeros cercanos que habían comenzado con fiebre y que habían sido dados de baja laboral. Parece que hasta que no lo ves no te lo crees.
Tuve mi primer contacto con pacientes enfermos por coronavirus el día que nos quedamos con muy poca carga asistencial. Éramos tres enfermeros para tan pocos pacientes. Recuerdo perfectamente cuando sonó el teléfono y era la supervisora de guardia que pedía que saliera un enfermero a la planta de neumología que estaban desbordados.
Lógicamente ninguno de los tres queríamos irnos, así que lo echamos a la suerte de tres papeles y me tocó. Momentos antes salí a tomar el aire con un compañero y a tranquilizarme porque era un manojo de nervios.
Cuando me tranquilicé cogí mi maleta y baje por el ascensor a la planta. Mi primera impresión fue totalmente surrealista. Todos iban vestidos como astronautas con los famosos EPI, la luz de los pasillos lúgubre y me vino el recuerdo de las películas basadas en los hospitales de la tuberculosis del siglo XIX donde solamente se escuchaba una única cosa: tos. Ayudé como buenamente pude y me marché a casa a ducharme lo más rápido posible. Cuando desperté por el chat del trabajo comentaban los compañeros que ya iban a comenzar a subir pacientes infectados a lo largo del día (en la mañana y en la tarde).
Comenzaba de nuevo con el ciclo de noches, y me estrenaba en ‘la nueva planta’. Durante la tarde nadie escribió nada, debían de estar muy liados. Al llegar al hospital y abrirse las puertas del ascensor casi me di la vuelta y me marché a casa. Había 15 médicos en el control (conocía algunos de la UVI y otros de neumología) más todo el personal de enfermería (otras diez personas). Todo era un caos, la gente corriendo y voces por todos lados. Habían ingresado en la tarde 45 pacientes uno tras otro desde las urgencias del hospital. Solo sabíamos los nombres y las edades de los pacientes porque aparecían en el ordenador, el resto lo desconocíamos porque mis compañeros no habían dado para más.
Había un fallecido en una habitación individual, uno que se llevaban a la UVI médica y otros seis pacientes en estado muy crítico.
Cuando todo se relajó logré centrarme y centrar a mis compañeras que estaban con una crisis de ansiedad totalmente bloqueadas. Me puse a recopilar información de los paciente y fui a buscar los EPI. No sabíamos qué nos íbamos a encontrar en las habitaciones, era como si fueran marcianos. Una vez nos enfundamos el EPI comenzamos a hacer la primera ronda de la noche y mi sorpresa fue que no eran marcianos, eran pacientes asustados, vulnerables como nunca antes había visto y tristes. Algunos eran ancianos y otros jóvenes, unos muy enfermos y otros con un sorprendente buen aspecto.
Y así fue como pasamos nuestra primera noche: entre timbres, subiendo el flujo del oxigeno y llamando al médico de guardia.
Fueron pasando los días y la cosa pareció normalizarse. Nos acomodamos a la nueva rutina de trabajo e intentamos hacerlo lo mejor posible. Metieron una tercera cama de hotel en las habitaciones dobles y una segunda en las individuales. Llegamos a llevar 33 pacientes cada uno, a terminar de sacar medicación casi a la hora de comer…
Los especialistas dejaron de serlo y comenzaron a ser médicos de paciente Covid +, los enfermeros de consultas externas los trasladaron al hospital y los de atención primaria igual. Los contagiados no hacían más que aumentar y no se daban altas. Los hospitales estaban al 200%, las UVIs colapsadas y el personal comenzaba a infectarse de una manera desorbitada.
La verdad que la apertura del hospital de Ifema fue un gran alivio para todos los hospitales.
Fue en mi último turno de mañana cuando una compañera me comentó que tenía los ojos muy rojos como si tuviera conjuntivitis. La verdad que no le di la mayor importancia porque al utilizar lentes de contacto suelo tener los ojos bastante rojos, pero cuando llegué a casa comencé a notarme muy cansado, con cefalea y con abundante secreción nasal. Temí por haberme contagiado pero al ser primavera lo achaqué a que podría ser algo de alergia. Cuando me levanté al día siguiente y previendo lo peor fui al supermercado a hacer una compra grande, a la farmacia a por dos cajas de paracetamol de 1 gramo y un termómetro. Eso sí, con mascarilla, guantes y mi ropa limpia. La verdad que todos esos síntomas leves se me pasaron a los dos días, pero perdí súbitamente el olfato y el gusto. Ahí ya me preocupé y contacté con mi médico de cabecera y con el hospital. Finalmente me declaraban un contagiado más entre el personal sanitario y estuve un mes de baja con sintomatología muy leve a excepción de una urticaria que apareció en todo el cuerpo.
Me incorporé el 15 de abril (aún no recuperado del todo pero con PCR -) y el hospital parecía volver a su ser. La UME comenzaba a desinfectar nuestra planta, se notaba más alegría por todos lados, iban dando más altas que ingresos…
A día de hoy nuestro hospital tiene solamente dos plantas de hospitalización abiertas para pacientes infectados donde la mitad de las camas están vacías. Las UVIs no están colapsadas y pueden dar asistencia médica sin ningún problemas a pacientes que lo necesiten, se ha retomado la actividad quirúrgica a patologías urgentes como el cáncer y poco a poco volvemos a ser lo que éramos.
Con este relato en primer lugar he querido transmitir mi experiencia como enfermero portuense en el foco de la pandemia (Madrid) y en segundo lugar hacer una llamamiento de responsabilidad ciudadana.
Aunque la situación haya mejorado gracias a los esfuerzos que hemos hecho todos confinándonos en nuestras casas, la enfermedad sigue estando activa y sigue habiendo mucha gente infectada. Quiero decir que seamos responsables siguiendo las recomendaciones del Ministerio de Sanidad, que valoremos el trabajo de todos los que hemos arriesgado nuestra vida y la de nuestra familia por la salud pública. DIARIO Bahía de Cádiz