CARTA AL DIRECTOR enviada por: Encarnación Martínez Galindo, de Málaga
No hay nada que nos burle más que ese fenómeno al que llamamos tiempo. Nos vanagloriamos de medirlo y no es mala proeza humana: reloj de arena, reloj de sol, reloj de agua, de fuego, mecánico, moderno. Pero, el tiempo nos abandona o nos atrapa. No sabemos, en determinados momentos, si él es quien nos mide a nosotros; quien nos controla; quien nos obliga; quien nos altera, desespera, alegra, entusiasma o entristece.
Si estamos en un hospital, con una vía subcutánea, con dolor o a la espera de una operación; en los últimos minutos de una larga jornada laboral y con la mente obtusa; en una carretera monótona y de un calor sudoríparo… ni la arena ni el sol ni el agua ni el fuego y hasta el más revolucionario y moderno reloj se detiene.
Y cómo corren sus manecillas cuando se entabla una buena conversación; cuando se está en buena compañía; cuando se pasea al frescor del anochecer; cuando, de niños, se juega en la calle o en el parque o en la playa o simplemente, se juega.
Con certeza o no, cuando desaparece el tiempo, ya no hay necesidad de medirlo, el ser humano queda desatado de su imperioso capricho. Sólo a los que estamos a su antojo, nos parece una necesidad prioritaria otorgar honores o quitarlos a quienes yacen libres. Dar, no está de más. Quitar, es cuestión de cuidado. El tiempo de los que ya no están, como otra burla más, se hereda. Sobre todo si sus mentes en ningún momento fueron obtusas ni sus carreteras fueron monótonas. DIARIO Bahía de Cádiz