CARTA AL DIRECTOR enviada por: Horacio Torvisco, de Alcobendas
La pandemia que estamos sufriendo ha precipitado, de alguna manera, la digitalización de nuestras vidas, gracias a lo cual actividades económicas, culturales y sociales no han quedado totalmente colapsadas. No obstante, aun reconociendo ese mérito, no se puede perder de vista que esa forma de implantación digital tal cual se está materializando, responde fundamentalmente a una urgencia o necesidad, por lo que no conviene precipitarse en sus conclusiones. Aquellos que sostienen que la figura presencial del maestro, o la del médico, son prescindibles en este nuevo contexto, o que el teletrabajo es la panacea en las actividades laborales, modestamente creo que, o bien tienen intereses particulares muy poderosos para que eso ocurra, o bien han desenfocado totalmente la realidad.
El reto, una vez más, será cómo se incorporan estas nuevas herramientas al quehacer individual, social y laboral de las personas, para que repercutan positivamente en su bienestar y en el mantenimiento sostenible de la biosfera y no simplemente en una mejora productiva. En ese choque de criterios surge el conflicto.
Hablando del teletrabajo, que por cierto no es algo nuevo pues sus inicios se localizan en España hace más de veinticinco años, es ahora, motivado por la pandemia, cuando está alcanzando relevancia social y laboral.
La reflexión que este artículo ofrece intenta acercarse al fenómeno del teletrabajo con el ánimo de contribuir a un debate que lamentablemente no está teniendo la importancia que merecería. Una reflexión que no pretende ser neutral, es decir toma partido, pero intenta ser honesta en sus planteamientos pensando en la mayoría.
Lo primero que llama la atención es la forma en que se está implantando, donde solo se están abordando aspectos cuantitativos relacionados, en el mejor de los casos pues en otros ni siquiera esto, con la infraestructura necesaria y los costes que lleva aparejado el habilitar un puesto de trabajo en el hogar. Algo no desdeñable pero clara y peligrosamente insuficiente pues no se valoran los importantes cambios cualitativos que para las personas implica esta forma de trabajar.
Cabe decir también que el teletrabajo es una nueva organización del trabajo que implica un cambio muy importante a lo existente, porque no solo es una forma distinta de hacer a la actual, además, supone modificaciones cualitativas en muchos sentidos, incluidas las relaciones de poder dentro de la empresa, ya de por sí muy desfavorables para los trabajadores. Lo cual afecta, no solo a elementos tangibles y cuantificables, ya señalados, sino que además afecta a aspectos intangibles que juegan un papel básico en esta nueva forma de organización que no deben ser obviados, pues pueden marcar y definir una nueva y más peligrosa explotación laboral.
Tal como sostiene el filósofo Byung-Chul Han en su ensayo ‘La sociedad del cansancio’ se está normalizando una nueva forma de explotación laboral. La que el mismo trabajador se autoimpone, en una suerte de “autoexplotación”. Es decir, ya no harán falta supervisores ni mandos intermedios, la cadena jerárquica se achatará o desaparecerá, no tanto porque las relaciones productivas y laborales se hayan democratizado o humanizado, sino porque habrán sido sustituidas por automatismos y aplicaciones digitales, mucho más exigentes en los objetivos productivos y menos comprensivos con la condición humana. Los algoritmos carecen de empatía, lo cual los hace especialmente hostiles al humano.
Pero esta idea de la “autoexplotación” no es algo improvisado ahora por la pandemia, el discurso neoliberal hace ya tiempo que viene construyendo una estrategia semántica y material donde ideas como esa, sean aceptadas como algo natural e inevitable. Algo que muestra la cultura económica cuando cambia la denominación y el sentido, a conceptos desgastados e incluso desprestigiados socialmente como el de “empresario” por el de “emprendedor”; o cuando se pretende focalizar exclusivamente la realización de vida personal con una ética de la “superación profesional” permanente y competitiva; o cuando se ridiculiza como un elemento trasnochado y antimoderno que mina la libertad, la regulación de las condiciones laborales.
Hay cuatro intangibles, como mínimo, especialmente delicados a tener en cuenta en el teletrabajo tal cual se está imponiendo en la actualidad:
– Rompe la separación de dos ámbitos independientes de la vida de las personas mezclándolos de forma tóxica y peligrosa. Me estoy refiriendo a la vida familiar y de ocio con la vida laboral. Y, además, esto se promociona con el señuelo de que mejorará la ansiada conciliación familiar. Todo un despropósito.
– Provoca en las personas un profundo individualismo en uno de los ámbitos, el laboral, donde la socialización de sus vidas está más presente y es más necesaria de cara a cualquier conflicto laboral. Esto, curiosamente, va en detrimento no solo de esa socialización de las personas, sino que, además, actúa de forma disolvente en la cultura corporativa, activo éste muy apreciado, hasta ahora, por las propias empresas.
– El tiempo de actuación laboral quedará circunscrito y condicionado por elementos coyunturales o no previstos. Ya no habrá jornada laboral limitada por un horario. Todo será jornada laboral, siempre hay que estar disponible. El paradigma de la flexibilidad, organizada no por el trabajador, sino por las imprevisibles circunstancias, o el azar inducido.
– La formación permanente del trabajador está pasando a ser un elemento de única y exclusiva responsabilidad y asunción de costes y tiempo para el propio trabajador.
El reto al que se enfrenta no solo el movimiento obrero, sino la sociedad en su conjunto, a la hora de regular esta nueva organización del trabajo no debería ser afrontado, como en demasiadas ocasiones, aceptando pasivamente el discurso, la lógica y la estrategia empresarial, limitándose la actuación sindical a recoger los restos del naufragio, negociando despidos y pérdidas de condiciones laborales.
El sindicalismo está obligado a armar su propia estrategia y contrastarla con la del oponente en un gran debate social donde la democracia no sea un ente extraño dentro de las empresas y, además, que el bienestar, la libertad y la salud de las personas estén en el centro de la discusión, por encima de otras variables económico empresariales que seguramente no podrán ser ignoradas, pero sí supeditadas a un bien colectivo mayor. DIARIO Bahía de Cádiz