CARTA AL DIRECTOR enviada por: Encarnación Martínez Galindo, de Málaga
A veces no sabemos quién habla. Aprendemos de los libros, de las noticias, de las amistades, de nuestros maestros y profesores, de nuestros padres y abuelos, en definitiva… de nuestras relaciones con los demás. Lo que decimos y opinamos no solo nos lo enseñan los dichos y refranes sino nuestra experiencia con el entorno. Lo que no siempre sabemos apreciar es que en determinadas ocasiones se conforman unas circunstancias muy propicias para que, a través de nuestra voz, alguien que no está en esos momentos presente, participe en la conversación.
Las palabras de otros van conformando nuestros pensamientos y van perfilando nuestra personalidad. Ya lo sabemos y, por eso, es tan importante, también, la lectura en la educación. Una buena lectura no es solo que sus palabras estén organizadas y bien cohesionadas sino que en lo que transmitan se hallen verdades universales que tengan la particularidad de servir a los sentimientos generales que estén al servicio del respeto a las adecuadas relaciones sociales y que, individualmente, aporten seguridad a un modo de vida acertado.
Las letras dejadas por Sócrates, San Agustín, Cecilia Böhl de Faber… e incluso, una sencilla carta anónima dejada y olvidada en un viejo cajón de una antigua casa, pueden tener el poder de persuadir al singular entramado de las ideas… y cuando hablamos alguien, sin saberlo, repito, se cuela en lo que decimos.
En determinados y exclusivos momentos podemos creer que cuanto exponemos es por criterio personal siendo casi imposible calibrar que llega un susurro, a veces muy lejano, hasta nuestros oídos que hace ser a otros, nosotros.
Pensemos y caigamos en la cuenta de que debemos dejarnos influenciar por palabras que, desde siempre, han marcado la mejor trayectoria para el bienhacer y el “bienvivir con”, sea en una entrevista, en un grupo amistoso, en una reunión de trabajo o en una mesa de diálogo y solo por esas palabras, que no por otras. DIARIO Bahía de Cádiz