CARTA AL DIRECTOR enviada por: Antonio Cánaves Martín, de Palma de Mallorca
1.600 años de impartir moral católica sobre sexo (al igual que otras religiones), ha tenido efectos devastadores sobre la mentalidad y hábitos sexuales de muchas generaciones. Focalizar la atención de nuestro juicio y conducta en como utilizamos una parte del cuerpo, sin atender a su propio deseo, ha generado un tipo muy generalizado de neurosis sobre cómo utilizar y con quien utilizar pollas y coños. Neurosis, que no existe con ninguna otra parte del cuerpo, aunque la iglesia también, en otras épocas, ha intentado someter a la población con el control del gusto, la vista, o el tacto…
La obsesión del clero por el sexo, priva la libertad de la gente poniendo una frontera, entre sus sentimientos, sus emociones, sus pasiones y su sexo: “el sexo, no es cosa de cada uno, es cosa regulada por los prejuicios de la moral católica”.
Es preocupante, que no se trate como un problema de salud mental, los prejuicios de aquellos que tienen sus pollas y coños en conserva (Papas, cardenales, obispos, curas y monjas) tratando de regular si “pollas se juntan con pollas”, “coños se juntan con coños”, “ pollas y coños se juntan indistintamente”, si “coños y pollas se entretienen con otros objetos” o si “cuando los coños que se juntan con pollas, o cada uno con su igual” lo hacen dentro del matrimonio, en parejas de hecho o de deshecho (la administración también es víctima de esta neurosis, pues da valor y pensiones de viudedad, discriminando a quien está en una u otra situación, dándole valor sentimental y económico a quien está casado, pero no al soltero).
La iglesia ha utilizado el sexo, para marcar ideología en la esfera política, y así vemos muchos partidos que toman su testigo, arengan a sus fieles para que marquen distancias y estigmaticen a los que se salen del redil. Su insistencia en tener poder sobre una de las pulsiones más intensas y placenteras del cuerpo, con prohibiciones, amenazas, “no te toques”, “no lo muestres”, “no lo hables”, ”no lo hagas”, lleva a reprimir de continuo en hombres y mujeres el deseo sexual.
La represión religiosa es tan intensa, que nos ha regalado la vivencia del sexo, como un trauma. Que el sexo, en lugar de vivirse como uno de los mejores divertimentos y placeres, se vive como un proceso lleno de reglas, normas y protocolos, con penas de escarnios, exclusiones y castigos para quien no utilice su sexo como manda la santa madre iglesia, para que entendamos, que el sexo no es un tema, si no un trauma, ¿cuántas horas hemos hablado de las apetencias y deseos sexuales con nuestros hijos, cuántas con nuestras parejas, o en público?, ¿por qué no se habla de ello, como se habla del gusto por los manjares, por los viajes, o por la música?. ¿Por qué está mal visto, decir coño, o polla en los medios, como un tabú?
Los continuos abusos sexuales entre la juventud son muestra que tanta pulsión sexual reprimida tiene un amplio abanico de vías de escape, desde quienes optan por internalizarla y se tragan en soledad su frustración; hasta los que optan por externalizarla mediante su compra, la coacción y la violencia: el éxito de la pederastia, de la prostitución, el éxito del porno, de tanta violencia contra las mujeres o contra el colectivo LGTBI. En todos ellos, hay un grado de insatisfacción sexual o un juicio permanente al sexo, que impide entenderlo como un simple juego. Un juego, prohibido durante el horario infantil, que cada día emite cientos de imágenes de armas, guerras, torturas, violaciones…
Al clero, no le interesa, ni el amor, ni la felicidad de las personas, ni el placer de estas, le interesa el sometimiento a su moral, aunque ello represente un trauma para todo la vida.
Un obrero de iglesia Pobre. DIARIO Bahía de Cádiz