CARTA AL DIRECTOR enviada por: Eduardo Arturo Carmona Martínez, de Chiclana
¿Dónde estás, papá? Hace mucho tiempo que te espero y me siento sola.
Desde pequeña, he sido tu niña bonita. Tu alegría. Tu querida muñeca. Recuerdo cada instante que he pasado a tu lado. Cómo me bañabas cada día, con auténtico cariño. Cómo me llevabas cada mañana a la guardería, antes de irte al trabajo.
Los paseos por la playa cada fin de semana, dónde guiabas mis pasos y me acercabas con esmero, a cada ola, para que fuese acostumbrándome al infinito mar.
Las risas, tus risas, con las tonterías que hacemos de bebé, antes de crecer y hacernos mujeres cómo Dios manda.
Siempre pegada a ti. Junto a tu regazo. Mirándonos a los ojos e intentando adivinar lo que cada uno de nosotros estábamos pensando en ese momento.
He disfrutado con tus amigos, y hemos llorado la muerte de mamá. He sentido tu dolor, cómo si fuese el mío propio.
Tu época de depresión, alcohol y drogas, intentando superar la soledad sobrevenida, por una pérdida inesperada y brutal.
Y he renacido, al ver cómo te levantabas, cómo ibas saliendo de ese pozo negro, que había encarcelado tu alma, viéndote de nuevo sonreír, afeitarte, acicalarte y poniéndote, después de mucho tiempo, un traje elegante.
Has tenido varias citas, con mujeres de todo tipo.
Unas me aceptaban. Otras, me soportaban y alguna que otra, sentía cierta repulsión por mí.
Y llegó tu boda. Y más tarde, el hijo que buscabas. El heredero.
Meses después, las discusiones en las que adivinaba que yo era el problema.
Tu niña bonita, tu preciosa muñeca, se había convertido en un problema. En alguien, ajeno a “tu” familia.
Y ahora, mírame. Porque yo sigo mirando, escudriñando, cada coche que pasa a mi lado. Esperando ver tu rostro. Tu querido rostro, y tu inconfundible voz, citando mi nombre. El nombre que un día, tú elegiste para mí.
Y no puedo moverme porque me has atado a un oxidado poste de hierro, en una de las inmundas calles de un barrio asqueroso.
Está empezando a llover. Pero mi esperanza es infinita. Espero tu regreso.
Y es que, aunque te llamen miserable, aunque sientas en lo más profundo de tu corazón, que eres un miserable, yo no sé odiar. Yo, a diferencia de vosotros, los humanos, sólo se amar.
Te quiero, mi amo. Tu perrita: África. DIARIO Bahía de Cádiz