CARTA AL DIRECTOR enviada por: Lucas López, de Cádiz
En nuestra sociedad es bastante habitual escuchar estos días como las personas aborrecen las palabras prejuicio y discriminación, sobre todo cuando les afectan de primer grado.
Pues les diré una cosa, ambos son completamente necesarios e inevitables. Desde que somos pequeños, cuando elegimos a nuestros amigos o elegimos a nuestro familiar, jugador de fútbol o cantante preferido estamos discriminando, puesto que discriminar consiste en “seleccionar excluyendo”, como define la Real Academia Española.
Asimismo, prejuzgamos diariamente. Cada vez que se nos presenta una nueva situación generamos nuestras expectativas de manera casi inconsciente. Esto nos resulta verdaderamente útil a la hora de adelantar acontecimientos, ya que nos permite prepararnos para asumir posibles situaciones.
Con esto no quiero decir que debamos discriminar y prejuzgar de cualquier forma, pero si deberíamos hacerlo bajo ciertos criterios, ya que hay situaciones en las que nos resulta complicado establecer una manera justa de evaluar las distintas variables de la sociedad sin atender a patrones, y es que la sociología se basa en eso mismo, en patrones de conducta.
Por ejemplo, casi todos podríamos coincidir en que debemos ser tratados con igualdad. Sin embargo, la igualdad, del mismo modo que la superioridad o inferioridad, no puede concebirse en términos generales en una amplia y heterogénea sociedad. Se pueden encontrar personas de elevada inteligencia pero de reducida estatura, por ejemplo.
Con esto pretendo decir que realmente no somos iguales, puesto que no existe un claro patrón al que se pueda atender para considerar nuestra igualdad o superioridad, volviendo estos términos inapropiados para categorizarnos y haciéndonos admitir que cada quien tiene circunstancias distintas a ser contempladas en la búsqueda de una igualdad de condiciones.
Sin embargo, en esta ambigüedad aparente podemos distinguir una asignación de roles sociales y demás clasificaciones que suelen establecer relaciones de poder y de dominación de una amplia mayoría sobre una pequeña e invisibilizada minoría.
Esto se puede encontrar en diversas facetas sociales, como puede ser el humor, en el cual con frecuencia se caricaturiza a las minorías en una forma que no sería comprensible de no ser por estas relaciones verticales.
Así es como, paradójicamente, se llega a la tan odiada generalización establecida intrínsecamente por nuestra sociedad. Esta no resulta siempre certera, puesto que no solo se atiende a los roles sociales y a las características dominantes de una población como criterios únicos a la hora de prejuzgar y desfavorecer. No obstante, nos resulta bastante útil para combatir dichas desigualdades e injusticias bajo ese aspecto.
Esto explica los motivos por los que muchos alegan que los movimientos sociales de empoderamiento de grupos históricamente oprimidos (mujeres, personas de color, homosexuales, transexuales, etc.), realmente discriminan a los grupos menos desventajados, y no se equivocan.
Este tipo de discriminación sin embargo está catalogada como discriminación positiva, y su objetivo es dar protección de carácter extraordinario y temporal a dichos colectivos.
De la misma manera que se daría una dieta más restrictiva a una persona celiaca que a una persona sin ningún tipo de alergias alimentarias, es justo ofrecer privilegios de forma coyuntural a aquellas personas que estén en una situación visible y demostrablemente desfavorecida.
Por tanto, aquellos grupos que se encuentran indignados por las posibles discriminaciones que estén sufriendo y por sentirse prejuzgados, entiendan el carácter coyuntural que deberían tener estas medidas, en el caso de que se tomaran de manera efectiva. Puesto que el problema no son los prejuicios, el problema es la medida en la que nos dejamos influenciar por ellos en lugar de utilizar la razón y el sentido común. DIARIO Bahía de Cádiz