CARTA AL DIRECTOR enviada por: Encarnación Martínez Galindo, de Málaga
Se afanan padres y profesores por cuidar el vocabulario de los niños para que no emitan palabras malsonantes o no muy apropiadas socialmente, al menos en público, y cuando alguno coge una pataleta o quiere llamar la atención de una visita que le está quitando el protagonismo, deja sonrojado o algo desconcertado a propios y extraños cuando el niño suelta una retahíla de vocablos inesperados: caca, pipí, pedo, culo. Y se queda mirando a ver qué impresión ha causado en el ambiente.
Pues nada, todo se comprende, para eso se estudia psicología, biología, medicina, filosofía… y lingüística. Todas las ramas del saber poseen aspectos relativos a la infancia. Pero lo importante es la empatía o al menos intentar ponerse en lugar del otro. Todo tiene su explicación y sin tener que rebuscar el tema más difícil del último año de carrera.
Desde la psicología se entiende que el niño está presionado por la visita y actúa liberando la tensión que ésta le produce, como pasa también a las personas que ya no son tan niños.
Desde la biología, es normal, la vida florece y existen brotes de alegría ante la naturaleza.
Desde la medicina, el cansancio del día puede producir irritabilidad y de hecho nos pasa a todos.
Desde la filosofía la perspectiva existencialista, o tal vez el positivismo que hace que el niño quiera conocer científicamente el efecto de su acción mediante unas palabras inesperadas. A todos nos intriga el binomio causa-efecto.
Desde otros saberes también nos podemos asomar a la comprensión de tal comportamiento verbal pero por el momento la lingüística se ha quedado sin eufemismos.
En fin, a todos nos gusta rememorar la infancia y por algún momento sentirnos como niños aunque la pataleta nos pille, por descuido o no, en el Parlamento. DIARIO Bahía de Cádiz
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