CARTA AL DIRECTOR enviada por: Al-Hakam Morilla (Liberación Andaluza)
Los bancos de peces de diferentes latitudes, aun de idéntica especie, pueden asemejarse pero nunca son iguales. Sucede lo mismo al comparar los cardúmenes de aguas superficiales con los curtidos por el piélago profundo. Entre los pueblos de distintos continentes sucede algo similar.
Se ha llegado a homologar nuestra tercermundista situación de andaluces con aquel viejo México del PRI (Partido Revolucionario Institucional): un clientelar partido devenido mafia cleptocrática, corrupto hasta la médula, sin alternancia posible por haber conseguido sobornar, dividir o fagocitar toda oposición. Un partido parasitario del Pueblo gracias al nepotismo y la propaganda. Aunque esas atrevidas lenguas yerran al cotejarnos. Nuestra situación no puede equipararse con el pasado de la nación azteca. Es muchísimo peor.
México se organiza políticamente como República independiente; Andalucía no pasa de colonia para alienados y jubilados. El Estado de Zapata y de Villa jamás consintió en ceder soberanía al Vaticano; en el Pueblo de Lorca y Picasso subsiste una cantera inagotable de viudas sin hijos a las que desplumar, en la sombra, sus propiedades inmobiliarias a cambio de reinos celestiales, intitulándose la sotana de cuanto le place. La orgullosa patria de Hidalgo y Morelos ostenta por máximo valor la Libertad; la avasallada de Blas Infante y Aben Humeya se conforma con ser súbdita. Inducidos complejos fomentados por la Iglesia la han hecho habituarse a su amarga servidumbre, no raras veces consentida.
La asunción de su historia de un mexicano y un andaluz por desgracia tampoco se asemeja. La propaganda de los vencedores hace tiempo que se volvió la historia oficial de los vencidos, oscura y triste. El legado indígena de Moctezuma o de sus sabios tlaxcaltecas antiguos honra a cualquier mexicano, también al católico practicante; el de Abderrahmán, el Pericles de occidente, o el de Averroes, el mayor pensador europeo de su época, superador de los logros de Aristóteles, el tragasantos castellanista medio con vocación zarzuelera de godo en la Nación del Guadalquivir, intenta en vano desembarazarse de su milenaria herencia cultural -asombro del mundo- extranjerizándola como “árabe”, despreciándola hasta en las reales ciudades andalusíes de Sevilla, Granada, Córdoba, Badajoz, Murcia o Almería.
Y si ya nos vamos al plano económico el parangón podría hacer llorar no por pena ni por vergüenza, sino por asco. La sensibilidad del común de los mexicanos se arrebata, exacerbada, si comprueba que sus gerifaltes se ponen al servicio de foráneos intereses. Aquí al contrario triunfa, con nutrida escuela, aquello de Sevilla a Madrid y de Madrid al cielo… de las puertas giratorias de las multinacionales. La capital de México, D.F., alcanza cerca de nueve millones de habitantes, con un área metropolitana al borde de los veintidós, ¡con una altitud media superior a dos mil doscientos metros! En el polo opuesto, la ciudad de la Giralda, con puerto marítimo-fluvial, acaso fuese un barrio de aquella por el número de vecinos; Cádiz, con la más elevada pluviosidad peninsular, y por tanto reservas de agua potenciales inmensas, frente a un estrecho por el que pasa el mayor tráfico de mercancías navales del mundo, ¡carece incluso de conexión ferroviaria hasta Algeciras!; Málaga, con una afluencia turística superior a todo Marruecos, a la cual no importa que la mayoría de esos gigantescos beneficios acaben en perdidas SICAVs o paraísos fiscales; o la ciudad de la Alhambra, con el monumento más visitado del Estado, a una hora del techo montañoso ibérico o de Costa Tropical… todas con un paro y precariedad laborales propios de Etiopía.
Las subdesarrolladas ciudades andaluzas malviven con sus infrautilizadas posibilidades de desarrollo, la falta de racionalización de nuestros recursos, supeditados a la mediocridad colonialista, la casi nula voluntad de planificación estratégica comercial. Las antaño opulentas urbes andaluzas no rebasan, según los estándares internacionales, la lamentable situación de poblachones malvendidos por ensoberbecidos catetos triperos, al servicio de los señoritos de la metrópoli del Manzanares y de sus purpurados amos del estadúnculo extranjero romano-vaticano, graciosa donación de Mussolini.
Dicen que allá al oriente, por las ciudades de la Ruta de la Seda que durante siglos recorrieron mercaderes andalusíes, en la India, algunos faquires abandonados por la administración se dejan morir, sin ingerir alimentos hasta la muerte. En nuestra tierra todo parece distinto según la radiotelevisión del régimen. La maquinaria propagandística del Susanato, evaluada en seiscientos millones de euros, no nos informa en su almibarada visión de la irrealidad local del aumento imparable del número de suicidios por la miseria y las deudas, de la mayor tasa de mortalidad según se haya nacido al norte o al sur de Despeñaperros, de los que se malnutren o alcoholizan pereciendo jóvenes, de la infecundidad de las madres por la pobreza, del hambre y la emigración crecientes…
Nada de esto debe extrañarnos en una postergada colonia donde la democracia solo constituye un simulacro para los hipócritas partidócratas jacobinos sin escrúpulos. Los que desprecian la identidad milenaria de los millones de nativos a los que vampirizan, los que se permiten insultar nuestro Día de Andalucía, el cuatro de diciembre, trocándolo por el indigno veintiocho de febrero, carente de respaldo popular por completo. En su día la barbarie, la soberbia de los esbirros del depredador colonialismo, se permitió un grosero arbitrio: elegir como día oficial de Andalucía, para expresar nuestra personalidad como Pueblo, el carnavalero del “entierro de la sardina”, con el único objeto de ridiculizar, carcajearse y humillar a la Nación andaluza: laureles de mérito para los que suspiran por triunfar a los pies del Km. 0 del imperio, su Puerta gloriosa del Sol. Basta para entenderlo, si hay quien lo dude, ese entrañable momento cuando la soriano-inglesa duquesa de Alba fue celebrada por ellos con medalla de hija predilecta de Andalucía, en su cortijo de parias descerebrados, a los mayores terratenientes de Andalucía. Tienen incluso la desvergüenza los politicastros de pesebre y procesión de marcharse en cuadrillas a Madrid, su verdadera patria, con la excusa de “homenajear al cine andaluz”, pero con el solapado objetivo de dedicarse por los mejores restaurantes a intrigas medievales, propias más de eunucos que de bufones por la villa y corte, investidura va o viene.
Todos estos desafueros ridículos, e incompetencia secular, sin consideración alguna a los machacados andaluces que les pagamos sueldos y dietas con nuestros impuestos. Por ello queremos homenajear a uno de sus televisados héroes, nacido tal fecha como hoy, el genocida emperador flamenco Karl (Carlos) I, ese mismo que tuvo el capricho de organizarse vivo en Yuste su propio funeral, y disfrutarlo en calidad de espectador. De bien nacidos es corresponder por tantos favores recibidos. Os regalamos, ineptos capataces del señorito de Madrid, un tributo literario -del gran escritor H. Rassmusen- expresión de lo que desearíais para nosotros, y en lo que finalmente os habéis convertido los acomplejados de la Noble Tierra que os vio nacer: “Anhelaba las aguas profundas. Me presionaron hasta convertirme en una modosa sardina conformista cuya espina dorsal fue pareciéndose a la de las otras, suave y lacia como un aborto de lombriz”. DIARIO Bahía de Cádiz
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