CRÍTICA. Pitingo es artista y buena persona. Buena persona, de veras. Gestos y palabras a su propia actitud con todos: los presentes (invitó al público a que hiciera lo que le diera la gana, palabras textuales: “después de haber pagado una entrada por estar aquí, ¿quién soy yo para prohibir que hagáis fotos o videos?”); los ausentes, que rememoró en una retahíla de nombres –artistas, casi todos-, muchas veces acompañada del relato de experiencias vividas con ellos; y también fue buena persona con sus músicos, “somos una gran familia”, de los que contó maravillas y alguna que otra pena vivida en compañía, y abrazó en la medida que pudo –incluyendo al trío de acompañamiento de sus piezas góspel o soul-, como pocas veces se ve en un escenario. Y el gesto agradecido para ellos –y al cielo, ¿cuántas veces lo dijo?- delata que, más que nada, se siente tocado por la varita mágica del éxito que a otros no les llega nunca.
Pitingo se presentó en el Teatro Falla de Cádiz, el pasado festivo 1 de noviembre, por vez primera como artista principal y el “tirón” de su cartel llenó el aforo. Un lleno que disfrutó Pitingo feliz con los halagos, pero poco dado a la vanidad. “Soy un artista; como lo somos todos, nadie es mejor ni peor que otro. No me puedo considerar por encima de nadie” (no obstante, remató su gesto de humildad con un comentario gracioso, para hacerse valer).
Este Pitingo –artista, buena persona y feliz- demostró que tiene tablas para salir del paso de un concierto en el que dio muestras de no sentirse cómodo. Quizás estuviera cansado de las idas y venidas de su periplo de conciertos –“vivimos mucho tiempo lejos de la familia”- siempre exitosos. Un éxito comercial marcado en el Falla por un espectáculo entretenido y vistoso, aunque menos “pitingo” del deseado.
La impresionante actuación –más arte que voz- del artista invitado, Fernando Soto; el rato dedicado por tres músicos de su grupo a la percusión, la interpretación del tanguillo Los duros antiguos, coreado por todo el teatro, y el habitual remate del concierto por bulerías a modo “fin de fiesta” sirvieron de entretenimiento para el público por la variedad de la oferta musical; pero, sobre todo, de alivio para la voz de Pitingo, que tuvo sus momentos más exigentes en los puntos extremos de la ruta musical.
Las tres primeras piezas –martinete, granaína y bulería, respectivamente- atestiguaron que todavía mantiene viva la llama del flamenco en su interior, aunque el destino le haya llevado por otros senderos menos identitarios con sus raíces, como la fusión de flamenco y música negra, que es su meritoria especialidad. Pitingo sufre el lastre de ser un intérprete a la espera de definir su propio camino, aún versionando –de forma excelente- canciones de otros como fórmula vital para mantenerse en la cima. Pero puede encontrarlo -yo creo que debe-. Ahí está la textura y musicalidad de su magnífica versión sobre la famosa canción “Currucucú paloma”, uno de los momentos clímax del concierto.
Como era de esperar, el público vibró con sus versiones soul, entre ellas Rescue Me que arrastró el entusiasmo a la cúspide expresiva y, por encima de todas, Killing me softly… que cerró definitivamente un concierto en el que de nuevo, Pitingo nos “mató” suavemente con sus canciones. DIARIO Bahía de Cádiz Francisco Mesa
FICHA DEL ESPECTÁCULO
‘Soul, bulerías y más’. Pitingo.
Gran Teatro Falla, 1 de noviembre de 2016. Asistencia: Lleno
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