Juan Antonio Vila, uno de los mayores expertos en la conocida como Casa de la Camorra, continúa dando a conocer estos restos hallados en 2016. Días atrás convocaba una nueva visita guiada para profundizar en este espacio de finales del XVIII que se creía destruido. Y nos comparte un artículo con detalles y curiosidades históricas.
El pasado mes de abril se cumplieron seis años del “descubrimiento” de la fachada de la Casa de la Camorra de Cádiz, que desde hace unos meses forma parte del Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, logrando la protección requerida por el Ayuntamiento.
El historiador Juan Antonio Vila, uno de los mayores expertos en este lugar, recuerda que ese 7 de abril de 2016 visitó el Centro Municipal de Artes Escénicas Arbolí y en un patinillo que sirve como respiradero se encontró un lienzo completo de 8 metros de altura de lo que fue la fachada neoclásica del Salón Bajo de la Casa de la Camorra de Cádiz.
Desde entonces, el propio Vila organiza regularmente visitas gratuitas y divulgativas a estos restos (interrumpidas durante la pandemia). Días atrás convocaba una nueva visita guiada, a la que se invitaba también a DIARIO Bahía de Cádiz, para profundizar en este espacio de finales del XVIII que se creía destruido. Y nos comparte un artículo alrededor de esta referencia cultural en la vida gaditana durante los tres últimos siglos.
EL PARÉNTESIS TOLERADO. LA CASA DE LA CAMORRA, ESPACIO DE ENCUENTRO INTERNACIONAL.
Desde mediados del siglo XVIII un amplio grupo de comerciantes extranjeros y españoles se reunía en una casa de la calle Empedrador de Cádiz para descansar del duro trabajo de sus escritorios. Ciudadanos venidos de múltiples lugares de Europa ocupaban las salas del edificio desde el atardecer para jugar a los naipes, al billar y al chaquete (especie de backgammon) y cuando lo permitía el día para competir a las bochas (una especie de petanca) en sus jardines. También aprovechaban para conocer de primera mano las noticias de los asuntos relacionados con el comercio con América y otros puntos del mundo. Navieros, financieros, miembros de aseguradoras, proveedores y comerciantes de multitud de productos se ponían de acuerdo para las amplias transacciones que se producían en la ciudad por aquel entonces.
En una ciudad con un espacio físico tan reducido echaban de menos algunas de las tradiciones de sus lugares de origen. La amplia colonia italiana añoraba la ópera y ya en 1739 intentaron la creación de un teatro para escuchar su música preferida.
El genovés Joseph Jordán, en la plaza interior adjunta a Empedrador que tenía entrada por la actual plaza de las Flores, comienza a construir el edificio pero una reclamación de la Hermandad de San Juan de Dios al Consejo de Castilla provoca una orden inmediata de abandonar la edificación. Y en 1761 otro empresario italiano llamado Joseph Darbricio, probablemente con la ayuda económica de estos comerciantes mayoritariamente foráneos, no tuvo problemas para terminar el denominado Coliseo de la Ópera Italiana de Cádiz.
Durante 18 temporadas se convirtió en el centro estable más importante del género en la Península Ibérica que complementó con unos fabulosos bailes de carnaval en un amplio espacio que permitía, según conocemos por documentos, vender hasta 1.700 boletos para un solo día de baile del año 1768.
La compañía disponía de una orquesta propia de músicos que convivían en una edificación adquirida por Darbricio en la misma calle Empedrador. Probablemente por el alboroto ocasionado por sus “armónicos” habitantes, la gente empezó a conocerla como Casa de la Camorra, palabra que en la Edad Media servía para nominar a los bandoleros del Reino de Aragón que utilizaban una estrategia de griterío voluminoso para que los acosados abandonaran sus mercancías y lograr su apropiación.
En 1778, un nuevo empresario del Coliseo, por falta de rentabilidad, abandonó el negocio y consecuentemente la Casa de la Camorra dejó de tener el uso de vivienda de los músicos.
Pocos años más tarde, probablemente hacia 1783, el enorme edificio de madera se derriba y el grupo de comerciantes que se reunía en Empedrador desde la década de los 40 compra el “pavimento” que ocupaba tanto el Coliseo como la casa de los músicos para edificar un nuevo y majestuoso edificio de tres plantas que continuó denominándose popularmente como Casa de la Camorra.
Veintisiete son los propietarios del nuevo edificio que se declaraban de catorce nacionalidades diferentes. Entre ellos los cónsules en Cádiz de Prusia, Suecia, Dinamarca, Estados Pontificios, Holanda y Saboya. En la nueva construcción invirtieron más de 70.000 pesos (que debía ser una cantidad considerable) a censo reservativo. Este modelo de adquisición, para entenderlo, sería como mediante acciones, es decir, las aportaciones no serían iguales y en caso de venta el reparto sería de acuerdo con la parte proporcional de cada propietario. En su parte baja construyeron un amplio Salón Bajo a modo de teatro que servía para recordar tanto al adjunto Coliseo derribado como al también clausurado Teatro de la Tragedia Francesa que había tenido una amplia actividad en el barrio del Mentidero entre 1768 y 1778.
Desconocemos actualmente la autoría del proyecto, la única referencia que nos aportan las diferentes descripciones es que para la decoración interior del salón se contrataron a estuquistas portugueses e italianos. La parte más sobresaliente del edificio parece ser que fue la fachada de este salón que disponía de cinco puertas que daban a un jardín de naranjos interior. Sus medidas aproximadas eran ocho metros de alto por otros ocho de ancho con cinco arcos de medio punto que estaban sostenidos por pilastras de orden romano construidas al exterior con piedra sedimentaria, probablemente de las canteras de la portuense Sierra de San Cristóbal. En ambos extremos las esquinas se completan con un almohadillado alterno. Como se puede observar en la parte todavía visible, por encima de los arcos aparece una elegante guirnalda labrada en la piedra. Probablemente el trabajo de cantería fuera realizado por obra de mano gaditana. No conocemos aún el arquitecto o maestro de obras que diseño el proyecto.
Aunque lugar de reunión internacional, debieron ser los integrantes de la numerosa colonia francesa (aproximadamente 1.600 personas de los 60.000 habitantes de la ciudad) los que más uso realizaron del espacio. Si bien sólo tres de los veintisiete propietarios se declaraban franceses (Juglá, Gervinais y Lecouteulx) podemos intuir por los apellidos (Behic, Delotz, Duffóo, Fournat, Larrué, Mercy) que de los siete proclamados como españoles fueran mayoritariamente jenízaros, es decir, nacidos en España como segunda generación de familias francesas establecidas desde hacía tiempo en la ciudad.
Con el comienzo de la Revolución francesa, gran parte de los galos establecidos en Cádiz mostraron su alegría con la nueva situación política. Algunos jóvenes, denominados los del cetro corto, manifestaban públicamente su fervor portando un pequeño bastón y un pañuelo “a la guillotina”. La Casa de la calle Empedrador debió servir como lugar de recogida de un voluminoso donativo, que ascendió a la nada desdeñable cantidad de 83.650 libras tornesas, y que fue enviado a la Asamblea Nacional francesa. El avance revolucionario provocó en el verano de 1791 el cierre definitivo del uso de las dependencias del edificio.
Durante los cinco años siguientes, los veintisiete propietarios realizaron numerosas peticiones al Consejo de Castilla para que revirtiese el edificio a sus objetivos de servir de lugar de reunión. Sólo la firma de la Paz de Basilea, con la ahora amiga Francia, en 1795, permitió el regreso a su actividad.
Poco sabemos de los acontecimientos que en sus tres plantas siguieron realizándose, pero imaginamos que en el Salón Bajo el teatro, la música y el baile debieron tener amplia cabida. En las cinco salas de las dos plantas superiores el juego, la lectura de periódicos y libros en su maravillosa biblioteca y las reuniones o tertulias en sus amplios salones atrajeron tanto a españoles como extranjeros durante los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, hasta que el comienzo de la Guerra de la Independencia en 1808 provocase su definitiva confiscación.
Es sintomático que tras esta confiscación por la Regencia, ni siquiera una vez terminada la contienda, nadie reclamase su propiedad.
CON HISTORIA DESDE FINALES DEL XVIII
El edificio se construyó hacia 1783 sobre el pavimento de una casa anterior de una planta que había servido de lugar de residencia a la orquesta del anexo Coliseo de la Ópera Italiana. El jaleo que producían los músicos favoreció la denominación del edificio como Casa de la Camorra. Este Coliseo construido en madera desapareció por diferentes motivos hacia 1780 y la casa de los músicos fue vendida a un grupo de comerciantes europeos que se reunía en la misma calle desde mediados del siglo XVIII.
Una vez derribada la casa se levantó un edificio de tres plantas disponiendo en la planta baja de un teatro que recordase a los desaparecidos Coliseo de la Ópera Italiana y al Teatro Francés del Mentidero. El edificio fue cerrado por el Conde de Floridablanca entre 1791 y 1795 por haber sido el lugar donde se recaudó donaciones por la numerosa colonia francesa para el funcionamiento del parlamento francés durante los primeros años de la Revolución como consta en un documento del Archivo de la Asamblea Nacional en París.
Además, al inicio de la Guerra de la Independencia el edificio fue confiscado por la Regencia y posteriormente sirvió de sede a numerosas instituciones culturales gaditanas como la Sociedad Económica de Amigos del País, el Liceo Artístico, el Ateneo de Cádiz, la Academia Filarmónica de Santa Cecilia, el Círculo Modernista (donde en 1905 ensayó el coro ‘Los anticuarios’ y se escuchó por primera vez el tango de ‘Los duros antiguos’), Escuela de Comercio, el cabaret con el nombre de ‘Kursaal Gaditano’, Casa del Pueblo durante la II República, Teatro Jaime Balmes y sede de la compañía de Títeres de La Tía Norica, entre otros usos.
El edificio se convirtió a finales de la década de los 60 del siglo XX en un colegio y aunque se creía que había sido destruido, el entonces arquitecto municipal ocultó entre sus muros la fachada neoclásica.
LA ANTIGUA FACHADA “ENTERRADA”
Actualmente lo único que se conservan son los restos arquitectónicos de lo que fue la fachada original del Teatro de la Ópera, inserta en el actual centro municipal Arbolí.
Tras cruzar el patio central, al fondo a la derecha y tras pasar los aseos y el tramo de escaleras, se pueden observar los primeros testimonios de la misma, en un patinillo de ventilación de los citados aseos. Sobre un zócalo se levanta una fachada ornamentada al estilo neoclásico, de la que sólo se puede apreciar su extremo izquierdo.
A la izquierda de este tramo visible se observa una robusta pilastra almohadillada, quedando a la derecha de la misma, hacia la mitad del muro en altura, el arranque de un arco de medio punto, cuyo vano se ha cegado, levantado mediante pilastra estriada de la que se conserva su tambor superior. Sobre el arco del que únicamente es posible vislumbrar un tercio quedando el resto de la fachada escondida tras la nueva edificación, se dispone un paño decorativo en el que se puede apreciar el extremo de una guirnalda labrada en piedra con remate de decoración de gota. En la esquina superior izquierda se conserva lo que parece el arranque de una techumbre abovedada.
Por otro lado, a lo largo del frente norte de la azotea del edificio, desde la que se puede observar nuevamente el patinillo, aflora el entablamento de la fachada discurriendo de noroestea sureste y en el que asoman la parte superior de cuatro capiteles, pudiéndose distinguir las volutas de lo que sería un orden jónico o compuesto. En el extremo derecho, hacia el sureste, se percibe una gota labrada en piedra con las mismas características que la conservada en la zona del patinillo como remate de la guirnalda.
Es muy probable que la fachada se conserve completa, escondida en el interior de los muros de la reciente construcción. Y es que en el muro maestro cuyo discurrir coincidiría con el de la fachada, con suficiente espesor, se constatan grandes vanos tanto en la planta baja como en la superior, huecos que podrían corresponder a los resultantes del posible diseño original de la fachada.
El actual edificio es producto de una construcción de 1960, obra del en ese momento arquitecto municipal Antonio Sánchez Esteve, quien tapió la antigua fachada “enterrando” para futuras generaciones los restos como si de un yacimiento arqueológico se tratara.
Hace meses se anunciaba que las concejalías de Patrimonio Histórico y Urbanismo estaban trabajando en un proyecto de recuperación parcial que permita poner en valor los restos que se conocen actualmente. Sería un paso previo a una posible recuperación integral posterior de toda la portada, que incluiría también aquellos fragmentos de la fachada localizados años atrás. Poco más se ha sabido de aquellas pretensiones.