CRÍTICA. La aparente pasividad del público del Falla durante la representación de Madama Butterfly llamó la atención. ‘Pasividad’ quizá no sea la palabra adecuada para denominar la sensación de quietud implantada en el público, que con un silencio respetuoso, casi absoluto, se mantuvo inamovible en dos horas y media de representación. ¿Cómo explicarlo? Resulta raro que durante la ejecución de una ópera, no se interrumpa de forma espontánea la actuación de los intérpretes con aplausos. Es lo habitual. Pero fue posible que en el Gran Teatro Falla no se tuviese la ¿cortesía? con ninguno de los intérpretes de alentarles con sonoras felicitaciones. Ni como solistas, ni en los duetos,… solo algún tímido cierre de escena casi a traspiés de la salida de los cantantes.
Sin embargo, en Cádiz se vivió una de las mejores sesiones de ópera que recuerde. No hizo falta más que escuchar a los solistas –el tenor David Baños y a la soprano Hiroko Morita, primorosa y espléndida en su papel– y asegurarse de su idoneidad lírica de soprano y tenor para que el público se dejara llevar por la intensidad dramática de la historia, teatralizadas con realismo verista por Morita en su papel de ingenua y amorosa esposa.
El auditorio estaba lleno, como en pocas ocasiones, y a poco que se alivió la obra de Puccini de la rutinaria introducción –compensada con una espectacular puesta en escena del coro, vestuario y sombrillas en todo su esplendor– el público se concentró imperturbable y estremecido en saborear la triste y dramática historia de Cio-Cio-San Butterfly, engañada por Pinkerton, un oficial de marina americano. No era para menos; en Madama Butterfly, la expresividad musical Puccini sublima el arte lírico, y el público se siente arrebatado por el amor y ternura que despierta la romántica historia de Cio-Cio-San, hasta alcanzar el punto de lágrima en su dramático final.
La satisfacción por el resultado se manifestó al final, cuando el cierre definitivo del telón dio paso a la despedida cariñosa y sincera, en correspondencia con el espectáculo producido por Opera 2001 –admirable por el resultado, a pesar de las evidentes limitaciones presupuestarias–. Fiel a su cita anual, y con el mismo equipo de diseño, nos trajo una producción sin alharacas, comedido en las formas y delicadamente expresiva; muy por encima el resultado dramático que el musical, acusadamente de más a menos en la escala de relevancia para el libreto.
La escenografía se decanta por un enfoque tradicional, y en cierto modo kitsch. Impacta el color y belleza del sencillo decorado de fondo, con el añadido de un pequeño puente de acceso a la casa a través de un simulado jardín. Esta opción, sin embargo, produce la sensación visual de apelotonamiento grupal, sensación reforzada por la simplicidad coreográfica construida con movimientos de corto recorrido y en un reducido espacio; un diseño planteado como si se pretendiese conseguir solo la más bella composición estética. La extraña elevación del suelo produce comodidad visual en el espectador y una inteligente rotura emocional –más cercanía personal hacia los personajes– cuando los solistas bajan de la plataforma y avanzan hacia el proscenio.
Posiblemente, la mejor nota para una orquesta no es decir que pasó desapercibida; pero así fue. Con solvencia la ejecución de los intérpretes en sus solos, la orquesta produjo un sonido empastado, aunque con musicalidad algo plana y sin mordiente; que se hizo patente de forma notable en los compases finales, que mereció un realce sonoro con mayor énfasis en los ataques.
En la faceta vocal, manifiestamente mejorable Dimitrov en su papel de Goro y quizá le faltase un punto de regularidad plástica a la voz de Giulio Boschetti como Sharpless. Muy segura Liliana Matter (Suzuki) en sus arias y con tendencia a ‘comerse’ al resto de intérpretes en sus intervenciones de acompañamiento. La voz de David Baños (Pinkerton) sonó fresca y transparente en general, aunque se vulgarice en los registros menos agudos. Sin brillantez, sin embargo, en la dramatización de su papel, indiferente el tenor a la tensión emotiva que tuviera que mostrar en cada momento. Hiroko Morita destacó por su fuerza vocal, sin fisuras en los diferentes registros, aunque tendió a quebrar su fortaleza en el tercer acto. Fortaleza vocal que acompañó con una inteligente dramatización de los registros emocionales que tuvo que afrontar: desde la contenida y tierna alegría en el desposorio, hasta el dolor inmenso por la renuncia a su hijo, pasando por unas sentidas lágrimas al sentir el abandono del casquivano Pinkerton. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
‘Madama Butterfly’ de Giacomo Puccini.
Opera 2001, producción. Roberta Mattelli, dirección escénica. Luis Miguel Lainz, dirección artística. Alfredo Troisi, escenografía. Orquesta Sinfónica OPERA 2001. Martin Mázik, dirección musical. Coros de Hirosaki (Japón). Yuko Otani, dirección de coro. Hiroko Morita (Madama Butterfly), soprano. David Baños (Pinkerton), tenor. Liliana Mattei (Suzuki), mezzo-soprano. Giulio Boschetti (Sharpless), barítono. Dimiter Dimitrov (Goro), tenor. Nikolay Bachev (Yamadori), barítono. Tihomir Androlov (Bonzo), barítono. Svetlana Ivanova (Kate), soprano. Sartoria Arrigo, vestuario. Mario Audella, pelucas.
Lugar y día: Gran Teatro Falla de Cádiz, 1 de noviembre de 2015. Asistencia: aforo completo.
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