JORNADA 40. El Cádiz sigue dependiendo de sí mismo para meterse en los playoff de ascenso a Primera, tras un empate logrado aplicando fe y trabajo ante un Granada que vio las cosas muy fáciles desde el principio y se dejó de ir. En un horripilante partido, la pierna izquierda de Aketxe regaló a los amarillos un punto que será vital en la clasificación final.
Y es que la tranquilidad le duró a los amarillos diez minutos. Nada más empezar el partido, a Álvaro Cervera se le torció el planteamiento con la lesión de Edu Ramos, que fue sustituido por Álex Fernández. Y luego, un córner extrañamente rematado por Lekic en propia meta tras un agarrón claro de un rival daba a los locales el ascenso directo, mientras arrojaba sobre los gaditanos un cubo de agua helada que enfriaba las ya tibias energías mostradas por los amarillos desde hace ya varias últimas jornadas.
Y realmente, hasta el gol del empate, poco más hay que contar. El partido, como todos los del equipo cadista, y si me lo permiten, todos los de la Segunda división (y también los de Primera, por qué no) se puede resumir parafraseando al gran Javier Clemente: “el que quiera espectáculo, que se vaya al circo”. Todo es intensidad, jugadores tácticos, lucha, garra… sustantivos que sirven para enmascarar la realidad, compuesta de jugadores que se limitan a hacer lo que les manda el técnico, y de esta forma se aseguran contar con su favor, a la vez que si no salen las cosas bien tienen como excusa eso tan español de “yo hice lo que me dijeron que hiciera, así que si hemos perdido a mí que me cuentas”.
Los peones de obra del rollo este del fútbol saben de sobra que si se portan bien y no dan un patada más alta que otra siempre van a poder seguir su carrera en cualquier equipo, ya que todos vienen a ser más o menos lo mismo. Y así cuando un muchacho de estos acaba su carrera deportiva con 34 años, habrá realizado un bonito periplo luciendo su envidiable tupé por diez equipos de su vida en quince años de actividad. Y mientras, el forofo de esto no sabe ya si borrarse del tema o seguir animando a ciegas. Imagino que esto del fútbol es una de esas cosas que se hacen por costumbre, como mirar el telediario o charlar con tu suegra. No hay pasión, más bien es un hastío disimulado, y que cuando se produce algún mínimo detalle puntual luce como una orquídea salvaje en un campo de patatas.
Ciñéndonos a lo que pasó, la primera mitad en el nuevo Los Cármenes fue, para que se entienda, tan apasionante como la sala de espera de la oficina del DNI. Una vez que los amarillos recibieron el gol, intentaron de manera totalmente infructuosa acercar la pelota a la portería rival. Varios córners y faltas mal sacados, centros muy defectuosos que la defensa local despejaba sin esforzarse y carreras locas de Jairo, Salvi o Machís hacia la nada fueron todo el bagaje de los visitantes. Sólo una clara plancha del venezolano a un rival en un balón disputado añadió algo de sabor, en este caso no muy dulce, al partido, ya que se montó una breve y ligera tangana, infantil, anodina y sin consecuencias. Como todo en este encuentro. Los locales estuvieron sobre el campo, se supone, pero si hubieran puesto once maniquís de El Corte Inglés poca gente se hubiera dado cuenta. Se comenta que jugaron con un portero en la primera parte, pero no lo podemos asegurar.
Al comienzo de la segunda, una bonita jugada de los amarillos pareció subir un poco la persiana ante tanta lobreguez. La combinación de varios jugadores dejó a Espino en buena situación para centrar, pero su pase fue mal controlado por Jairo, y ahí se acabó todo. A eso del minuto 55 el Cádiz se había abierto un poco, intentando acercarse a la portería local, con cierta animosidad pero escaso acierto. El equipo se mueve a trompicones y sin ejercer un control real del juego. Y además, cuando no está Aketxe, los balones parados son todo un drama clásico. De Esquilo, o quizás de Sófocles.
Cervera decidió limpiarse las gafas y cambiar algo. Retiró al balcánico Lekic para sacar a Querol. Poco después, fruto del voluntarioso esfuerzo amarillo, una jugada por la derecha terminó en un centro de Salvi que hubiese sido peligroso si hubiera habido algún cadista para rematar, y luego se produjo otro centro que Machís cabeceó para que el portero local, que sí que estaba allí, se estirara como una gacela para despejar a córner. El cual, obviamente, se sacó sin consecuencias mientras el vasco todavía comía pipas en el banquillo. Los locales, sin esforzarse más de lo necesario y mirando el reloj desde que metieron el gol, se limitaban a sestear y aún así, conseguían jugadas tan peligrosas como las que llegaba a hacer el Cádiz. El partido estaba algo más entretenido, pero sin llegar al nivel de paroxismo de un reportaje de Cousteau sobre la vida de las almejas.
En el 70, Ager Aketxe tuvo que dejar las pipas a un lado y salir al campo en lugar de Correa, y en el 75 el Granada tuvo el 2-0 en las botas de Ramos, pero Cifuentes estuvo a la altura despejando con su mano izquierda. Y entonces pasó lo que pasó: el vasco se salió del guión, chutó con su izquierda desde la frontal cuando los cánones actuales le obligaban a centrar y la metió por la escuadra. El Cádiz empataba, únicamente aplicando cierto orgullo y aprovechando la calidad del mediapunta, y también la abulia con la que jugaban los locales.
Con el empate, el equipo franjirrojo perdía la posibilidad de celebrar el ascenso matemático, así que empezó a esforzarse en llegar a la portería rival, pero los amarillos mantenían cierta inercia atacante, siempre de manera anárquica y deslavazada, así que no lograron encerrar al equipo de Álvaro Cervera en su área en el tramo final del encuentro, y este se fue acabando poco a poco como se apaga una velita, con la única sorpresa de un horroroso remate de Querol que hubiera roto un cristal de la Torre de la Vela si no llega a impactar contra la nariz del defensor Pozo.
Y así sin pena ni gloria acabó el partido. Los editores de Estudio Estadio lo van a tener difícil para sacar las mejores jugadas de este espanto futbolístico. El Cádiz este año es como esas visitas que están en la puerta de casa despidiéndose, pero que nunca se termina de ir y que siempre van encontrando nuevos temas de conversación inane. Unos pesados en toda regla, que nadie puede sacar de la zona de liguilla. Están agarrados ahí con uñas y dientes, resistiendo de manera numantina, como los héroes de las películas del Oeste cuando les han dado cuatro tiros y todavía tienen fuerzas para matar unas decenas de indios. Siempre queda la emoción del final, pero el desarrollo está siendo un tremendo tostonazo. Se echa de menos el juego entre líneas de Mario Barco. Y ya estamos deseando que llegue el fin de semana para disfrutar del próximo empate de los gaditanos en Carranza, mientras miramos de reojo como pierden los perseguidores (esperemos). DIARIO Bahía de Cádiz