CRÍTICA. El título de la obra creada por el dramaturgo José Manuel Mora, Los nadadores nocturnos, orienta al espectador solo como guía para el inicio de la acción, si puede tildarse de tal al resto de las escenas: varias personas que se reúnen para nadar por la noche y, en ocasiones, muestran sus frustraciones. Apenas hablan…, son siempre los mismos.
La práctica de la natación en horario nocturno distingue al heterogéneo grupo, que pronto se expresa en términos de secta activa y exclusiva. La dirección del grupo-secta asume pronto la tarea de establecer el aliento ideológico que mueva a todos a expresarse, libremente y con honda huella sicoanalítica, atendiendo la máxima que la destrucción –incluso de uno mismo– es el punto inicial para conseguir la redención y volver a renacer con mucha más fuerza.
¿Recomendaría a alguien esta función? No incondicionalmente. Depende del “alguien” y no solo de sus gustos. Considerando estos, le satisfaría a todos el complicado desarrollo narrativo, la fuerte carga simbólica de todo –personajes, historias, color, tiempos narrativos– y la completitud de recursos escénicos puestos en juego durante la hora y media del espectáculo: danza, música, expresión corporal y soliloquios mezclados aleatoriamente en un potpurrí de adoctrinamiento explícito y provocación intencionada. Pero depende de quién sea “alguien” se maravillará de las coreografías y la capacidad de epatar con cada historia personal, aunque el gusto postmoderno por ciertas formas de coprodramaturgia –el concepto de detritus no es solo biológico– probablemente no llegue a la mayoría.
Tanto las historias personales de cada personaje como las escasas escenas colectivas –la llegada de los nadadores a la piscina, que enciende el comportamiento promiscuo entre ellos, la cena sacrílega, entre otras– tienen como objetivo de corporeizar “el gran amigo que te dice lo que no quieres oír”, como afirma la directora y coreógrafa del espectáculo, Carlota Ferrer.
O no quiere ver, añado yo. En el dilema de la recomendación, tengo en cuenta que “alguien” pueda admitir escuchar lo que no quiera oír, pero que con toda seguridad planee disfrutar del espectáculo. Para ese “alguien”, Los nadadores nocturnos no es función recomendable. Genera un punto de incomodidad que los más avezados en este tipo de representaciones soslayan sin problemas. El punto de incomodidad se instala por el estilo narrativo y no solo por la ¿esperada? reacción frente al discurso ideológico subyacente.
El desarrollo de la narración –con múltiples puntos de vistas para el espectador y diferentes manifestaciones interpretativas individuales en las fases de policoralidad disgregada– es penoso de aprehender para el espectador; aunque gracias a la repetición de motivos personales y eslóganes se mantiene la cohesión narrativa. Y las situaciones que relucen en el relato de las fragmentadas historias personales son, como poco, poco convencionales: el chico paloma, que necesita cuidado y protección, de coprofagia superlativa; la chica encendida que solicita continuamente ¿Alguien quiere follar conmigo?; el chico “diferente” que reniega de su tendencia por la xenofobia social, la chica invisible, la idealizada y casi desnuda mamá dulce y feliz… El nexo discursivo recae en la figura de Jan Ge –interpretado por Joaquín Hinojosa–, antiguo profesor expulsado por pederastia, que se convierte en el líder de la Orden de los nadadores nocturnos.
Apuesto a que con independencia del valor dramatúrgico, el aplauso de algunos llega por el discurso de tierra quemada (“Aunque el pasto esté seco, hay que echarle gasolina”), excitación revolucionaria (“Resistimos gracias a nuestro ingenuo deseo de cambio, de revolución”) y conciencia populista (“Siempre es lo mismo, al principio la revolución, luego la institucionalización de la revolución; pero por encima de todo está el pueblo”) que permea el texto de la obra. Manifestaciones sutiles de violencia colectiva que subraya otros tipos de violencias individuales desplegados a los ojos del espectador. Quizá en la propia concepción del espectáculo radique la llamativa merma de espectadores en las butacas del Teatro Falla. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
‘Los nadadores nocturnos’ de José Manuel Mora. Performance contemporánea.
Premio Max 2015 al Mejor espectáculo revelación 2015.
Carlota Ferrer, dirección y coreografía. Intérpretes: Joaquín Hinojosa, Paloma Díaz, Oscar de la Fuente, Miranda Gas, Jorge Machín, Esther Ortega y Alberto Velasco.
Lugar y día: Gran Teatro Falla de Cádiz, 18 de marzo de 2016. Asistencia: mitad de aforo.
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