Se dice que los esquimales son capaces de reconocer 30 tonos de blanco distintos. Un domingo al mediodía debe haber unos 50 tonos de amarillo en la Plaza de Mina; uno por cada niño y niña que corre tras la pelota. No hay dos camisetas del Cádiz CF iguales.
Volver quince años después a la primera división del fútbol español nos trajo, entre otras cosas, el privilegio de que en las fábricas de Tailandia se intente replicar nuestra elástica. Unas veces el escudo sale bien y un Hércules aguerrido parece tener domados a los dos fieros leones ante las columnas Calpe y Abila. Otras, si lo miras de cerca, te das cuenta de que, en lugar de a Hércules, puedes ver a ‘Grabié’ sacando un pastor alemán y un golden retriever por el botellódromo de la Punta de San Felipe. Los de la fábrica de Bangkok, mirando el emblema, se preguntarán lo mismo que yo: “¿Cómo coño se vive en un piso de 50 metros con esos dos perros tan grandes?”.
Tras cuatro años en primera, esta quinta de infantes cadistas, además de tener una colección de remeras baratas y variopintas, está criando un corazón duro como un filete de aguja. Lo ejercitan cada fin de semana con un movimiento nunca antes visto y que deben estar estudiando los cardiólogos; es esa contracción que se produce durante los segundos que transcurren desde que el vecino que paga el Movistar grita un “¡Penalti!”, hasta que la App pirata muestra la jugada. Al final nunca pitan nada favor, pero vete tú a saber si con ese entrenamiento cardiovascular mi hijo no dura hasta los 110 años.
Es importante quedarse muchas temporadas en primera y que así se asiente este sentimiento de pertenencia al club sobre todo porque, si se regresa al pozo, pasa lo que pasa: la gente joven se olvida durante mucho tiempo del equipo de su provincia y, un par de décadas después, cuando se regresa a la elite, te encuentras un estadio lleno de bufandas amarillas que en realidad abrigan almas madridistas y barcelonistas.
los niños de Cádiz están acostumbrados a la derrota deportiva (lo que les ayudará bastante a saber lidiar con la derrota personal en el futuro), pero no es lo mismo perder que ser un perdedor
Ese fenómeno se puede medir, estudiar y representar en una gráfica si se quiere. El nivel de catetada es directamente proporcional al peso de las cáscaras de pipas que quedan bajo los asientos de tribuna. Esa cantidad en kilos suele estar correlacionada con el número de palmas que se tocan durante el himno oficioso.
Pero, si no se puede permanecer, si finalmente hay que bajar a segunda y en los talleres asiáticos se pasan a bordar prendas con los colores del Éibar y el Valladolid, yo le pediría a nuestros jugadores que lo que resta de temporada no arrastren por los terrenos de juego ni a Hércules ni a ‘Grabié’. Los niños y las niñas de Cádiz están acostumbrados a la derrota deportiva (lo que les ayudará bastante a saber lidiar con la derrota personal en el futuro), pero no es lo mismo perder que ser un perdedor. DIARIO Bahía de Cádiz