Este domingo 18 de agosto se han cumplido 77 años de la trágica Explosión de Cádiz, y como es habitual, el Ayuntamiento ha recordado la fatídica fecha con varias actividades.
Aquel 18 de agosto de 1947 estalló un depósito de minas submarinas, situado en el barrio de San Severiano, que mató a más de 150 personas, hirió a 5.000, y dejó una parte importante de extramuros afectada. Un hecho que la dictadura franquista intentó silenciar.
El acto principal se llevaba a cabo el mismo domingo, coincidiendo con el aniversario de la catástrofe. Sobre las 21.30 horas se celebraba el ya tradicional acto de homenaje a las víctimas junto al monolito que se encuentra en la plaza de San Severiano (donde se integra la glorieta rebautizada meses atrás como ‘Víctimas de la Explosión de Cádiz’, tras el inaudito rechazo vecinal a que se denominara con el nuevo nombre la plaza completa).
La ceremonia la presidía el alcalde Bruno García, acompañado por concejales de la Corporación municipal, la subdelegada del Gobierno de España Blanca Flores, distintas autoridades civiles y militares, así como varias asociaciones de vecinos y Cádiz Ilustrada. Además de una ofrenda floral, se guardaba un minuto de silencio, se señala en el comunicado remitido a DIARIO Bahía de Cádiz.
Un rato antes, se ofertaron visitas guiadas a los lugares de la explosión a cargo de investigador José Antonio Aparicio. Y tras el homenaje, el patio interior del Instituto Hidrográfico acogió un concierto por parte de los Solistas de la Orquesta Barroca de Cádiz.
Esta programación municipal conmemorativa se inició este viernes con una conferencia sobre este acontecimiento histórico que ofrecía el mismo José Antonio Aparicio. Y el sábado, el Castillo de Santa Catalina fue testigo del acto en el que la familia de Pascual Pery concretó una donación al Ayuntamiento para “enriquecer” la exposición permanente sobre la Explosión de Cádiz que se encuentra en este equipamiento municipal: un sable, un bastón de mando, una gorra, una guerrera y unas palas.
¿ACCIDENTE? ¿SABOTAJE?
Ese 18 de agosto de 1947 se produjo, por la noche, una explosión en un depósito de minas de la Base de Defensas Submarinas; suceso que arrojó el balance de más de 150 personas muertas, 5.000 heridos, y 2.000 edificios afectados.
Aquella noche la onda expansiva arrasó el barrio de San Severiano y los astilleros, los edificios de la barriada España, los chalets de Bahía Blanca, los Cuarteles, la Casa Cuna, el campo de la Mirandilla y el sanatorio Madre de Dios. En la Casa Cuna murieron niños y hermanas de la Caridad. En los edificios de los alrededores fueron sepultadas familias enteras.
Una explosión que quedó fundamentalmente reducida al Cádiz de extramuros, ya que las viejas murallas de las Puertas de Tierra y de San Roque, defendieron en gran parte al casco histórico, pese a que dicen que hasta las puertas de la Catedral se doblaron como consecuencia de la deflagración.
Y cuyas causas aún no son del todo claras y más teniendo en cuenta que fue un hecho que intentó silenciar la dictadura franquista: se habla de accidente, en cualquier caso, evitable -de hecho no era entendible mantener un depósito de minas junto a la población-, e incluso de sabotaje terrorista.
Con todo, extramuros, lo que el gaditano llama Puertatierra, es consecuencia directa de la reconstrucción de la ciudad tras la explosión. Y cierta ayuda del Régimen. Así nacieron las barriadas España, Trille, Brunete, Puntales, o La Paz. E incluso el Estado nacionalizaba el astillero de Echevarrieta y Larrinaga, arrasado por el suceso y en horas bajas, naciendo Astilleros de Cádiz, hoy, tras sucesivas crisis, parte de Navantia.
La exposición permanente abierta desde hace unos años en el Castillo de Santa Catalina trata de reflejar la magnitud de la catástrofe, recogiendo objetos personales de las víctimas, fotografías y documentos originales, además de una gran maqueta de cómo era el Cádiz de la época.