Por entonces, 1843, el chiclanero Francisco Montes ‘Paquiro’ es primerísima figura del toreo y ya viste el traje de luces que el mismo diseña. El paseíllo o paseo, que nace en la Maestranza sevillana, se va imponiendo a lo largo de nuestra geografía y la cuadrilla de un matador está compuesta por cuatro picadores y otros tantos banderilleros, si alguno de estos tiene cualidades e intención de alcanzar el rango de matador también puede ejercer como Sobresaliente e incluso matar algún toro por cesión del espada. Existe la figura del Media Espada, joven matador que cierra el cartel y mata generalmente los dos últimos toros de un festejo. Las plazas disponen de dos tiros de mulillas, una para los toros y otra para los caballos. El protagonismo en el ruedo lo comparten los picadores y el matador, aunque Paquiro va volcando la balanza hacía su gremio. Los picadores son importantes peones, muy demandados y valorados por matadores y público, ya que la agresividad de los toros de la época y tanto su desprotección como la de su cabalgadura le producen con frecuencia gran cantidad de lesiones traumáticas y cogidas. Los cuerpos de los caballos tristemente siembran la arena de las plazas sin ningún tipo de elemento que le proteja de las cornadas de la fiera.
La técnica y la estética de Paquiro se van imponiendo en el toreo junto a las buenas condiciones físicas de los matadores. Los gustos del público afortunadamente están cambiando, aunque todavía se desjarretan toros mansos o se les sueltan los perros para su posterior apuntillamiento.
La crónica que vamos a transcribir está protagonizada por tres diestros chiclaneros, y fue reproducida en 1897 por D. Aurelio Ramírez Bernal 53 años después de que tuviera lugar. La había encontrado impresa a puño y letra en la parte posterior de un cartel, llamado estadito, y el hecho de publicación no fue otro que para demostrar a Rafael Guerra “Guerrita”, dominador absoluto del toreo por entonces quien había impuesto un toro de menor tamaño y agresividad, a que tipo de toro se enfrentaban las figuras de otras épocas. De aquel festejo decir que venía precedido de cierta polémica ante el rumor de que los toros a lidiar eran cortos de edad, es decir novillos. La protesta del aficionado era ciertamente curiosa, más cuando por aquel entonces no existía una legislación que obligara a distinguir entre uno y otro, excepto los propios gustos del público. Finalmente el rumor no prosperaría ya que tras el reconocimiento previo efectuado a la corrida para acallar comentarios son descritos como toros “punteros”, denominación que se daba a la buena presencia.
La crónica fue la siguiente:
Plaza de toros de Málaga, día 10 de septiembre de 1843.
Espadas: Francisco Montes “Paquiro” (primerísima figura).
José Redondo “Chiclanero” (protegido de Paquiro que actuaba todas las tardes junto a su maestro ya muy próximo a independizarse).
Manuel Jiménez “el Cano” (también recomendado del maestro y con escaso tiempo de alternativa).
Toros: Ganadería de Albareda, Viuda de D. Pedro Echeverrigaray.
Rompió plaza “Escogido” de pelo negro hosco y lombardo. ¡Vaya un novillito! 25 varas y 2 caballos muertos. Seis pares de banderillas adornaron el morrillo, y Montes, con dos estocadas: no dice el estadito con su encasillado que tengo a la vista como fueron.
El segundo, “Primoroso”, bermejo, pintado, recibió 28 varas, mató 2 jacos, le pusieron dos pares de banderillas y lo mató Redondo de tres estocadas.
El tercero, “Hortelano”, bermejo, descompuso el cuadro tomando tan sólo 3 varas, pero por su poca codicia le cargaron en leña y llevó 6 pares. De una estocada lo despachó Jiménez “el Cano”.
El cuarto, Cornilato, girón y careta, recibió 24 varas, no mató caballos, le pusieron 3 pares de palos y lo despachó Montes de una sola estocada.
Y salió el quinto: ¡que toro! “Carajorma” le llamaban, bermejo, ojinegro y por sangre pólvora o dinamita. ¡33 varas! ¡13 caballos muertos! ¡Si seria este novillito también! Tan fenomenal toro fue banderilleado con 7 pares de rehiletes y sucumbió de una excelentísima estocada propinada por el agraciado Redondo.
El sexto, “Romero”, bermejo y ojinegro, a pesar de que tomó 7 varas, el público saboreando todavía el bravo ejemplo del ya famoso en la historia “Carajorma”, le pareció despreciable y aunque hirió 2 caballos en las varas referidas, pidió fuego y fuego en banderillas cayó sobre sus lomos, poniéndole seis pares. Así era de exigente el público de entonces y no se contentaba con nada. “El Cano” despachó con cuatro estocadas.
¡¡¡120 varas!!! Lo que no toman hoy cuatro o cinco corridas de los mejores ganaderos, con la diferencia de que entonces venían los toros a los caballos y hoy es al revés y se les acosa a favor de querencias naturales para que así se arranquen obligados.