Manuel Rodríguez Sánchez nace en Córdoba el 4 de julio de 1917. Su tío abuelo fue el matador de toros José Dámaso Rodríguez “Pepete” que muriera por cogida de un Miura en 1862, su abuelo que ya se apodaba Manolete fue banderillero, su tío José Rodríguez “Bebe Chico” matador de toros, su madre Dª. Angustias había estado casada en primera nupcias con Rafael Molina “Lagartijo Chico”, hijo de Juan Molina y sobrino del gran Lagartijo, con quien tuvo dos hijas Dolores y Angustias, por último su padre, también fue novillero con cierta proyección que llegó a pertenecer a una importante cuadrilla de niños toreros junto a Lagartijo Chico y Machaquito. Su padre, quien también se llamaba Manuel Rodríguez Sánchez, llegó a tomar la alternativa y a mantener cierto cartel hasta su decadencia. Durante su carrera empezó utilizando el apodo de Sacañón para posteriormente anunciarse como su padre Manolete. Murió joven a la edad de 39 años dejando huérfanos, además de a sus hijastras, a Soledad, Teresa y Manuel, único barón que contaba 5 años de edad y al que apenas llegó a conocer.
Con estos antecedentes a nadie le extrañó que Manolo de muy joven decidiera encauzar su vida en el mundo del toro hasta el punto de ser alumno interno en los Salesianos de Córdoba debido a sus múltiples escapadas al campo. Su destino estaba cantado y pronto cambio los libros por el capote, prodigando su presencia en cuantas capeas tenían lugar por la zona. Cuando apenas contaba 13 años sufrió su bautismo de sangre, fue en el Cortijo Lobatón en la Finca “Córdoba la Vieja” donde fue cogido y empitonado por una becerra al simular una estocada, lo que puedo ser un presagio a la vista de su final, recibiendo las primeras atenciones de quien posteriormente sería su padrino de alternativa, Marcial Lalanda.
Esto sucedía en 1930, año en el que debutaba de corto en Montilla con su Escuela Taurina y un año después en Cabra, compartiendo cartel con Juanita Cruz. En la temporada del 33 se viste por primera vez de luces en Arles, Francia, y recorre distintas plazas españolas y francesas interviniendo en la parte sería del espectáculo cómico-taurino-musical “Los Califas”. Continuó su carrera como novillero hasta debutar en la madrileña plaza de Tetuán de las Victorias el 1 de mayo del año 35, siendo anunciado por error como Ángel Rodríguez “Manolete” y repitiendo tarde ante la buena impresión causada. En julio debuta con caballos en Córdoba y continúa su carrera hasta justo un año después, julio del 36, que salta la Guerra Civil y como tantos otros es alistado sirviendo en la artillería del bando nacional. El 26 de mayo del 38 llegó su esperado debut en la Real Maestranza de Sevilla, repitiendo dos tardes más todas con gran éxito.
Durante la contienda y hasta su alternativa en el 39, sólo intervino en 26 festejos entre corridas patrióticas y novilladas que teniendo en cuenta las circunstancias fue todo un logro. En plena posguerra, el 2 de julio se doctora en Sevilla de manos de Manuel Jiménez “Chicuelo” con Gitanillo de Triana como testigo, quien curiosamente también le acompaña en el último cartel de su vida. El toro fue de la ganadería de Clemente Tassara y de nombre original Comunista que por circunstancias obvias fue cambiado por el de Mirador. Aquella temporada terminó con 50 festejos, un número elevado teniendo en cuenta la escasez de corridas que entonces tenían lugar, su bisoñez y la calidad de los diestros que le acompañaban aquellas tardes como Nicanor Villalta, Marcial Landanda, Chicuelo o Domingo Ortega.
Por entonces, el líder del escalafón Domingo Ortega rehusaba el enfrentamiento con el cordobés, mientras que con Lalanda intervenía en seis mano a mano dejando bien claro siempre su supremacía. Confirmó el día de la Hispanidad del 39, a la vez que lo hacía Juan Belmonte Campoy, con Lalanda de padrino frente a toros de Antonio Pérez. La del 42 y 43 fueron dos grandes temporadas a pesar de que en la primera de ellas tuvo, en la plaza de toros de Santander, la significativa cornada de espejo que mostraba en su mejilla izquierda.
A partir de entonces nacería un héroe nacional y personaje de referencia en todos los estamentos sociales donde con frecuencia requerían su presencia. En 1944 torea 92 tardes, en la Corrida de la Prensa en Madrid el 6 de julio hizo la faena más completa de su carrera artística a un toro de Pinto Barreiro. A partir del 45, ya con el apelativo del “monstruo cordobés”, la supremacía que mantiene en los ruedos frente al toro y en los despachos empieza a provocar una mayor exigencia por parte del público. Lo más significativo de aquella temporada fue la fractura de clavícula en Alicante, la cogida el día de la reaparición en Vitoria y el corte de dos orejas y rabo en Linares.
Finalizados los festejos en España se traslada a México para confirmar alternativa en aquellas tierras. Con extraordinaria expectación lo hizo el 10 de diciembre en la plaza de toros el Toreo de la Condesa de manos de Silverio Pérez, siendo cogido por su segundo toro. Aquella temporada nace una gran competencia, a la vez de una gran amistad, con el número uno de América Carlos Arruza, quien había sumado más de 100 actuaciones en España. Intervino en 46 festejos entre el invierno y la primavera de aquel año del 46 incluyendo plazas de Colombia, Venezuela y Perú. Volvió a España para torear en junio la corrida de Beneficencia y regresar a América donde, sin duda, se encontraba más liberado y sobre todo junto al gran amor de su vida, Lupe Sino. Tras intervenir en distintos festejos por México y Perú, la temporada del 47 la empezó tarde y visiblemente cansado. En la corrida de Beneficencia del 16 de junio fue cogido en Madrid por un toro de Bohórquez, al que mató a pesar de estar herido, desorejándolo por partida doble. Los festejos continuaron en aquella temporada, sobre todo por el norte de la península frente a jóvenes toreros y a un público que cada vez le exige más. Recién llegado a Madrid de una corrida en Santander, Manolete coge su propio coche para viajar a Linares donde tiene festejo al día siguiente.
EN LINARES…
El 28 de agosto, día del Patrón San Agustín, torea en la plaza de toros Santa Margarita de Linares junto a Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana” y a Luis Miguel Dominguín, joven torero de altas miras que venía apretando fuerte. Hacían el paseíllo a las 4.45 de la tarde, el cordobés de rosa y oro, con 10.500 personas en las gradas para enfrentarse a toros de la legendaria Miura. Aquel mes había recorrido más de 5.000 kilómetros y participado en muchos festejos por lo que no era de extrañar que las crónicas de la época opinaran que parecía cansado y haberle escuchado decir “que ganas tengo de que llegue octubre”. La tarde no era favorable para el cordobés, mientras sus compañeros de cartel cortaban una oreja en sus respectivos toros, él había sido pitado en su primero. Sonaban clarines y timbales anunciando la salida del quinto de la tarde y Manolete parecía enfadado. Salía Islero, un toro que en el sorteo de la mañana le había tocado en suerte a Gitanillo de Triana, quien aquella temporada había sido elegido por el diestro para abrirle cartel casi todas las tardes.
En agradecimientos a los múltiples contratos firmados era habitual que cuando un toro le gustaba a su apoderado, José Flores González “Camará”, éste pasara al lote del cordobés como así sucedió. Era negro entrepelado y bragado, marcado con el número 21, de 495 kilos, astigordo y cornicorto que pronto se aquerenció en tablas donde el maestro llevó a cabo su faena. Entrando a matar fue cogido en el momento del cruce, cuando ejecutaba la suerte contraria, por el muslo derecho. Suspendido en el aire, con el pintón en su interior, lo giró para inmediatamente y a la vez ambos caer al suelo, el torero mal herido el toro muerto. En la cara interna del muslo derecho le había infringido una cornada de la que manaba mucha sangre.
Por error de quienes lo portaban fue llevado hasta el patio de caballos antes de ingresar en la enfermería donde el Dr. Fernando Garrido y su equipo le intervinieron de forma inmediata para cortar la hemorragia, a la vez que se le practican varias transfusiones sanguíneas. El parte médico decía lo siguiente: “Herida de asta de toro situada en el Triángulo de Scarpa, de 20 centímetros de longitud de abajo a arriba y de dentro a fuera con rotura de la vena safena y contorneando el paquete muscular nervioso de la arteria femoral”. Pronóstico grave.
Aquella misma noche era trasladado al hospital de Linares. Manolete convalecía en cama con una cornada muy grave, pero en ningún caso mortal, manteniéndose las transfusiones para recuperar la sangre perdida. Mientras esperaban la llegada de Madrid del cirujano jefe de las Ventas, el Dr. Luis Giménez Guinea con quien le unía gran amistad y en quien el torero confiaba ciegamente, aun muy débil preguntaba por los trofeos conquistados en aquel toro, que fueron dos, y del resultado de su operación. El doctor llegada a las 4 de la mañana a la habitación del diestro, inmediatamente paraba la transfusión que en ese momento recibía y ordenaba le fuera suministrado una ampolla de plasma liofilizado mezclado con suero para regenerarle la sangre, remedio noruego utilizado durante la II Guerra Mundial de dudosa eficacia. “Qué disgusto le voy a dar a mi madre” y “Don Luis, que no veo, no veo nada” fueron sus últimas palabras. Eran las cinco y siete minutos de la madrugada cuando moría el torero y nacía un irrepetible mito de la tauromaquia. Este cambio de tratamiento, lo que pudo ser el causante del fatal desenlace, no se hizo público hasta el año 1997 por parte del hijo del médico de Linares que atendió al torero, D. Fernando Garrido, y por el ayudante de quirófano de aquella tarde D. José María Sabio.
El cadáver fue trasladado hasta su Córdoba natal donde tendría lugar el funeral en la Iglesia de San Nicolás. En su casa de la Avenida Cervantes le fue impuesta la Cruz de Beneficencia por parte del Presidente de la Diputación de Madrid para a continuación partir la comitiva a pié. A hombros de familiares y amigos, y acompañado por cientos de coronas, atravesaba toda Córdoba hasta el Cementerio de Nuestra Señora de la Salud donde recibía cristiana sepultura, aunque provisional, en el panteón propiedad de la familia Sánchez de Puerta con la que mantenía gran amistad. El 15 de octubre del 51, finalizado el mausoleo encargado por la familia al artista valenciano afincado en Córdoba Amadeo Ruiz Olmos, sus restos fueron allí trasladados donde descansa en paz.
BRILLABA CON LUZ PROPIA
Fue el toreo del cordobés de innata personalidad donde brillaba con luz propia su quietud, el valor, su facilidad frente al toro y una muñeca prodigiosa para dominarle. Citaba con la muleta muy retrasada de forma que el embroque se sitúa a la altura de la cadera del maestro. Así, los muletazos aunque cortos, unidos a la rectitud del torero y a la ligazón, llevaban con facilidad la emoción a los tendidos. Destacó también por la gran seguridad que desde siempre tuvo con el estoque. Su toreo tendría un aliado que había nacido por circunstancias de aquella época como fue un toro ligero de peso y corto de años, ya que rara vez se lidiaban cuatreños, que por otra parte poseía mayor movilidad y repetición en la embestida. A pesar de su inmortalidad, hay que reconocer que no fue un torero largo, ni variado, ni dado a los adornos, con un repertorio más bien corto y poco creativo ya que no fue autor ni de la suerte que popularizara y diera nombre, la Manoletina. Por otra parte, nadie dudó jamás de su total entrega en el ruedo que le llevó a recibir 33 cornadas a lo largo de su carrera.
Como persona fue tímido, parco en palabras, austero, seco, serio, de fuerte carácter y muy supersticioso, lo que le hace llevar durante toda su vida torera la misma camiseta interior.
Su singularidad no sólo estuvo en los ruedos, también lo fue en su vida sentimental en una relación amorosa que mantendría con la señorita Antonia Bronchalo Lopesino. Una joven natural del pueblo alcarreño de Sayatón, morena, de melena ondulada y ojos verdes, quien había sido presentada al diestro por la cantante y bailaora Pastora Imperio, esposa que fue de Rafael “el Gallo”, en el Bar Chicote de Madrid en 1943. Actriz de profesión, se anunciaba Lupe Sino, no llegó a pasar de papeles secundarios, eso sí, junto a directores y actores de reconocido prestigio.
Pero su popularidad no vendría precisamente de la gran pantalla y sí del idilio contraído. La relación entre ambos pronto se estabilizó, no siendo bien acogida ni por el entorno profesional del diestro, que la conocían como “la serpiente”, ni por el familiar, sobre todo su madre para quien era “la buscota”. Sin duda, los cuatro años de relación entre ambos fueron para Manolete a la vez que los mejores de su vida, los más tormentosos. Su gran amor fue rechazada tanto por su entorno como por la sociedad, quien además de volcar sobre ella todo tipo de mentiras y falsedades llega incluso a negar su nacionalidad española, por lo que se extiende el bulo de que era mexicana. El diestro pasó sin duda los momentos más felices de su vida junta a esta mujer, compartiendo junto a ella sus dos últimas campañas americanas, como así lo reflejaba su cambio de talante y de carácter cuando se encontraba lejos de su gente. Dicen, que con la fecha de la boda prevista para el mes de octubre, no le permitieron entrar en la habitación del hospital donde convalecía el diestro tras la cogida de Linares. Lo cierto y verdad es que mantuvieron un romance, corto pero intenso, digno de la gran pantalla en el que por primera vez Lupe Sino gozaría de un papel estelar junto a su amante. De la pasión entre ambos nacería la película Manolete, pendiente de su estreno al día de hoy, con Adrien Brody y Penélope Cruz como actores protagonistas.
Si en la historia de la tauromaquia ha existido un torero inigualable, éste ha sido Manuel Rodríguez “Manolete”, IV Califa del Toreo Cordobés. Escritores, pintores, directores de cine, escultores y músicos vieron en él una figura inigualable para desarrollar su obra de arte. Tal vez no fue el mejor torero de todos los tiempos, pero sí único dentro y fuera de los ruedos. Cada aniversario de su pase a la inmortalidad, en todas las plazas de toros, las cuadrillas realizan el paseíllo descubiertas y guardan un minuto de silencio para de esta forma engrandecer su recuerdo.