Reparamos en la vida intensa y singular de un torero valiente, dentro y fuera del ruedo, como lo demuestra su incursión en otras disciplinas tan dispares como la literatura, el deporte, la beneficencia e incluso en el amor. Se trata de Ignacio Sánchez Mejías uno de los componentes de la Generación del 27 y triste protagonista de la elegía ‘Llanto’ de Federico García Lorca.
Nacido en la sevillana calle de la Palma el 6 de junio de 1891. Se crió en el seno de una acomodada familia donde gozó de una feliz infancia gracias a la profesión de su padre, doctor en medicina. Con frecuencia hacía novillos en su colegio de los Escolapios para junto a su íntimo amigo Joselito, cuatro años más joven que él, pronto empezar a jugar al toro sin otro motivo que una particular atracción. Estos primeros escarceos con la profesión también los tuvo en la Huerta “El Lavadero” de propiedad familiar. Ni tan siquiera llegó a terminar el Bachiller, ni mucho menos la carrera de Medicina a pesar de ser el deseo paterno. A la edad de 17 años se embarca en Cádiz, junto a su tío Enrique Ortega “el Cuco”, con destino a Nueva York.
Descubierto en el tránsito y retenido a la llegada fue su hermano mayor Aurelio quien lo sacara del país para acogerlo en su casa de México. Trabajó para sobrevivir, hasta que en 1910 en la plaza de toros de Corelía, de aquel país, se viste por primera vez de luces como banderillero. En la temporada del 11 y 12 compartió su profesión, en la cuadrilla del matador cordobés Fermín Muñoz “Corchaito”, con la de novillero tanto en América como en España. El año 13 intervino en ambos escalafones pero sólo en nuestro territorio, debutó como novillero en Madrid y perteneció a las cuadrillas de Cocherito de Bilbao y de Machaquito quien se retiraba aquel mismo año. En la siguiente su estreno en Sevilla, donde recibe una fuerte cornada que le destroza la femoral, llegándose incluso a temer por su vida lo que le hace replantear su carrera. Vuelve a coger lo palos en cuadrillas como la de Belmonte y la de los hermanos Rafael y José, ambos “el Gallo”. En esta época conoce a la hermana de estos, Lola Gómez Ortega, con quien contrae matrimonio en 1915.
Tras tres años, siendo primera figura de los hombres de plata tanto en la brega como con las banderillas y gozando de gran popularidad entre la afición, reaparece como novillero el 18 de agosto del 18 en Sevilla con gran éxito. Un año después, en Barcelona el 16 de marzo, fuertemente apoyado por el menor de los Gallo, por parentesco y por gozar de una gran amistad personal, le concede la alternativa en el mejor cartel del momento con Belmonte de testigo frente al toro Buñolero de los Herederos de Vicente Martínez, saliendo a hombros. Confirma en la Corrida de la Beneficencia al año siguiente, el 5 de abril, de nuevo con su cuñado de padrino. En la temporada del 20, marcada por el dolor de la muerte de Joselito, actuó en más de noventa carteles continuando temporada en americana. Una de sus contadas actuaciones en Madrid que tuvo lugar en el año 21, en corrida benéfica por los heridos en la campaña de Marruecos, se salda con oreja y de nuevo a México donde era masivamente seguido y respetado. A finales de la temporada del 22 anuncia que la siguiente sería de descanso.
En la del 24 lleva a cabo una cruzada en solitario contra los empresarios que imponen un tope salarial a los matadores de 7.000 pesetas. Apartado por tal motivo de la Feria de Abril del 25, en uno de sus festejos, vestido con traje de calle y con permiso del lidiador, coloca tres excepcionales pares de banderillas a un toro de Santa Coloma.
Por ese tiempo publicaba en el periódico La Unión de Sevilla la crónica de los festejos que tenían lugar en aquella plaza, incluidos aquellos en los que tomaba parte, siendo muy criticado por compañeros de ambos gremios, matadores y periodistas, sin que le afectara lo más mínimo. Castigado por los toros, por la crítica y por las empresas anunció su retirada en la temporada del 27, siendo posteriormente transitoria, para cultivar su otra pasión, la literatura y el teatro. Ya por entonces mantenía amistad con los poetas y escritores de la Generación 27, a la que podemos decir pertenecería.
En el año 34, el 15 de julio, reaparece en Cádiz tras una gran preparación, y aún así falto de facultades. El 11 de agosto sustituía a Domingo Ortega que había sufrido un accidente de coche en Manzanares, junto al rejoneador portugués Simáo da Veiga, el mexicano Armillita y Corrochano. Era una corrida grande y astifina a la que acudía incluso sin cuadrilla. Su propia mano sacaría la papeleta donde se inscribía el número del toro Granadino de Ayala que marcaría su fatal desenlace. Su inició de faena fue como en él era común, sentado en el estribo ejecutando pases por alto, al dar el segundo el toro le prendió por la ingle introduciéndole el pitón y manteniéndose colgando hasta llegar al centro del ruedo. La escasez de medios quirúrgicos en la plaza llevó al propio matador a decidir su traslado a la capital para ser operado. Dos días después, en la mañana del 13, con la gangrena extendida por todo su cuerpo y altas fiebres fallecía. Escasas horas transcurrieron desde su muerte hasta que Federico García Lorca llevase todo su sentimiento al papel y lo inmortalizara en su elegía “Llanto”, formando desde entonces parte de la literatura universal.
NO GOZÓ NI DE LA SIMPATÍA NI DEL FERVOR POPULAR
D. Ventura, crítico de la época, dijo de él que se inventaba el peligro. Arrogante y altivo como persona, fue un torero que no gozó ni de la simpatía ni del fervor popular que tenía que ganarse tarde a tarde a base de espectacularidad, un riesgo sin límite y una valentía fuera de lo común que rozaba el heroísmo. El arte visto desde otro punto de vista que adquiriera tal vez por su dilatado aprendizaje en ambos escalafones además de compartir multitud de tardes junto a los dos mejores toreros de todos los tiempos, Joselito y Belmonte.
Significativa y expresiva es la instantánea en la que se muestra a Sánchez Mejías frente al rostro de José, ya de cuerpo presente, donde con una mano sostiene y tapa su cara mientras con la otra acariciaba la de su amigo de la infancia. Compartieron cartel aquella nefasta tarde en la que Bailaor acabara con la vida de Gallito, teniendo él posteriormente que acabar con la del toro. Posteriormente vendría su desliz “oficial” con la bailarina Encarnación López “la Argentinita”, la que fue novia de Joselito y que le llevaría a la separación sentimental de su esposa, que no física ya que largas temporadas compartían techo en la Finca “Pino Montado” donde guardaban las apariencias frente a su hijos y amigos.
La folklórica le llevaría a conocer y hacer amistad con Federico García Lorca y de éste a toda la Generación del 27, Gillén, Salinas, Alberti, Alonso, Gerardo Diego, Bergamín, etc. La que dicen reunió bajo su patrocinio en Sevilla, aunque otros afirman sólo fomentó y fuera el Ateneo local quien corriera con los gastos de tan sublime Asamblea en homenaje al tricentenario de Góngora. Durante su retiro de los ruedos estreno obras como el drama Sinrazón, representada por María Guerrero, la autobiográfica Zaya, la farsa Ni más ni menos o el musical, a su gran amor, Las Calles de Cádiz, entre otras. Cultivó muchas aficiones y profesiones al margen de las ya conocidas, también fue piloto de coches, actor de cine, jugó al polo, conferenciante taurino que llegaría a impartir su doctrina en la mismísima Universidad de Columbia en Nueva York, Presidente de la Cruz Roja y del Real Betis Balompié en la temporada del 31 siendo equipo de Segunda. Antes de su vuelta a los ruedos mantuvo un romance con la escritora chileno-francesa Marcelle Auclair que llegado a oídos de la Argentinita apunto estuvo de acabar en tragedia. Durante muchos años fue hermano y llevó la Cruz de Guía de la Esperanza Macarena de Sevilla. Su hijo José Ignacio Sánchez-Mejías se doctoró en tauromaquia, para pronto pasarse al apoderamiento, como su sobrino nieto Marcos Sánchez-Mejías.
A su vez, una biografía digna de ser conocida por todos los amante de la tauromaquia, así como por cualquier persona seguidora de vidas intensas y con historia de mérito suficiente para ser llevada a la gran pantalla o estudiada en mayor profundidad. Su muerte, triste fuente de inspiración para Federico García Lorca, eternizaría y engrandecería su vida en la elegía “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”:
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde…