La década de los 80 no empezaba nada bien para Superman. El mito, el icono, el oficialmente “primer superhéroe”, llegaba con preocupantes signos de agotamiento, que venía arrastrando a lo largo de toda la década de los 70, y que, al coincidir con el momento de mayor esplendor de Marvel, se hacía aún más evidente y doloroso. Superman era un personaje pasado de moda y editorialmente muerto.
El personaje creado por Joe Shuster y Jerry Siegel, ese ser perfecto, único superviviente de un mundo también perfecto, habitado por una utópica sociedad perfecta, había evolucionado hasta convertirse en el norteamericano perfecto, máximo representante del “American way of life”, del “sueño americano”, que, como personificación de su país de adopción, asume el rol de líder, vigilante y protector del planeta.
Durante los años sesenta, como si de los emigrantes llegados en el Mayflower se tratara, irrumpen en nuestro planeta otros Kryptonianos, como Supergirl y sus padres; Kandor, la capital de Krypton, reducida y encerrada dentro de una botella con sus cientos de miles de habitantes; Krypto el superperro; Beppo el supermono; y algo así como una veintena de supercriminales exiliados en la Zona Fantasma. Y de repente, Superman, no solo deja de ser el último Kryptoniano, sino que empieza a utilizar tecnología Kryptoniana muy avanzada que le permite hacer lo poco que sus extraordinarios poderes no consiguen por sí mismos, convirtiéndose en un ser indestructible y prácticamente omnipotente.
Con los conceptos repitiéndose una y otra vez, y con el personaje cada vez más alejado de los gustos de los lectores, que ya no son sólo niños, sino también adolescentes, jóvenes y adultos, que empiezan a buscar historias menos infantiles e ingenuas, la deriva del personaje, a punto de cumplir 50 años, es tan evidente que los directivos de DC deciden ponerle remedio e intentar devolverle el protagonismo que le corresponde. Y la mejor manera era cortar por lo sano y empezar de cero.
relanzamiento del personaje
Si el megaevento “Crisis en Tierras Infinitas” sirvió para dar un poco de orden en el incontrolable Multiverso DC y simplificarlo para las nuevas generaciones de lectores, en el caso concreto de Superman se remató el trabajo con el maravilloso “¿Qué le pasó al Hombre del Mañana?” (Whatever Happened to the Man of Tomorrow?), publicado en dos entregas en 1986, un réquiem obra de Alan Moore y Curt Swan con el que se cerraban sus historias de la “Silver Age”.
El terreno ya se había allanado para el relanzamiento del personaje, y el encargado de hacerlo sería el brillante, a la par que polémico, John Byrne.
Byrne llegaba a DC como el autor más de moda debido al enorme prestigio adquirido en Marvel, principalmente por su trabajo en los X-Men y Los Cuatro Fantásticos, etapas consideradas entre lo mejor de la historia del cómic de superhéroes.
Sin embargo, Byrne también es conocido por su mal carácter y propensión a chocar con sus compañeros de trabajo y sus editores. Las continuas confrontaciones, más la oferta de DC de darle control absoluto sobre el que es sin duda el personaje más icónico de la historia del cómic, fueron una tentación demasiado irresistible para Byrne, que en 1986 abandonaba Marvel para trabajar con la competencia.
Ese año, John Byrne se estrenaba con Superman con la miniserie de seis números «Man of Steel», en la que reinventaría al personaje, dándole un nuevo origen y derribando los pilares mismo en los que se habían sustentado durante décadas las aventuras del kryptoniano. Byrne continuaría luego con el personaje en «Action Comics #584», que proseguiría con su numeración histórica, y en Superman, con un nuevo número 1, ambas escritas y dibujadas por Byrne.
¿y cuáles son los cambios que introduce Byrne?
Para empezar, Superman ya no se disfraza de Clark Kent, sino que en realmente es Clark Kent quién se viste de Superman para ejercer de héroe, y deja de ser una parodia, torpe y despistado, para ser un hombre fuerte, seguro de sí mismo, audaz, y quien saca a la luz la historia de Superman, algo mucho más lógico y acorde con su profesión de periodista que regalar semejante exclusiva a Lois Lane, quien en ese momento es una desconocida para él.
Superman deja de ser huérfano y los Kent siguen vivos, para servir de apoyo, e incluso de faro moral, a su hijo en los momentos de flaqueza.
Byrne también hace desaparecer todo rastro de Krypton y de krytonianos. Ya no hay sitio ni para Supergirl, ni para Krypto, ni para la ciudad de Kandor, ni siquiera para la tecnología kryptoniana. Incluso, al situar los inicios de su carrera superheroica en Metrópolis en vez de en Smallville, Byrne borra de un plumazo cualquier referencia a Superboy (sin repara en los problemas de continuidad que esto acarrearía a la Legión de Superhéroes, grupo que se crea gracias a la inspiración que les da la figura de Superboy).
También la civilización kryptoniana deja de ser esa utopía para convertirse en una sociedad científicamente avanzada pero deshumanizada, desprovista de emociones y con rasgos turbadores que podríamos calificar de “ultraconservadores”, como la repulsión hacia la desnudez.
Los poderes de Superman se redefinen, y aunque con una fuerza sobrehumana, se vuelve considerablemente menos poderoso (lo que permite a sus rivales ponerle en serios aprietos), más dependiente de la energía solar y más vulnerable a la Kryptonita. Y digo “la kryptonita” porque también desaparece toda la gama de kryptonitas de colores con diferentes efectos para quedar una sola, la verde.
más humano, más verosímil y más cercano
Superman se vuelve, por tanto, más humano, más verosímil y más cercano que el semidios invulnerable y omnipotente de décadas pasadas. Sus historias se vuelven también más adultas y más progresistas, incluyendo temas polémicos, como la homosexualidad, la pena de muerte, el drama de los veteranos de guerra o la experimentación con animales.
También los secundarios de la serie son objeto de modificaciones: Lois Lane abandona el papel de damisela en apuros para convertirse en una mujer de su tiempo, independiente y de fuerte carácter; Lana Lang deja de ser su primer amor (y una especie de clon joven de Lois Lane) para convertirse en una amiga de la infancia, conocedora de sus poderes y enamorada de Clark (no de Superman); y Lex Luthor deja de ser un científico megalómano con extravagantes planes de dominación mundial para convertirse en un implacable y poderoso empresario, brillante, despiadado y que odia a Superman porque le robó la admiración de las gentes de Metrópolis y porque posee un poder con el que ni su dinero e influencias políticas pueden rivalizar.
En 1988, John Byrne puso fin a su etapa al frente de Superman, en su número 22. Su marcha, como ya os estaréis imaginando, se debió a un discusión con sus editores, algo recurrente en la carrera del polémico autor.
Si bien muchos de estos conceptos fueron reformulados o descartados con el tiempo, y pese a las polémicas que despertó (y sigue despertando), el Superman de John Byrne es una etapa esencial en la historia del personaje, además de uno de los hitos en el trabajo de Byrne, que sirvió para revitalizar y modernizar el buque insignia de DC y sentó las bases de las principales líneas argumentales del personaje en años posteriores. DIARIO Bahía de Cádiz
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