CRÍTICA. Entroncada con la pieza teatral Doce hombres sin piedad de Reginald Rose, su versión libre El jurado plantea como tema de fondo los problemas derivados de impartir justicia con este sistema en un contexto más cercano y propio de la realidad actual en España. El libreto de Luis Felipe Blasco Vilches opta por situar la acción justo en el comienzo de la deliberación de un jurado compuesto por nueve personas, que van a decidir sobre la culpabilidad o no de un político acusado de corrupción.
Nada más comenzar, los miembros se plantean una votación rápida, por las penosas condiciones de climatización de la sala y porque, de partida, están convencidos de la culpabilidad del político Sin embargo, inesperadamente, un miembro vota “No culpable” y la falta de unanimidad reinicia la deliberación para exasperación y desesperación del resto. El disidente obliga a todos a replantearse si es justa la condena por prejuicios personales y no analizando con rigor las pruebas, que se antojan poco convincentes para el caso que les ocupa. Él se encargará de demostrarlo… y de más cosas.
“Todos los políticos son corruptos” es la reiterativa afirmación de un joven apasionado del fútbol en los primeros compases de la función. En la extendida coincidencia con esta apreciación de gran parte del público, como representante de la sociedad española actual, radica el éxito de El jurado. En ese sentido, la obra pretende ser un espejo de esa conciencia común. De facto, el autor asume esa misma postura porque el mensaje final de la obra es idéntico, aunque añadiendo el matiz de la corrupción en los miembros del jurado, a la que abocan por necesidad sobrevenida -en todo caso pequeña en comparación con la corrupción del político (y su infiltrado)-. La simplicidad de este exitoso planteamiento, que se acompaña preventivamente con una apelación continua a la rigurosidad en la justicia, exigiría una mayor profundidad en el debate, aunque fuese minorando el favor del público, y de mayor osadía. El hilo conductor de la obra es en cierto modo complaciente con el propio sistema que pretende criticar, por cuanto en ningún momento se alude a prejuicios y corruptelas en el sistema judicial, uno de los males evidentes en el tema que nos concierne.
El jurado es una obra espectacular, en el sentido visual, con dos elementos esenciales en la puesta en escena. Una mesa giratoria, en la que se sientan los miembros del jurado, permite realzar y modificar continuamente el punto de mira del espectador. La vistosidad de la escena móvil se presta a la variedad creativa en combinación con el juego inusitado que presta la excelente iluminación y la exhibición personal cara al público de cada uno de los actores. A ello se une las transiciones en modo cámara lenta, programadas para una interrupción de alivio tensional de vez en cuando, que dotan a la obra de una plasticidad visual impresionante, sobre todo cuando los registros a cámara lenta vienen acompañados con rupturas de esa movilidad en personajes aislados.
El dramaturgo distribuye los caracteres teniendo en cuenta criterios que ya se consideran normativos según qué tipo de género teatral. Excluyendo el presidente del jurado, el elenco se divide en pares –hombre y mujer- representando cada par una década de edad, desde veinteañeros hasta cincuentones, y en conjunto una amplia muestra de diferentes condiciones socioeconómicas (pequeño empresario, ama de casa, colaboradora de ONG, maestro, hija de inmigrantes chinos, prejubilado…). Las nueve personas permanecen prácticamente todo el tiempo en escena, salvo esporádicas y breves ausencias, lo que convierte a El jurado en una obra policoral con una notable gama de matices escénicos.
El punto más débil de la función a mi juicio es la interpretación que el elenco realiza de sus personajes, como si bastara dar credibilidad al carácter para aplaudir la actuación actoral. La interpretación de la actriz coreana Usun Yoon, como la joven con rasgos asiáticos por su ascendencia china, es un ejemplo de esa confusión entre consecución de realismo y capacidad actoral. En el lado opuesto está la sobresaliente actuación de Eduardo Velasco como presidente del jurado. Pepón Nieto como siempre, sea cual sea su papel y situación; con su peculiar y atractivo estilo que es capaz de centrar toda la atención sobre él.
La obra, aunque previsible en su desarrollo, entretiene y mantiene el interés del espectador durante la hora y media larga que dura la función. Al mantenimiento de ese interés contribuye la acertada dosificación de tonos comedia/drama con una modificación de su peso según transcurre la obra hacia un tono más dramático y transcendental. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
‘El jurado’.
Compañía Avanti Teatro. Autor: Luis Felipe Blasco Vilches. Idea Original: Eduardo Velasco. Director: Andrés Lima. Elenco: Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Cuca Escribano, Pepón Nieto, Isabel Ordaz, Canco Rodríguez, Luz Valdenebro, Eduardo Velasco, Usun Yoon. Ayte. de dirección: Laura Ortega. Iluminación Valentín Álvarez. Escenografía: Bea San Juan. Música: Jesús Durán. Vestuario: Paloma de Alba.
Lugar y día: Gran Teatro Falla de Cádiz, 23 de setiembre de 2016. Asistencia: Casi lleno.
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