CRÍTICA. Hace unos años, el diario Le Monde publicó la lista de las cien mejores obras de literatura del siglo XX. En el puesto 12 colocaba Esperando a Godot de Samuel Beckett. Era también la primera pieza teatral de esa discutible lista que tenía como único representante español a Federico García Lorca. Esperando a Godot fue un bombazo y su explosiva influencia ha tapado la genialidad creativa de Beckett en otras obras como Los días felices.
Como ocurriese con Esperando a Godot, Beckett escribe con Los días felices “un drama en el que nada ocurre, que sin embargo mantiene al espectador pegado a la silla”. La cincuentona Winnie, semienterrada en un montículo repasa la rutina de una jornada cualquiera. A partir de la llamada del timbre al amanecer con el que se inicia el acto I, Winnie retira minuciosamente artículos de su gran bolso: un peine, un cepillo de dientes, pasta de dientes, un frasco de medicinas, lápiz labial, una lima de uñas, un revólver y una caja de música. La rutina se eleva al nivel de la ceremonia. Winnie encuentra a cada momento de su monólogo y en objectos insignificantes, motivos para afirmar que es un día feliz.
Simbolismo, parálisis y patético humor negro son las cualidades de esta singular pieza teatral- En ella se sustituye la acción marcada por eventos, por una narración apoyada en cambios de matices, bien en la propia dicción: rápido-lento, a voz en grito-susurrante, bien en la distinción de modos, como “a la vieja usanza” -la percepción de Winnie de los objetos la conecta con los recuerdos de días específicos e incidentes importantes dentro de ellos-. Desde ese punto de vista, objetivo conseguido.
Sin embargo, llama la atención que el montaje ofrecido en la versión de Pablo Messiez contradiga de plano las indicaciones de Beckett -por cierto, muy puntilloso y preciso en las acotaciones de esta obra-. Pablo Messiez dispone a Winnie enterrada en una montaña de cascotes y ladrillos rotos que la aprisionan progresivamente. Los escombros sustituyen la pradera de hierba quemada ideada por el dramaturgo irlandés. Una luz infernal, que debía caer sobre la agostada pradera y los protagonistas, y el pomposo telón de fondo que representara la llanura uniéndose con el cielo en el horizonte se aúnan aquí en un amplio ventanal cenital lleno de color.
Este plano superior elimina la esperada desnudez del paisaje y el papel abrasador de la luz -de hecho, se dice, pero no se vive- para crear un ambiente de opresión irreductible. Son cambios espectaculares y llamativos, pero que modifican sensiblemente la idea de Beckett. “Lo que debería caracterizar [toda la] escena, cielo y tierra» -escribió- «es un realismo patético sin éxito, el tipo de grosería que se obtiene en un musical de tercera clase o pantomima, esa cualidad de pomposa imitación, ridículamente seria”. Aún más, el dramaturgo indicó: Incrustada hasta por encima de su cintura en el centro exacto del montículo está Winnie. Tiene alrededor de cincuenta años, bien conservada, se prefiere rubia, regordeta, brazos y hombros desnudos, corpiño bajo, pecho grande, con un collar de perlas. La actriz Fernanda Orazi se aproxima bastante al personaje de Winnie aunque no termina de cuajar la impresión de la dama ya entrada en años, dominante y un poco ida que imaginó Beckett. Desde luego, su ubicación lateral en el escenario contradice de lleno la acotación precisa del dramaturgo: Máxima simplicidad y simetría.
De esa manera se desplaza también el centro de atención del espectador hacia el continente, con su propio simbolismo. Ocurre de forma similar a las peroras de la actriz que en la amplificación de los cambios de declamación y en la exageración gestual encuentra aliados para que el punto de vista narrativo se centre más en el mensajero que en el texto.
En gran medida, la reelaboración de Los días felices que concibe Pablo Messiez transforma los símbolos y aporta nuevos significados: Los cambios de textura y color del cielo impostado y el ruido de ladrillos producido por el movimiento del otro protagonista casi ausente, Willie, son otros ejemplos de esa intencionalidad. Se cumple el dicho: “los símbolos son como frascos que cada uno llena a su antojo”. DIARIO Bahía de Cádiz
FICHA DEL ESPECTÁCULO:
XXXV Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz
Los días felices de Samuel Beckett. Versión y dirección: Pablo Messiez. Elenco: Fernanda Orazi y Francesco Carril. Escenografía y vestuario: Elisa Sanz. Iluminación: Carlos Marquerie. Espacio sonoro: Óscar G. Villegas. Una coproducción del Centro Dramático Nacional y Buxman Producciones.
Lugar y día: Teatro del Títere La Tía Norica de Cádiz, 4 de noviembre de 2020. Asistencia: Lleno (con medidas COVID).