2020 pasará a la historia como el año en el que nos enfrentamos a un virus desconocido con el que tuvimos que aprender a convivir ante la ausencia de una vacuna para su remedio. Mientras los científicos han trabajado a destajo para poner fin a esta pandemia, las autoridades sanitarias han ido dictaminando excepcionales normas tendentes a impedir su propagación.
La distancia social, la mascarilla o la limpieza de manos son las principales medidas y, aunque pueda parecer lo contrario, nada tienen de innovadoras, pues han sido las que más se han puesto en práctica a lo largo de la historia en momentos como este y vienen avaladas por su eficacia. También, se ha mostrado eficaz la restricción de movilidad, una de las medidas más controvertidas y que tampoco es pionera pues se encuentra entre las acciones más recurrentes en tiempos de epidemias.
Cádiz, histórico puerto de llegada y salida de personas y mercancías, ha sido igualmente dársena de entrada de todo tipo de enfermedades y epidemias a las que ha tenido que enfrentarse la ciudad con mayor o menor fortuna.
De ellas, se tienen referencias desde la Antigüedad y fueron especialmente dañinas las ocurridas durante la Edad Moderna, aunque su conocimiento es más preciso desde el siglo XIX, momento en el que se empezó a generar una copiosa documentación legislativa y hospitalaria al respecto. Esta centuria se inauguró con una epidemia de fiebre amarilla llegada de ultramar que costó la vida a más de 7.000 gaditanos y que volvió en 1804, aunque con menos fuerza.
Poco tiempo después, el fantasma de una nueva epidemia sobrevolaba de nuevo la ciudad de La Caleta; corría 1814, año que ponía fin a la Guerra de la Independencia y daba la bienvenida a un Fernando VII que volvía a España con dos firmes intenciones: derogar la Constitución promulgada en 1812 y controlar con firmeza la ciudad que había sido germen del liberalismo.
Para tal fin nombró gobernador de Cádiz a Javier O’Donnell, conde de La Bisbal, un militar de su máxima confianza encargado de gestionar la epidemia de fiebre amarilla que atacó la ciudad en 1814 y, de cuyas medidas, da cuenta en una carta que envía al Marques de Zambrano, reputado militar, en la que le nombra comandante comisionado de un cordón sanitario para que controle la entrada y salida de personas y mercancías tanto de Cádiz como del resto de pueblos:
“Se hace preciso la formación de una especie de cordón con el objeto de que las personas y efectos contagiables de Cádiz o cualesquiera de los pueblos de su Bahía ejecuten una cuarentena de observación por quince días y se expurguen al aire libre. Y a este fin le nombro comandante del llamado cordón y para que proceda a su formación prevengo a los cuerpos de que debe componerse, que son el Regimiento de Infantería 1º de Guadix que debe llegar al Puerto de Santa María, el de Campo Mayor que se halla en la Isla de León y el Regimiento de Caballería de Cazadores de Sevilla, que existe en Sanlúcar de Barrameda estén a su disposición para distribuirlos en las partidas en concepto que debe establecerse dicho cordón desde Sanlúcar a Rota, a una legua de estos pueblos y de esta villa al Puerto de Santa María, Puerto Real, Isla de León y Chiclana dejándoles a igual distancia y cubriendo los puntos principales de tránsito que vigilen e impidan el paso de personas y efectos de la procedencia mencionada, no impidiendo la conducción aquí ni a los demás pueblos, de los víveres, géneros y efectos que se conduzcan a ellos.
Conviniendo, para evitar la duración de las enfermedades, que hasta fin de noviembre próximo no entre en esta ciudad de Cádiz forastero alguno que venga por mar, a excepción hecha de los de los pueblos de la circunferencia de esta Bahía”.
La referencia que hace la carta al cordón es literal ya que para delimitar la zona en cuarentena se utilizaban cordones o cuerdas clavadas con estacas en el suelo, estableciéndose puntos de paso en los que se situaba el ejército para efectuar el control. Los regimientos militares encargados de dicho control fueron los de Guadix, Campo Mayor y Sevilla que todavía se hallaban en la zona tras haber luchado para levantar el asedio al que se vio sometida la ciudad por parte de los franceses.
Otra de las medidas para luchar contra la epidemia fue sin duda la inversión sanitaria, pues el Hospital de la Segunda Aguada recibió mil reales de vellón para cubrir los gastos adicionales de asistencia a los enfermos. De especial importancia fue la decisión de utilizar este centro hospitalario como único lugar para tratar a los enfermos, con el objeto de evitar la propagación, tal y como señala Francisco Javier Ramírez en la tesis realizada sobre dicho hospital y en la que analiza los efectos de esta epidemia, señalando su escasa incidencia, 122 enfermos y 17 fallecidos, lo que viene a confirmar el éxito de las severas medidas a las que fue sometida la población entonces.
Medidas que en 2020 y ante una nueva pandemia imprevisible, con estados de alarma, cuarentenas, confinamientos, toques de queda… vuelven a imponerse de una u otra manera. DIARIO Bahía de Cádiz