¿Por qué no me sorprende que a Mirada Profunda le gusta ser guionista? Quizás sea que entiende la ciudad de Cádiz como un escenario tragicómico, que la política municipal y la general es como una obra de teatro, como un retablo de guiñoles, en el que los actores son muñecos controlados por hilos, cuanto más invisibles mejor, y a los ciudadanos lo que nos queda es aplaudir o avisar -¡qué viene el ogro, qué viene el ogro¡- sentaditos en el suelo, sin movernos. Puede ser también que después de sus inconclusos estudios de derecho, haya descubierto que en el mundo de la farándula se cobra más.
¿Por qué no me extraña que a los refugiados que huyen de la guerra y del hambre, el invierno les pille en el camino, sin posibilidad de llegar a ninguna parte? Pudiera ser que no hubiera ninguna intención de acogerlos, que aquella foto del niño sirio muerto a la orilla del mar, sabían que tenía una caducidad programada, que pasado un tiempo su efecto pasaría, que los vendedores de armas sepan que en una guerra sin gente a la que matar, el valor de estas baja, incluso que no haya “nicho para este mercado”.
¿Por qué no me choca que después de la barbaridad de los atentados de París, una buena parte de los políticos se peleen por salir en una foto, en sujetar una pancarta junto a Netanyahu o Assad? Cuando se habla mirando de reojo las encuestas electorales, cuando importa más que el adversario local no “aproveche el tirón” del terrorismo en las urnas, se puede llegar a la conclusión que aplicar la pena de muerte o la cadena perpetua a los asesinos suicidas, que saben que van a morir cuando matan, sirve para algo más que no sea eso, el postureo de la foto.
No me refiero a sorprender, extrañar, chocar en plan de “ohhhh” o “walaaaaa” que se puede soltar cuando explotan los cohetes en los fuegos artificiales. No me refiero, claro está, que el que no me choque, sorprenda o extrañe signifique que lo dé por bueno, ni mucho menos. Tampoco que me declare indiferente, simplemente que he perdido la capacidad de asombro.
Ese asombro, que hace a los niños abrir de manera exagerada los ojos y dejar entreabierta la boca cuando les cuentas historias, cuentos.., como queriendo absorber por todos los sentidos las mismas.
Hasta hace poco, confundía sorpresa con entusiasmo, creía que algo, cuanto más me sorprendía más me podía entusiasmar. Ahora, de un tiempo a esta parte, ya casi nada, por no decir nada, me choca, me sorprende, me extraña, algunas cosas, cada vez menos, me entusiasman o me indignan, o al menos no me dejan indiferente.
Quiero creer que lo primero es producto de lo vivido, que cuando sabes que el camino por andar ya es menor que el andado, es normal, ya has visto mucho y a muchos. Me da la impresión que lo segundo entra más en el campo de cómo eres, de tus valores, y esto es difícil de cambiar, al contrario, con el pasar del tiempo tus raíces profundizan.
Pero, sinceramente, echo de menos esa capacidad de asombro al comprobar que hay cosas nuevas y no conocidas, o al menos no esperadas. DIARIO Bahía de Cádiz